sábado, 9 de agosto de 2008

MISTERIOS DE HOY Y DE AYER (I): EL SECRETO DE DONNA TARTT


Dice José María Guelbenzu en su artículo de hoy del Babelia que las novelas de crimen y misterio son la lectura más relajante para el verano. Y con razón. De hecho, a poca atención que se preste a los títulos que los veraneantes se llevan a la playa, se observará que la mayoría pertenecen al género negro. Así que después de rendir cumplida cuenta de El fantasma de Harlot de Mailer durante las últimas semanas, me he dedicado estos días a cumplir mi cuota vacacional para con este género. El secreto de Donna Tartt (DeBolsillo, 2005) y Luna de miel de Dorothy L. Sayers (Lumen, 2008) han sido las elegidas. Empecemos por la primera.

Llegué hasta El secreto de Donna Tartt por medio de un buen amigo. Hablábamos hace unas semanas de novelas de ámbito universitario y él citó esta historia, protagonizada por un grupo de estudiantes de Clásicas en una universidad de Nueva Inglaterra. “Los personajes -me dijo- son un tanto excesivos y extremos, pero está bien.” Y no le falta razón, aunque con precisiones. Comencemos por lo bueno. La peripecia de estos cinco estudiantes de griego que como por accidente –dicen ellos- cometen un terrible crimen que les lleva a otro de manera creen-ellos-que-inevitable engancha de verdad. Ya desde la tercera línea –muy buen comienzo, por cierto- sabemos que han matado a Bunny, el sexto en discordia. La primera parte de la novela está dedicada a contarnos cómo y, sobre todo, por qué. La segunda, a su vez, a relatarnos las consecuencias que este terrible acto tiene sobre ellos: ansiedad, pánico, alcoholismo, drogodependencia y, sobre todo, disolución de los lazos de amistad que ellos creían tan firmes; curiosamente, ni una pizca de remordimientos o mala conciencia. Nada. En fin, que la historia entretiene; y bastante.

Sin embargo, esta estructura binaria no es del todo simétrica. Cojea. La segunda parte no está a la altura de la primera y se hace demasiado larga y repetitiva. No es esta morosidad el único fallo de la novela, ni el más grave. Hay otro mayor que afecta al desarrollo de los personajes, de uno en concreto: Julian Morrow, “el carismático profesor”. Nuestro selecto, exquisito, snob y más bien insoportable grupo de estudiantes de griego es la envidia del campus –esta sí que es buena- por poder disfrutar del magisterio de este profesor que se codeó en otros tiempos con lo más granado del establishment social y cultural de la nación. Se nos dice que es un erudito, misterioso y carismático. Se nos dice una y otra vez, pero no se nos demuestra. Son muy pocas las ocasiones en que se le da la palabra y no se nos permite asistir ni a media clase suya, así que no es creíble esa admiración, esa devoción y lealtad que los protagonistas le rinden. Como tampoco es creíble que estudiantes con menos de dos años de estudio de griego en su haber hablen en ático clásico entre ellos sirviéndose de elaboradas metáforas –¡y además sin que les de vergüenza!; a mí ni se me ocurriría, la verdad-, ni que redacten sus trabajos en esta misma lengua; sobre todo, cuando al principio de la novela no parecen tener muy claras las diferencias entre locativo y lativo, acusativo y dativo, por ejemplo. O eso o se pierde mucho el tiempo por las universidades que yo conozco –que no digo que no-. Si a ello sumamos el final de telefilme de sobremesa que nos dice lo que fue todos y cada uno de los personajes de la historia –es tan excesivo que puede que sea una parodia; no lo sé- y algún que otro arranque de cursilería como el que sigue, el resultado es una novela bastante peor de lo que prometía y podría haber sido:

“Me reí. Era domingo por la tarde, y yo me había pasado casi todo el día sentado en mi escritorio, leyendo a Parménides. El griego era difícil, pero además yo tenía resaca, y llevaba tantas horas leyendo que las letras ya ni siquiera parecían letras, sino algo indescifrable, como huellas de pájaro sobre arena. Estaba mirando por la ventana, en una especie de trance, y contemplando la hierba recién cortada de la pradera, que parecía de terciopelo verde, ondulando hacia las alfombradas colinas del horizonte, y vi a los gemelos, abajo, deslizándose por el césped como dos fantasmas.”

El secreto
Donna Tartt


2 comentarios:

Recaredo Veredas dijo...

Guelbenzu -a quien respeto- escribe ahora novela policiaca. Alabando al género se está alabando a sí mismo. En cualquier caso, escribir una buena novela policiaca exige una técnica y, sobre todo, un dominio del ritmo que pocos poseen. Buen y actual post.

CEci dijo...

Gracias, Recaredo. De Guelbenzu sólo leo las críticas que publica en el Babelia, con las que coincido bastante. No he leído ninguna de sus novelas, aunque he oído hablar -no demasiado bien- de sus historias policiacas, como su "No acosen al asesino".
Un saludo