domingo, 29 de enero de 2012

NETHERLAND: EL CLUB DE CRÍQUET DE NUEVA YORK (JOSEPH O’NEILL)

“Estoy demasiado cansado para explicarle que no estoy de acuerdo, para decirle que, por mucho que Chuck me haya decepcionado al final, hubo numerosos momentos antes en que no fue así, y que no veo ningún motivo por el que no podamos basar nuestro juicio definitivo en su conducta anterior, la mejor. Todos acabamos decepcionando a los demás”.
Netherland,
Joseph O’Neill
En un momento dado de esta soberbia novela, dice su protagonista y narrador, Hans van den Broek, que el trabajo contribuye a delimitar el vasto y caótico mundo. El deporte, cualquiera que sea, cumple también esta función. Con su bien delimitado compendio de reglas, técnicas, equipamiento y accesorios al uso, con su nómina de campeones y aspirantes a la gloria, sirve para aliviar la entropía y nos ofrece una parcela en que las cosas son, o solían ser, por lo general, más sencillas. Así lo veía, por ejemplo, el Frank Bascombe de la trilogía de Richard Ford y así parece entenderlo el mencionado Hans de Netherland.

Holandés emigrado a Londres y de Londres a la Gran Manzana, donde es abandonado por su mujer y su hijo poco después de los atentados contra el World Trade Center, Hans combate la soledad y, sobre todo, el desarraigo, aferrándose a una antigua afición de juventud, el muy europeo críquet, y al megalómano proyecto del carismático, expansivo y peligroso Chuck Ramkissoon.

No es ésta, sin embargo, una novela de deporte, sino que el críquet le sirve a O’Neill de correa de transmisión para componer una honda y compleja novela, muy rica en matices y colores, sobre la inmigración, la identidad y el desarraigo desde una perspectiva más que original; no la del pobre desesperado, sino la del aparente triunfador. Que todo ello vaya empaquetado, además, en una prosa modélica y brillante por su manejo de tropos varios en general y símiles en particular, me invita a cerrar esta entrada entonando uno de los mantras más repetidos en esta esquina: lean, lean.



miércoles, 11 de enero de 2012

RITUAL EN LA OSCURIDAD (COLIN WILSON)

Mientras encuentro tiempo, o no, para contarles algo sobre la divertida y, cómo no, estupenda Levadura de malicia de Robertson Davies, les dejo por aquí la crítica de la sorprendente, oscura y sobresaliente Ritual en la oscuridad de Colin Wilson, que una servidora leyó el pasado mes de noviembre. Esta crítica ha visto, por fin, la luz en el número del corriente mes de la tristemente amenazada -concurso de acreedores mediante- Qué Leer.

Aprovechemos, pues, la ocasión, para lamentar el triste y desolador signo de los tiempos y para mandar todos los ánimos del mundo y un fortísimo abrazo a su más que talentoso, entusiasta y competente redactor jefe.

Esta va por Vd., Milord.

martes, 3 de enero de 2012

EL ASESINO HIPOCONDRÍACO (JUAN JACINTO MUÑOZ RENGEL)

Inauguremos, pues, el año y hagámoslo con buenas lecturas. De manera un tanto casual ha venido a mis manos esta novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel, una comedia negra más que divertida protagonizada por el genial Señor Y., un asesino a sueldo “de moral kantiana” que amanece cada día in articulo mortis, aquejado como está de una nómina interminable de improbables enfermedades. El deber es, sin embargo, el deber, un imperativo categórico que lo lleva a arrastrarse por todo Madrid -y la Sierra- detrás de Eduardo Blastein, una víctima imposible que, cual nuevo Correcaminos, llevará a nuestro hipocondríaco antihéroe a forzar su cuerpo y su inventiva, por no hablar de la jurisprudencia, a límites inimaginables que dejarían en ridículo a la mismísima ACME del Coyote.

Sí, es ésta una novela ciertamente divertida, capaz además de convertir en virtud el que en otras circunstancias podría considerarse un defecto. Las repeticiones del esquema básico de la trama no cansan al lector, sino que devienen en un elemento cómico más, hasta el punto de que, aún no ha fracasado, y una ya espera impaciente el próximo capítulo para averiguar qué nueva estratagema imposible ha ideado el Señor Y. para acabar de una vez con Blastein.

Así que háganme caso y, cuando quieran reírse con ganas, lean, lean.