lunes, 4 de enero de 2016

UNA CHICA EN INVIERNO (PHILIP LARKIN)



En lo más crudo del frío invierno, en una gris y anodina ciudad inglesa un tanto alejada del fragor de la II Guerra Mundial, Katherine Lind tiene un mal día, como todos desde que llegó a Inglaterra desde el continente. Tan solo entretiene las horas jugando con la posibilidad de recibir una carta de un amigo de la adolescencia, Robin, con quien hace unos años pasó un buen verano y del que quizá, solo quizá, pudo estar enamorada.
Dado el contexto, suena dramático y, de hecho, lo es, si bien la tragedia no se explicita en ningún momento, tan solo se sugiere con inmensa sutileza -valga el oxímoron-. En ese sentido, Una chica en invierno de Larkin, es pariente directa de Los esclavos de la soledad de Patrick Hamilton, donde la guerra solo se mostraba por los trastornos que ocasionaba en el día a día. Larkin es incluso más sutil, tanto incluso, que en ningún momento se explicita la más que probable ascendencia judía de la protagonista. La novela se estructura en tres partes: 1. el ahora, una invernal mañana de sábado en la biblioteca; 2. el entonces, el verano en compañía de Robin y Jane; 3. de nuevo el ahora, la tarde en la biblioteca y en su habitación. Solo en la tercera alcanza el lector a apreciar en su crudeza la naturaleza de la vida de Katherine en Inglaterra, acosada por la más absoluta soledad y el mayor de los hastíos, inmersa en una vida de la que ha desterrado casi cualquier esperanza y donde el único consuelo es el sueño.
Sin embargo, no ahoga la novela de Larkin como lo hacía la de Hamilton, probablemente porque la realidad solo se sugiere -en este sentido, el uso de la meteorología es muy eficaz-, porque los personajes son, con sus defectos, bastante más amables y, sobre todo, por la belleza de la prosa. A tenor de lo leído, no se extrañarán, supongo, si les digo que Una chica en invierno es una novela hermosa y redonda con la que ha sido todo un placer empezar el año y que ustedes no deberían dejar de leer. Lean, lean.