jueves, 25 de octubre de 2012

EL LAMENTO DE PORTNOY (PHILIP ROTH)



Aunque Vds. no lo vean, sigo leyendo. Ocurre tan sólo que las fatigas del inicio del curso escolar, con sus nuevos proyectos, absurdos burocráticos, guerras intestinas y su ración insufrible de alumnas tan reticentes que no deberían, en puridad, considerarse estudiantes, ocupan buena parte de mi tiempo y energía. El resto, lo confieso, se lo llevan los buenos estudiantes, algún que otro paseo otoñal, mucha ficción televisiva -HBO mediante- y un pequeñajo de poco más de un año, al que medio en broma llamo sobrino y se ha convertido de un tiempo a esta parte en compinche inseparable de juegos y en mi debilidad.
                                              
Dicho lo cual, les diré que, si hoy vengo por aquí, es porque he leído, por fin, El lamento de Portnoy del maestro Philip Roth, novela valiente y osada con la que se ganó, de una parte, admiración, y de otra, críticas aceradas que lo calificaban de antisemita y misógino. El antihéroe de la misma es Alexander Portnoy, apellido parlante donde los haya, al menos, por su significante, por más que su portador juegue a disfrazarlo de patronímico francés (Port-noire). Y la trama no es otra que el sinfín de obsesiones y perversiones sexuales que el susodicho confiesa desaforado con ocasional sentimiento de culpa heredado, sin duda, de su más que judía y castrante familia.
Saben Vds. que por aquí y por allí he condenado repetidamente la identificación de personaje y autor. Portnoy es Portnoy. Zuckermann es Zuckermann. Roth es Roth y no cabe proyectar sobre éste los fetichimos y perversiones de aquel. Saben, también, que sí defiendo, en cambio, el placer obtenido como lectora de la identificación con lo leído. Y no, Portnoy no es precisamente objeto de empatía. Sin embargo, me he reído con ganas en unos cuantos pasajes de esta historia, que por todas partes derrocha ironía y humor. He disfrutado, también, al detectar en ella unos cuantos gérmenes de la bastante reciente Indignación.
No voy a negar que prefiero a Zuckermann y al Roth menos sátiro y más intelectual y épico pero el maestro, al fin y al cabo, es el maestro y es, por cierto, el último con vida de mi particular trío de ases (Salinger, Mary McCarthy, Roth), así que aprovechamos la coyuntura para desearle una pronta recuperación y lamentar lo indecible que nos vayamos a perder lo que en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias tuviera que decir. Que hable, pues, con sus libros. Como siempre.