jueves, 12 de abril de 2012

BOMBÁSTICA NATVRALIS (IBAN BARRENETXEA)

Una de las innumerables virtudes de la progenitora de quien desde aquí les escribe es su impecable gusto literario. A ella le debo el conocimiento de Philip Roth, merced a La mancha humana, y de Ian McEwan, merced a su Expiación, entre otros. ¡Ahí es nada! Con ella comparto mi devoción por los Glass de Salinger y el gusto por la refinada comedia inglesa de la primera mitad del s. XX y, si sigo leyendo casi todo el gótico sureño que cae en mis manos, es, sin duda, gracias a ella, que me dio a conocer a Tom Sawyer y que, siendo yo cría, vio conmigo cuantas películas se han hecho sobre el más profundo Sur. Lo dicho, ¡ahí es nada! La deuda se remonta incluso más atrás. Visito la sección de libros infantiles de grandes librerías y me da pena no encontrar en ellas rastro de los grandes y maravillosos álbumes de Richard Scarry -¡ay, la familia Marranga!- o joyas como Mamá cerda ya no está enfadada, que mi madre leyó una y otra vez con mi hermana y conmigo. Sirva, pues, este párrafo de sentido reconocimiento pero también de introducción a un nuevo hallazgo. Y es que ha vuelto a hacerlo.

En esta ocasión me ha descubierto a un maravilloso dibujante y escritor vasco, de nombre Iban Barrenetxea, autor, entre otros álbumes, de una maravilla llamada Bombástica Naturalis, que nadie con un mínimo de gusto debería perderse. Se trata de un delicado y divertidísimo álbum que recopila una pléyade de imposibles e increíbles especies vegetales, todas ellas convenientemente bautizadas con su nombre latino perfectamente declinado y magistralmente ilustradas y glosadas con una prosa brillante.

Así que háganme caso y miren, miren y lean, lean.

miércoles, 11 de abril de 2012

QUE EL VASTO MUNDO SIGA GIRANDO (COLUM MCCANN)

El mismo día que El País publica un interesante artículo sobre la densidad del genio literario irlandés termino de leer Que el vasto mundo siga girando de Colum McCann, justa vencedora del National Book Award de 2009. Leído lo leído en esta espléndida novela, bien puede decirse que McCann hace justicia a sus orígenes y a sus célebres y talentosos predecesores, por más que por temática, ambición, emoción y nervio, entronque más bien con la tradición estadounidense.

Es ésta, ciertamente, una novela total, otra más de esas grandes novelas americanas, que reúne bajo sus tapas a un puñado de personajes de diversa condición, vinculados entre sí por haber sido testigos de una hazaña excepcional: cómo Philippe Petit caminó sobre un cable tendido entre las ya extintas torres del World Trade Center el 7 de agosto de 1974. Desconfío por sistema de las novelas corales. Con frecuencia me da la impresión de que los vínculos son forzados y de que más le habría valido a su autor mostrarse más drástico en la toma de decisiones. Ésta, sin embargo, funciona como un reloj suizo. Todas y cada una de las partes están perfectamente engranadas y las pistolas y teléfonos que por aquí y por allá se asoman sutilmente, terminan por dispararse y sonar sin anunciarse apenas. Con elegancia y discreción, vaya. Como debe ser. Y además, emociona. Así que háganme caso y lean, lean.


Cuando lo hagan, eso sí, tengan a mano un lápiz para restituir todas las tildes que sobre los adverbios interrogativos ha omitido en construcción indirecta Jordi Fibla en su por otra parte impecable traducción. ¡Ay!

sábado, 7 de abril de 2012

LA MÁSCARA DEL MONO (DOROTHY PORTER)

El arte es ciertamente forma. Estructuralistas como Propp probaron ya a comienzos del XX que, despojadas de adornos y reducidas a su mínima expresión, las múltiples tramas que en apariencia son pueden reducirse a unas pocas, formadas siempre a partir de las mismas piezas. Sin embargo, seguimos leyendo, suspendiendo nuestro juicio, dejándonos sorprender por la peripecia de esta o aquella historia y, sobre todo, apreciando más o menos los modos en que el autor ha elegido adherirse a o apartarse de un género.

Pocos géneros hay tan firmemente prefijados como la novela negra, donde una espera encontrar siempre su detective de hábitos poco saludables y prácticas autodestructivas, de vuelta de todo, su femme fatale y un caso en apariencia intranscendente cuyas implicaciones no acertó a calcular en un primer momento el un tanto cínico protagonista. La máscara del mono de Dorothy Porter no es una excepción, por más que su protagonista no sea un avejentado expolicía fondón dado al bourbon, sino Jill, una treintañera lesbiana que investiga eventuales fraudes para una compañía de seguros y complementa sus ingresos como detective freelance.

Y, sin embargo, la obra de Porter sorprende por su originalidad. Para empezar, por la intensidad del elemento erótico, que prácticamente relega la previsible trama detectivesca a mero macguffin. Para seguir, porque, pese a su innegable carácter narrativo, ¡está escrita en verso! Sus capítulos son breves y potentes poemas con entidad propia pero se leen como la más absorbente de las prosas. De hecho, como advierte uno de los paratextos de la edición de La otra orilla y el propio traductor, Enrique de Hériz, en su inteligente y generoso prólogo, cuesta no leerla de un tirón.

Así que háganme caso, no se dejen amilanar por el formato y lean. Lean la magnífica La máscara del mono de Dorothy Porter.