sábado, 29 de agosto de 2009

LOS RESTOS DEL DÍA (KAZUO ISHIGURO)

“Orgullo y reserva no son las únicas cualidades que cuentan; quizá no sean siquiera las mejores. Pero si resulta que son las virtudes peculiares de alguien, esa persona se desmoronará si deja que se deterioren”.

El buen soldado

Ford Madox Ford

Hace un tiempo y en otro lugar traté de los "enfermos corteses" a propósito de On Chesil Beach de Ian McEwan. Me refería entonces con tal etiqueta a esas personas a las que aterra la pública exhibición de cualquier cosa remotamente parecida a lo que hemos dado en llamar emociones, sentimientos... o, incluso y sin ir tan lejos, de cualquier cosa que caiga en el ámbito de lo personal. Y decía también entonces que el paroxismo de la cortesía tenía la cara del Anthony Hopkins de Lo que queda del día, adaptación cinematográfica de la novela Los restos del día de Kazuo Ishiguro que, por fin, he leído. No en vano el mayordomo Stevens, protagonista absoluto de la novela, define la dignidad que tanto le obsesiona como "no desnudarse en público".

Insisto. La voz del narrador mayordomo Stevens es una de las más peculiares que uno puede "escuchar". Es tímido, extremadamente reservado, de todo menos espontáneo, clasista y snob a su manera y, sobre todo, poco fiable; no para su señor -de hecho es leal hasta el absurdo-, sino para nosotros, sus lectores. Stevens es un perfecto ejemplo de lo que los manuales de Teoría de literatura denominan "narrador infidente", si bien no deberíamos tenérselo demasiado en cuenta. Si Stevens nos miente es porque se miente a sí mismo, que puede que no sea un buen modo de vivir, de acuerdo, pero sí de salir adelante y preferible a la terrible constatación de que uno se equivocó irremediablemente al elegir vivir la vida como lo hizo.

4 comentarios:

Olvido dijo...

Si las cartas no son buenas y la suerte no ayuda en los descartes, quizá lo más arriesgado para seguir jugando sea lanzar un órdago y morir mintiendo.
Que agudo Madox!
Una pregunta Ceci: Has creído lo que cuenta Stevens?
Un beso

CEci dijo...

Una metáfora muy plástica, Olvido. Y no, no me he creído a Stevens. ¡Pobre hombre! Ni él mismo está convencido por más que lo intenta. De hecho, según se va acercando al final y a la súbita asunción de la verdad sentado en el banco con el lugareño desconocido, reconoce cada vez más que la memoria lo "engaña".
Si luego se vuelve a poner la careta, o mejor, la coraza, y vuelve por sus fueros, es para sobrevivir y paradójicamente este gesto lo hace más ser auténtico, más humano.
Otro final convertiría esta elegante y agria novela en un folletín decimonónico o, peor, en una fábula moralizadora.
Besos!

Olvido dijo...

Entiendo muy bien lo que dices de la coraza y sin haber leído el libro comprendo bien al personaje.
Sólo te preguntaba porque a veces cuando el narrador engaña no acabamos de entrar en el texto pero en este caso, efectivamente, es distinto, porque el que se engaña es él y no importa, no es un narrador deficiente.
Un beso Ceci y buen día

Unknown dijo...

"narrador infidente"... no lograba dar con el término castellano: gracias. es que la voz en primera persona del WINTERWOOD de patrick mccabe es un "unreliable narrator" de tamaño XL, pero ya ves, hablaba del tema y tenía que dar la versión en inglés :P
volviendo a THE REMAINS OF THE DAY, es un libro tan bello como doloroso, de sutileza japonesa y elegancia británica, cuya primera página no me cansaría de leer nunca (en inglés, no sé cómo será la traducción). una pequeña maravilla. y sí, stevens nos miente porque se miente a sí mismo. ergo no hay trampa: todo forma parte de la misma unidad narrativa y de sentimiento.
un saludo más, doña ceci...