miércoles, 17 de julio de 2013

TODO LO QUE UNA TARDE MURIÓ CON LAS BICICLETAS (LLUCIA RAMIS)



“Mi padre dice que, cada vez que recordamos algo, en realidad estamos recordando la última vez que lo recordamos. No volvemos al momento en el que lo vivimos, sino a aquel otro que ya era una recreación. Recordamos aquello que inventamos o nos hicieron inventar.”
Todo lo que una tarde murió con las bicicletas
Llucia Ramis

No es nada fácil construir una buena novela de corte autobiográfico. Se empieza hablando de los veranos de la infancia con sus baños en la playa, travesuras con los primos, paseos en bicicleta, historias de amores forjados en tiempos de la guerra, etc., etc., etc. y se acaba componiendo un relato manido, excesivamente lírico, estomagante incluso, capaz de provocar un coma diabético al lector. Sin embargo, Llucia Ramis lo consigue con Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, una estupenda novela de título sugerente cuya estructura evoca los caprichos de la memoria y en la que sale indemne e impune de cualquier acusación de exceso de glucosa. Lo consigue con sinceridad y, cómo no, ironía y humor, ingredientes que no obstan para que además sea ésta una historia sentida y hermosa sobre la vuelta a casa stricto latoque sensu.
No se la pierdan. Lean, lean, a ser posible, en verano.


domingo, 14 de julio de 2013

TELEGRAPH AVENUE (MICHAEL CHABON)



En más de una ocasión me he referido a Michael Chabon en este y otros lugares como campeón de la nostalgia. No es para menos. Bien se ha hecho acreedor de tal título en obras como los Misterios de Pittsburgh, en la que teoriza sobre tan humano sentimiento; como Summerland, en la que un chaval vive un verano de fantasía a cuenta del béisbol, ese juego que es imposible separar de cromos en blanco y negro con los bordes estropeados; como Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, en que recrea la época dorada del cómic de la mano de un dúo singular, etc., etc., etc. 

Viene ahora a poner la guinda a tan hermoso pastel la magnífica Telegrah Avenue, en la que Chabon rinde un sentido homenaje a esas pequeñas tiendas con personalidad que todos hemos ido viendo desaparecer de nuestras ciudades, esas emparentadas por línea directa con el estanco que Auggie Wrenn tenía en Brooklyn en la genial Smoke (Wang-Auster), o ¿por qué no? con el pub Cheers de Boston, antes fruto de una filosofía vital que de la iniciativa empresarial. Tal es Brokeland Records, la singular tienda de vinilos que regentan Archie y Nat en la avenida del título de Oakland. Tal reducto de originalidad y humanidad está en el momento de la acción amenazado por Don Dinero, encarnado en un macro centro comercial, dirigido por una estrella del fútbol americano, que incluirá una fastuosa sección rítmica, segura ruina de Brokeland. Y no es esta la única forma de vida amenazada. Varias son las líneas argumentales de esta compleja novela y todas ellas se ocupan de un fin: el de la partería como oficio tradicional, el de Luther Stallings -antaño estrella de películas de acción de serie B, o Z, hoy granuja de medio pelo-, el de una estrella del jazz o el de unas cuantas amistades. Todas ellas se entrecruzan y separan en la que es posiblemente la menos narrativa y la más descriptiva de todas las novelas de Chabon y en la que, atención, se lleva al paroxismo el uso de los tropos, con el talento, eso sí, de todo un maestro.
Lean, lean... lean y disfruten.


lunes, 8 de julio de 2013

LA CASA REDONDA (LOUISE ERDRICH)



Mientras retomo, por fin, Telegraph Avenue de Michael Chabon y ultimo la crítica de la cargante y repetitiva Mujer de barro de J. C. Oates, sobre la que podrán leer en el Qué Leer del, por suerte, aún lejano septiembre, les dejo por aquí la crítica que en el número estival de dicha revista firmo sobre la más que entretenida La casa redonda de Louise Erdrich. 


Lean, lean. Lean y disfruten de la playa, aunque sea, como en mi caso, entre la densa niebla.

lunes, 1 de julio de 2013

NOISES OFF (MICHAEL FRAYN)



En casa siempre hemos adorado Frasier. Nos carcajeamos bien a gusto con las excentricidades amaneradas de ese par más que peculiar de psiquiatras afincados en Seattle, cuyo padre policía ahoga en latas de buena cerveza americana y sesiones de béisbol televisado el dolor de su cadera y la vergüenza que sus hijos le hacen pasar día sí y día también. Entre nuestros capítulos preferidos figuran, cómo no, “Hotel pesadilla”, parodia de los seriales radiofónicos, y, a continuación, una serie de capítulos ubicados en la típica cabaña en el bosque, a la que tanto debe la ficción estadounidense. En estos últimos el humor se logra a base de encuentros y desencuentros entre puertas que se abren y cierran en pasillos a oscuras, de los que Frasier siempre resulta, cómo no, compuesto y sin novia.

Una receta parecida es la que emplea Michael Frayn, viejo conocido por estos lares, para su Noises Off, farsa acerca de una farsa titulada Nothing On, esto es, una metafarsa. Estructurada en tres actos, el primero de ellos recrea el ensayo general previo al inicio de una gira que, visto lo visto, se presenta tumultuosa. En el segundo la auténtica farsa transcurre, en realidad, entre bambalinas. Y es que, si Nothing On, la obra representada, trata de equívocos ocasionados por bolsas de viaje, cajas de documentos, puertas de aseos y dormitorios, teléfonos y platos de sardinas, Noises Off, la farsa que nosotros leemos, incluye además su generosa ración de geniecillos torturados, viejas estrellas venidas a menos, galanes incapaces de acabar una frase, actrices con mal de amores, dipsómanos, duros de oído y pusilánimes. Las cosas, ya lo adivinarán Vds., no pueden acabar bien, y así se revela en un delirante tercer acto que es todo un ejercicio de deconstrucción.

En fin, ya lo saben, Vds. lean, rían y diviértanse de lo lindo. Estamos de vuelta.