martes, 31 de julio de 2012

ANY HUMAN HEART (WILLIAM BOYD)


“And for some reason this makes me contemplate my own life, all my sporadic highs and appalling lows, my brief triumphs and terrible losses and I say, no, no, I don’t envy you -you slim, brown, confident boys and girls and whatever futures await you. I will gather up my belongings and wander back to the Hôtel des Dunes and look forward to my supper -the fish of the day and my bottle of wine. I feel, as I sit here -and I should record this as I experience it- looking over the beach and the ocean as the sun begins to drop down in the west, a strange sense of pride: pride in all I’ve done and lived through, proud to think of the thousands of people I’ve met and known and the few I’ve loved. Play on, boys and girls, I say, smoke and flirt, work on your tans, figure out your evening’s entertainment. I wonder if any of you will live as well as I have done.”
Any Human Heart
William Boyd

Casi toda la información que William Boyd aporta sobre Nate Tate, artista epónimo de la broma sobre la que les hablaba hace unas semanas, procede de los Diarios de Logan Mountsuart y, acompañado como está este nombre de otros como los de Frank O’Hara o Heart Crane, una tiende a pensar que ese tal Mountsuart al que tanto se cita debe ser un intelectual poco conocido pero ciertamente respetable -y, por supuesto, real- que acertó a estar en el lugar adecuado en el momento propicio. El artificio de Boyd, tan eficaz como verosímil y muy utilizado en el subgénero de la novela histórica, se descubre, si no antes, cuando unos años después de la publicación de Nat Tate, convierte al tal Mountsuart en inolvidable protagonista y narrador de una magnífica novela en forma de diario, Any Human Heart (Las aventuras de un hombre cualquiera en español). Se permite incluso Boyd prolongar el juego e incluir en estos pretendidos diarios, o mejor, en los diarios del pretendido Mountsuart, referencias a Nat Tate y hasta párrafos que ya se anticipaban en su predecesora.
Sin embargo, Any Human Heart va mucho más allá y es, de hecho, una novela clásica en fondo y forma, narrada y protagonizada por una figura más que carismática cuya vida comprende todas las décadas del siglo XX, el siglo en que se precipitó la Historia, cuyas posibilidades narrativas ya explotó Boyd en Las nuevas confesiones. El propio Logan compagina el relato de lo banal y cotidiano con referencias a las Guerras Mundiales, a los Duques de Windsor, a Picasso, Pollock, Waugh, Connolly, Hemingway, etc. Y si su vida es interesante por todos los iconos del XX que llega a conocer, aún lo es más por los pocos a los que amó, como él mismo señala en el precioso párrafo que abre esta entrada.
Así que Vds. lean, lean y no se pierdan otra magnífica novela de ese gran artesano del oficio que es William Boyd.

miércoles, 18 de julio de 2012

EFECTO NOCHE (FREDERICK REIKEN)


“Si uno se centra mucho en una historia, descubrirá cosas que parecen estar relacionadas pero no lo están.”
Efecto noche
Frederick Reiken

El borrascoso verano nos ha dado un par de días de tregua y nos permitió ayer y anteayer visitar las playas cantábricas sin chaqueta ¡o chubasquero! Quien desde aquí les habla lo hace, de hecho, con alguna que otra leve quemadura provocada por el sol mientras estaba enfrascada en la monumental biografía de Dickens de Claire Tomalin, que estos días leo a marchas forzadas, aunque encantada, cómo no, para los amigos del Qué Leer. Sobre ella podrán leer, espero, en el próximo número de septiembre. Si consultan, en cambio, el ejemplar de verano que ahora mismo pueden encontrar en cualquier quiosco, se encontrarán, entre otras cosas, con una crítica nada favorable de Efecto noche de Frederick Reiken que, como simple advertencia, aquí les dejo:

“Efecto noche”
Autor: Frederick Reiken
Traductor: Mariano Antolín Rato
Editorial: Alianza Literaria
464 páginas. 18 euros
[Dos tinteros]

Muchos siglos antes de que la cultura pop se apropiara de conceptos y teorías como los expuestos por el efecto mariposa o los seis grados de separación, ya dijo el viejo Anaxágoras que “todo está en todo”. Tal afirmación parece adoptar Reiken como axioma para construir una rocambolesca historia de biólogos marinos enfermos de leucemia, guitarristas de rock con antepasados nazis, agentes del FBI que persiguen una quimera, peligrosas sectas satánicas, motoristas en coma, veterinarias hipersensibles y un puñado de supervivientes del holocausto, entre otros. Siendo ésta la materia prima, no extraña que las relaciones entre unos y otros resulten, en el mejor de los casos, forzadas, e inverosímiles en el peor, por más que el capítulo final quiera funcionar de llave para interpretar todo el tomo en la línea antes señalada.
Empeñado además en demostrar la mayor, no parece advertir Reiken las repeticiones en las que incurre, pese a los continuos cambios de perspectiva. Esta lectora ha perdido la cuenta, por ejemplo, de cuántas veces se narra la misma versión de la historia de la ejecución de los quinientos intelectuales lituanos. Efecto noche puede considerarse, de hecho, un fallido Rashomon o un cubo de Rubik en el que el color es siempre el mismo. A estas alturas de la partida, el tono New Age o de libro de Autoayuda -natación con manatíes, purificaciones interiores y exteriores en el desierto israelí, interpretación freudiana y jungiana de los sueños- no hace sino lastrar el conjunto y poner a prueba la paciencia del lector.

Publicado en Qué Leer, nº178 (julio-agosto, 2012)


lunes, 9 de julio de 2012

EL VIAJERO SOBRE LA TIERRA (JULIEN GREEN)


Dice en su epílogo Álvaro de la Rica, traductor de este volumen editado por Automática Editorial, que El viajero sobre la tierra de Julien Green no presenta ningún enigma que resolver, sino “un misterio por definición irresoluble”. Y es cierto, pese a que en los inicios de esta más que gótica nouvelle se pregunte el benévolo “traductor” de los documentos que se nos presentan cómo pudo precipitarse al vacío el joven Daniel O’Donovan en una noche tan clara a finales del s. XIX. ¿Suicidio, muerte accidental, asesinato? 

Tal es la duda con la que el lector parte para encontrarse bien pronto inmerso en un sencillo pero eficaz juego de perspectivas y detectar, desde bien pronto, en el joven Daniel a otro de esos narradores infidentes que en la Literatura son. Daniel, al igual que lo hacen su tío y su casera en la ciudad universitaria de Fairfax, miente y oculta información, ya sea consciente o inconscientemente. Lo hace, eso sí, con la comprensión y hasta el beneplácito del lector, que ¿lo intuye? -¡lo sabe!- zarandeado por las fuerzas del Bien y del Mal y atormentado por dudas existenciales, además de por el pánico y la soledad. Así que, aunque una descubre bien pronto la identidad del misterioso Paul y tiene desde el principio la certeza de que el trágico final de Daniel era inevitable, sigue adelante hipnotizada por la oscuridad y lo tenebroso de esta historia ubicada en macabras casas familiares, neblinosos cementerios, austeras casas de huéspedes... y habitada por iracundos excombatientes de la Guerra de Secesión, matrimonios que se detestan, mefistofélicos personajes y sus fáusticas proposiciones. Como en las históricas más góticas, vaya. Así que Vds. lean Aprovechen la ya tradicional negritud y oscuridad cantábrica estival y lean.


sábado, 7 de julio de 2012

UNA MEZCLA DE FLAQUEZAS (ROBERTSON DAVIES)


Hace cosa de un año reseñaba por aquí la novela inaugural de la Trilogía de Salterton de Robertson Davies, A merced de la tempestad, y decía con una metáfora bastante lograda, creo, que, pese a la evidente inferioridad con respecto a la Trilogía de Deptford y, más aún, a la de Cornish, se vislumbraban ya en ella chispas del enorme talento que Davies acabaría demostrando; de su talento y de los rasgos definitorios de su escritura: intelectualismo, ironía, sentido del humor, leitmotiv...
Pues bien, completada hoy la trilogía tras la lectura de Levadura de malicia y Una mezcla de flaquezas, me atrevo a ir más allá y a apuntar que, puesta en perspectiva, esta última novela en particular, y la trilogía en la que se inscribe en general, puede considerarse una primera versión de la de Cornish: la administración de un legado, la educación formal y sentimental de una joven, la batalla entre la tradición heredada y los valores posteriormente asumidos... son temas comunes a este título y Ángeles rebeldes y La lira de Orfeo, si bien éstas son más profundas y sofisticadas y vuelan a mucha mayor altura que aquella. Se resiente Una mezcla de flaquezas, creo, de una protagonista un tanto plana -ipsa dixit- casi hasta el mismo desenlace de la historia, donde muestra una doblez y una sangre fría sorprendentes, dada su bisoñez. Y se resiente también, quizá, de cierto exceso en su extensión, hasta el punto de resultar un tanto tediosa en su parte central.
Vds., no obstante, lean. Lean y disfruten. Pues hablamos de Robertson Davies, y eso son, aun en sus comienzos, palabras mayores.


martes, 3 de julio de 2012

INTERREGNO (XV)


Frente a lo que pudiera parecer y Vds., mis suspicaces amigos, hayan podido imaginar, no les he abandonado. Sucede simplemente que este año el final de curso se ha presentado un poco más ajetreado de lo habitual y que los preparativos de una ceremonia de graduación para una promoción dorada se han llevado las escasas energías que a estas alturas de año me quedaban. Con todo, he leído, aunque no se lo haya contado.
He leído, por ejemplo, la más que lírica Una puerta que nunca encontré de Thomas Wolfe, de la que aquí les dejo una perla sobre el otoño como motor de la nostalgia:
“Todas las cosas en la tierra se dirigen a casa en octubre: los marineros al mar, los viajeros a sus trenes, los cazadores al campo y la hondonada, el amante al amor abandonado: todas las cosas vivientes sobre la faz de la tierra regresan, regresan.”
He leído también la un tanto decepcionante Un blues mestizo de Esi Edugyan, sobre la que habrán podido leer en el Qué Leer del pasado mes de junio, así como la estomagante Efecto noche de Reiken, sobre la que podrán informarse en el inminente número de verano de la misma publicación. Yo que Vds., sin embargo, dedicaría mejor mi tiempo al Wolfe más arriba citado o, por ejemplo, a la travesura que el infravalorado William Boyd pergeñó con Nat Tate hace ya unos cuantos años. En ella no sólo traza Boyd la enigmática y atormentada peripecia vital de un artista pictórico de los ’50 y primeros’60, sino que con su lanzamiento denunció la hipocresía y superficialidad del establishment artístico-cultural de nuestros días, pues no fueron pocos los que afirmaron haber conocido en persona a Nat Tate antes de que Boyd reconociera que era un producto exclusivo de su magín. Ejem...


En fin, lo dicho. Que estamos de vuelta y que tengan Vds. un más que feliz verano.