sábado, 20 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE LOS GONDOLEROS (WILLIAM GOLDMAN)

Se habla con frecuencia de la función etiológica del mito, de su papel como explicación poco o nada racional de una realidad dada. Y un mito etiológico es lo que construyó William Goldman en su regreso a la ficción literaria como S. Morgenstern, padre de La princesa prometida. Lleva esta rentrée el título de Los gondoleros silenciosos y en ella relata Morgenstern-Goldman el porqué del actual silencio de los que durante mucho tiempo fueron los más talentosos cantantes del mundo, capaces incluso de humillar a todo un Enrico Caruso. El porqué se halla en la historia de Luigi, gondolero de sonrisa bonachona bajo la que se esconde una melancólica verdad de la que sólo diré aquí que atañe a los sueños frustrados.

Precede a este relato una nota en la que el propio Morgenstern desmiente su muerte pero lo cierto es que poco hay en él que permita identificar a su autor con el de ese trepidante homenaje a la novela romántica de aventuras que fue La princesa prometida. Donde aquella era desenfadada, alegre, divertida, sarcástica y un punto cínica, esta resulta, en mi opinión, demasiado lírica, por más que las rupturas de la ilusión poética del propio Morgenstern traten de aligerar el tono. Sí, puede que Morgenstern siga vivo, pero no ha mostrado mucha viveza en esta fábula demasiado evidente y consciente de sí misma, por lo que, por aquí, seguiremos esperando el verdadero regreso del más talentoso autor de Florín, el mismo que identificó la alegría de vivir con el amor y, por supuesto, con una caja de caramelos para la tos:

"[...] sino que lo digo porque de verdad creo que el amor es lo mejor del mundo, después de los caramelos para la tos. Pero también debo decir, por enésima vez, que la vida no es justa. Sólo es más justa que la muerte. Es todo."

William Goldman

La princesa prometida

miércoles, 17 de noviembre de 2010

SUKKWAN ISLAND (DAVID VANN)

Le leí en una ocasión a la muy cabal Zadie Smith que hay historias que conmueven porque ratifican nuestra visión del mundo y nos llevan a la hoy tan injustamente devaluada identificación con lo leído; y otras, en cambio, que lo hacen porque sacuden nuestros cimientos y convicciones hasta el punto de hacernos removernos en el asiento y sentirnos particularmente incómodos. Sukkwan Island de David Vann, que he leído estos días animada por el entusiasmo de la crítica en general y de nuestro buen amigo Krmpotic’ en particular, pertenece, no hay duda, al segundo grupo. Para empezar, porque desorienta. Y no es que no se atisbe el desastre desde las primeras páginas. El experimento de Jim de irse a vivir con su hijo adolescente Roy a una inhóspita y deshabitada isla de Alaska no tiene cabida para happy end alguno; menos aún cuando se muestra, desde un principio, falto de toda preparación y, sobre todo, determinación. Jim tiene la iniciativa y los sueños de otros célebres megalómanos, como el Morel de Las raíces del cielo de Gary o el Allie Fox de La costa de los mosquitos, pero sin un ápice de su voluntad. Así que no, no nos sorprende comprobar que Jim no es precisamente el hombre Marlboro. Lo que sorprende es la forma y el momento en que se produce el desastre. El resto es el incómodo y desasosegante relato de un viaje a la locura y a la Nada absoluta, que a mí ha terminado por resultarme un tanto repetitivo, aunque reconozco su eficacia narrativa.

Dijo en una ocasión Henry James que si eres capaz de explicar cómo y por qué te ha impresionado algo, puede que no te haya impresionado tanto. Y, sí, es cierto que muchas de nuestras historias preferidas lo son de una manera visceral, irracional. Lo mismo me ha ocurrido a mí con Sukkwan Island a la inversa. Soy consciente de que objetivamente es una novela original, diferente, poderosa, desasosegante y violenta como la narrativa de Cormac MacCarthy o, por qué no, de Flannery O’Connor, pero no sé muy bien por qué no me ha acabado de “llegar”. Quizá sea, como me proponía el bueno de Milo esta tarde, por su marcado carácter masculino. Saben Vds. que creo en la universalidad de la obra de arte y que reniego de etiquetas como literatura masculina y femenina pero es cierto que no he entendido a Jim y que los soñadores ingenuos y desastrosos que en la Historia de la Literatura han sido suelen ser varones. Las mujeres, creo, somos, en cierto modo, más prosaicas y, sobre todo, prácticas y no creo que a ninguna se le hubiera ocurrido llevar a un adolescente a una isla como Sukkwan Island. O quizá, si no sé explicar por qué no me ha entusiasmado demasiado esta historia, sea porque me ha “llegado” más de lo que, en un principio, creía. ¿Quién sabe?

viernes, 12 de noviembre de 2010

EL RECTOR DE JUSTIN (LOUIS AUCHINCLOSS)

“Pronto, demasiado pronto, la realidad echará abajo los muros y desbordará los cauces del colegio con sus furiosas aguas, pero hay un tiempo provisional que nos pertenece, y ese tiempo provisional, ¿acaso no es tan real como la misma realidad?”

El rector de Justin

Louis Auchincloss

En Literatura, como en aquella canción, todo depende. Que ¿de qué depende? De según como se mire, o lo que es lo mismo, del punto de vista. No estoy hablando aquí de la diferente recepción que una misma obra pueda tener en uno u otro lector; ya saben, aquello del de gustibus non disputandum. Me refiero, más bien, a la perspectiva adoptada por el autor y al punto de vista seleccionado para su narración.

Es precisamente desde este prisma como cobra especial interés El rector de Justin de Louis Auchincloss, una novela interesante, de innegable talento, sobria y severa, pero con visos de convertirse, durante buena parte de su desarrollo, en el relato hagiográfico y un tanto huero de la vida del santo y megalómano Francis Prescott, fundador de St. Justin Martyr. Es este el internado masculino de Nueva Inglaterra, poblado por los retoños imberbes con chaqueta de franela de lo más selecto del establishment de no pocas décadas de historia de los EE.UU, al que ha venido a parar como inexperto profesor el joven Brian Aspinwall, narrador de buena parte de la vida del “santo” Prescott. Y si señalo la importancia del punto de vista, es porque en la segunda mitad de la novela surgen otras voces como la del místico y exaltado Charley Strong y, sobre todo, la del suicida Jules Griscam, que contribuyen a sombrear el carácter de Prescott y a hacerlo, en consecuencia, mucho más interesante.

No son, pues, casuales las referencias a Henry James del primer tercio de la obra, ni el paratexto de la contraportada de Libros del Asteroide, que hace de Louis Auchincloss el heredero literario del Maestro. Y no son casuales porque el juego de perspectivas fue siempre muy del gusto del Señor James, autor, entre otras joyas, de Los papeles de Aspern y fautor de uno de los narradores menos fiables que en la Historia de la Literatura han sido, la sufrida institutriz de Otra vuelta de tuerca.

Así que, si les apetece embarcarse en un interesante juego de perspectivas y tienen, como yo, debilidad por todas esas ficciones ambientadas en los fríos claustros neogóticos del saber en los que tanto aprendieron y tan mal lo pasaron los tiernos muchachos de la primera mitad del pasado siglo, ya saben, lean, lean.


martes, 9 de noviembre de 2010

MIRE AL PAJARITO (KURT VONNEGUT)

No es ningún secreto para Vds. que en los últimos tiempos Kurt Vonnegut ha ganado por aquí muchos enteros en esa virtual y un tanto artificiosa jerarquía nuestra de referentes literarios. Hasta le he creado sección propia en este pequeño rincón bajo el creo que muy significativo título de Mejor que lo diga Vonnegut. Así que, mientras dedico mis escasos momentos de ocio a la talentosa, seria y más que correcta pero un tanto falta de propósito El rector de Justin de Louis Auchincloss, es para mí un placer dejarles por aquí la reseña que de Mire al pajarito (Sexto Piso, 2010) firmo en el Qué Leer del corriente mes de noviembre junto con la urgente recomendación de que, por favor, lean, lean a Vonnegut.

Publicado en Qué Leer, número 159 (noviembre de 2010)