martes, 30 de junio de 2009

MAPS & LEGENDS (MICHAEL CHABON)

"A detective novelist or a horror writer who made claims to artistry sat in the same chair at the table of literature as did a transvestite cousin at a family Thansgiving. He was something to be allowed for, indulged, pardoned, excused, his faboulous hat studiously ignored."
Maps & Legends
Michael Chabon
El otro día mencionaba de pasada el nombre de Michael Chabon y lo llamaba "amable campeón de la nostalgia". No era tan pedante hace unos meses cuando a propósito de Gentlemen of the road reconocía con la contraportada de la preciosa edición de Ballantine Books que Chabon es hoy por hoy el escritor más cool de América. Y que no sólo es cool, sino también lúcido, inteligente y, sobre todo, divertido lo demuestra la magnífica colección de artículos titulada Maps and Legends, que viene envuelta además en otra preciosa edición, en este caso de McSweeney's Books. Tenía Vd. razón, Sr. Krmpotic'.

En ella reivindica Chabon para la Literatura con mayúsculas las historias de aventuras y de terror, las entretenidísimas historias "con historia", por así decirlo, que a todos los lectores que en el mundo somos nos ganaron para esto y que de unas décadas a esta parte sufren la mirada condescendiente de otros relatos en los que no ocurre nada, salvo quizás -sólo quizás- la revelación epifánica del final.
I read for entertainment, and I write to entertain,
afirma, sin que ello redunde en perjuicio de su altura como escritor. O no debiera hacerlo, vaya. Lo entretenido no es necesariamente menos serio ni literatura de menor calado que lo aburrido. Eso sí, convendría ensanchar el alcance del término, pues la etiqueta de "entretenimiento" abarca para Chabon todo placer resultante del encuentro de una mente despierta con una página de literatura.

Y como muestra de lo anterior, dedica páginas y páginas a reflexionar sobre las virtudes y defectos -pocos, muy pocos- de las historias d
e Sherlock Holmes, de cómics como los de Will Eisner o las más que sorprendentes fuentes de donde uno puede tomar la inspiración: los relatos de Conan Doyle, un libro de mitología nórdica, los espacios en blanco del mapa de una ciudad en proyecto, las historias familiares, o la baqueteada leyenda del Golem de Praga. De tan heterogéneos lugares extrae Chabon material para su obra, sobre la que escribe en los capítulos finales de estos Maps and Legends haciendo frecuente burla de sí mismo, sobre todo, de sus comienzos como escritor. Y al tiempo que trata, a su original manera, de sus Misterios de Pittsburgh, de sus divertidísimos Chicos prodigiosos, de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay o El sindicato de Policía Yiddish, reflexiona sobre el tan traído y llevado pacto de ficción, los difusos límites entre la verdad y la mentira y la sorprendente y maravillosa facilidad con que los lectores -ingenuos y avezados- caen en la trampa de creerse la mistificación ideada por ese embustero y estafador que es todo buen escritor.

Como siempre, un pla
cer.


domingo, 21 de junio de 2009

PEQUEÑO, GRANDE (JOHN CROWLEY)

"Comoquiera que sea, todo esto aconteció hace mucho, mucho tiempo: el mundo, ahora lo sabemos, es como es y no de otra manera; si hubo alguna vez un tiempo en el que existieron pasillos y puertas, y fronteras abiertas y encrucijadas numerosas, ese tiempo no es el ahora. El mundo se ha vuelto más viejo. Ni siquiera el clima es hoy como el que recordamos de otras épocas: nunca en los nuevos tiempos hay un día de estío como los que rememoramos, nunca nubes tan blancas, nunca hierbas tan fragantes ni sombra tan frondosa y tan llena de promesas como recordamos que pueden estarlo, como lo fueron en aquellos tiempos."

Pequeño, grande

John Crowley

Los bravos y esforzados capitanes de esa intrépida nave que con el nombre de Shangri-La surca los mares ajena o no, según le plazca, a los vaivenes de corrientes y mareas, preparan para dentro de unos meses un número dedicado a la Memoria. Esta grumete que desde aquí les habla ha decidido enrolarse de nuevo en su tripulación para recoger las otoñales hojas que de aquí y allá se desprendan y tratar de la nostalgia, prima encantadora y un tanto tornadiza de la memoria. Y como estoy firmemente convencida de que hasta para frotar con agua y jabón la cubierta de madera de un buque hay que estar bien preparada, llevo ya un tiempo haciendo eso que un tanto pretenciosamente algunos han dado en llamar labor de documentación y he dedicado las tres últimas semanas a leer la enorme Pequeño, grande, de John Crowley.

Muchos no habrán leído nada de John Crowley. Algunos ni lo habrán oído mentar siquiera. Y no es de extrañar, pues sus relatos y novelas tienden de manera casi endémica y sorprendentemente coherente con su poética a desaparecer de catálogo. Y digo esto porque más que un autor de fantasía, más que un esteta, más que un brillante escritor, Crowley es, ante todo, el rapsoda -¡o mejor!- el aedo de un mundo perdido, quizás soñado, sin duda sublimado, pero mucho mejor que el presente. Crowley es hoy por hoy uno de los dos grandes campeones -al estilo homérico, ya que de aedos va la cosa- de la nostalgia. El otro, a su manera más amable y menos trágica, es Michael Chabon. Pero de estos asuntos les hablaré, creo, en unos meses. Centrémonos hoy en Crowley y en su Pequeño, grande.

¿Nostalgia de qué? preguntarán Vds. con razón. Pues de muchas y variadas cosas: del hogar, de la niñez, de la inocencia, del verano, de esos tiempos pasados que, como dijo Jorge Manrique, siempre fueron mejores... Y en el caso de Pequeño, grande, de todo ello y aún más en la forma de enorme, inmenso, eterno cuento de hadas sobre la ineluctabilidad del Destino, la ajmecaniva o incapacidad del hombre, su impotencia e incomprensión del papel a cumplir en un Plan mayor ideado para salvar, o no, un mundo en extinción o ya perdido, donde el sol era más cálido, el invierno menos riguroso y todos éramos más felices.

Más de lo mismo, me dirán Vds. Esta vez se equivocan. Y es que si una virtud tiene Pequeño, Grande, es su originalidad. De historias sobre las diferencias y conflictos entre el hombre y los seres feéricos -llamémoslos así- está llena la literatura tradicional. Piensen si no en los cuentos de nuestra infancia. Pero pocos o ninguno de ellos se sirven como elementos de la trama del Arte de la Memoria de Giordano Bruno, de un culebrón de la televisión, o de la resurrección de Federico Barbarroja, por ejemplo. El resultado podrá ser en ocasiones desconcertante y excesivo, por momentos moroso, pero lo cierto es que Pequeño, grande, también sorprende y maravilla y abunda en botones de genialidad como el que abre esta entrada.

No me atrevo a decirles en esta ocasión que lean; pero si lo hacen, tengan paciencia.


sábado, 13 de junio de 2009

INTERREGNO (IV): UNA DE COSAS BIEN DICHAS

"A una parte de los teóricos universitarios de la literatura y a los demagogos de la política estas similitudes les producen una agresiva irritación. La demagogia política -que es casi la única forma de política que se practica en estos días- consiste en alimentar el orgullo chulesco de los llamados nuestros frente a la vileza o la inferioridad de los otros. Las teorías literarias dominantes desde hace décadas sobre todo en las universidades anglosajonas, se basan en una clasificación semejante de los seres humanos y de los productos de su imaginación: las obras de literatura carecen de verdadera sustancia, o de cualquier correspondencia con la vida de quienes las escriben o con el mundo en el que surgen; son emanaciones de discursos de opresión o discursos que manifiestan identidades colectivas, tan cerradas sobre sí mismas y tan ajenas entre sí como las culturas tribales que estudian los antropólogos; atribuir a una obra literaria un valor universal es tan ridículo como buscar rasgos humanos, conductas o incluso percepciones que sean naturales, o principios éticos que merezcan ser respetados por igual en cualquier lugar del mundo; en último extremo, la literatura es siempre un sucedáneo, un residuo de algo: del poder patriarcal, de la construcción de la identidad, etcétera.

Quizás los estudios literarios están empezando a salir de una larguísima glaciación que lo sepultó todo: falta saber si una vez que los hielos se retiren habrá quedado algo, al menos una noción de lo más decisivo, el placer apasionado de la lectura, el talento para trasmitir sabiduría y entusiasmo, no sólo una jerga muerta hecha de recuelos marxistas, freudianos, estructuralistas."

"Cerca del origen"

Antonio Muñoz Molina

Babelia, 13 de junio de 2009

Pues eso. Amén. Que así sea, vamos.

viernes, 5 de junio de 2009

UNA PRINCESA EN BERLÍN (ARTHUR R. G. SOLMSSEN)

"¿Se puede sentir nostalgia cuando se vuelve a casa?"

Una princesa en Berlín

Arthur R. G. Solmssen

Del horror nazi, el holocausto y la Segunda Guerra Mundial se ha escrito mucha ficción en los últimos años. Así como otros "best-seller tipo" vienen y van, el filón del nazismo parece no agotarse nunca. Sin embargo, al menos que yo sepa, los confusos y tormentosos años '20 en Alemania no han sido demasiado explorados, cuando en realidad es ahí donde está la clave para responder a la pregunta tantas veces formulada del cómo. Y me refiero, por supuesto, a cómo los bárbaros consiguieron adueñarse de un país como Alemania.

Pues bien, es a esa misma Alemania de Weimar, convulsa e indignada por los abusivos términos de la rendición cedida en Versalles, adonde llega el joven estadounidense Peter Ellis, pintor en ciernes, que lo mismo se codea con lo más granado de la banca alemana -judía, por supuesto- que con artistas bohemios y comunistas, dispuesto a extraerle a la vida todo el jugo que no pudo extraerle en los EEUU o incluso en París.

Lo que sigue es Una princesa en Berlín, una novela tradicional de iniciación con todos sus tópicos. Y pese a ello, sorprendentemente efectiva. Es curioso cómo una sucesión de clichés puede llegar a atrapar y emocionar de tal manera. Todo encaja con precisión y perfección, nada se echa de menos ni de más en esta novela, que al tiempo que relata los aventuras y desventuras del encantador Peter, su amigo Christoph y la familia Waldstein, ofrece un completo y detallado panorama de los años del advenimiento de la bestia.

Hace unos años me decía un amigo a propósito de una famosa y emocionante escena de Casablanca, que más abajo pueden y deben ver, que la Segunda Guerra Mundial fue una de las últimas veces de la historia en que estuvo claro quiénes eran "los malos". Es cierto. Y, sin embargo, llegaron al poder por medio de las urnas. Así que o bien no estaba tan claro al principio, o bien fueron considerados un mal necesario por la sociedad alemana del momento; una sociedad enferma de impotencia, ira, culpa y vergüenza y enferma, por supuesto, de eso que se ha dado en llamar nacionalismo.