domingo, 26 de febrero de 2012

TODO (KEVIN CANTY)

Pese al evidente abandono en que se halla esta esquina, sigo viva y leyendo. Entre latines y griegos, fugaces escapadas a mi hogar gijonés y competitivas excursiones a Valladolid en compañía de una promesa del Latín, he sacado tiempo para la brillantísima recreación que David Malouf ha hecho en Rescate de uno de los más célebres episodios homéricos. Podrán leer sobre ella en el ya inminente número de Qué Leer. He releído y disfrutado como la primera vez, o casi, The Witches de Roald Dahl, con sus brujas de calvas irritadas, pies cuadrados y garras en lugar de uñas. Y me entretengo ahora con los padecimientos de la irritante huérfana Mary Lennox, pronta a encontrar su jardín secreto en la novela homónima de Frances Hodgson Burnett. Entre estas dos últimas he intercalado, por último, Todo, de Kevin Canty, enviada sponte sua por los amigos de Libros del Asteroide, a los que, por supuesto y como siempre, les doy las gracias por su amabilidad.

Ambientada en la localidad de Missoula (Montana) en unos días que sólo se revelan como los nuestros por alguna que otra mención casual al Facebook, Todo es una novela de personajes que parecen salidos de una canción country. RL, propietario de una tienda de aparejos de pesca, alivia su soledad convirtiéndose en el improvisado enfermero de una ex-novia de juventud, llegada a Missoula para recibir un agresivo tratamiento de quimioterapia. Su hija Layla, de vuelta tras un primer año en la Universidad de Seattle, sobrelleva como puede las seguras infidelidades de su novio, ido a Rusia en busca de epifanías sociopolíticas. Y June, viuda del que otrora fuera el mejor amigo de RL, ha decidido, por fin, dar por cierta la muerte de Taylor, poner en venta la casa que ambos construyeron e iniciar una nueva vida. Los tres componen un singular triángulo de inercia, depresión y alcohol y el tono de dos buenos tercios de la novela es ciertamente desesperanzador. Algo ocurre, sin embargo, cerca del final. Cada uno de los vértices del triángulo halla su particular redención y, cuando una cierra las tapas de esta hermosa novela, lo hace mirando confiada al horizonte reforzada en su creencia de que, aunque vivir es casi siempre perder, la vida es un viaje que bien vale la pena. Como en las mejores canciones country, vaya.

Así que ya saben, lean, lean.