“Sin embargo, el coraje y la perseverancia son inútiles si no se ponen a prueba”
La librería
Penelope Fitzgerald
Continúo con mi particular lucha contra el calendario. No quería, sin embargo, faltar a mi acostumbrada cita semanal ni dejar de decirles que La librería de Penelope Fitzgerald, recientemente editada por Impedimenta, tiene de encantadora novelita tan sólo la apariencia. No me malinterpreten. No digo que no sea buena, que lo es y bastante, por cierto, sino que lo que podría pasar por el sosegado y plácido relato de la vida de una librera en un pequeño pueblecito inglés es, en realidad, la crónica de la despiadada lucha entre la civilización, la lucidez y la bondad, de un lado, y la zafiedad, brutalidad e ignorancia de otro. Y es cierto que el coraje y la perseverancia sólo son tales cuando se ponen a prueba, como pueden leer más arriba, pero no lo es menos que algún que otro diccionario, un puñado de almanaques y una novela perturbadora son escaso bagaje para lanzarse a las trincheras contra la gran mayoría.
“Para mí es un honor suficiente pertenecer al universo: a un universo tan grandioso y a un plan tan magno de las cosas. Ni siquiera Dios puede privarme de este honor, pues nada puede modificar el hecho de que he vivido; he sido yo, aunque por tan breve espacio de tiempo. Y cuando haya muerto, la materia que compone mi cuerpo será indestructible y eterna, y le ocurra lo que le ocurra a mi “alma”, mi polvo seguirá existiendo siempre y cada átomo de mí desempeñando su función individual, participaré de algún modo en el mundo. Cuando esté muerto, podréis hervirme, quemarme, ahogarme, dispersarme, pero no podréis destruirme: mis pequeños átomos no harán sino reírse de tan severa venganza. La muerte sólo puede matarnos.”
Bruce Cummings, apud David Lodge, La vida en sordina
Nada como la geología y la biología para tomar distancia. Pensar que en el fondo no somos más que átomos, química y conexiones eléctricas ayuda a poner en su verdadero lugar las banales preocupaciones de la vida moderna: ¿qué importan el nepotismo y la venalidad, el desempleo o la incertidumbre del ahora qué, cuando se contrastan con la furia de un volcán islandés capaz de poner en jaque a todo un hemisferio o se consideran a la luz de la perla de reconfortante materialismo que Vds. acaban de leer?
Extraña, eso sí, tanta contundencia, severidad y relevancia en una novela de David Lodge, habitual autor de desopilantes y geniales tramas de campus. El protagonista de La vida en sordina, Desmond Bates, vuelve a ser un profesor de lingüística pero los años pasan para todos, también para los “cuerpos de papel”, y el héroe de Lodge es en esta ocasión un profesor prejubilado que no acaba de adaptarse a su nueva situación y cuya vida parece haberse convertido en una lucha diaria contra su creciente sordera. Es esta tara la que nos depara los momentos más cómicos de esta historia. Y no es de extrañar, pues donde la ceguera es trágica y despierta empatía, la sordera es cómica y no suscita otra cosa que irritación, como inteligentemente señala el propio Desmond al comienzo de esta historia.
No me atrevería, sin embargo, a etiquetar esta novela de comedia, pese a que he reído con ganas en más de una ocasión y a que viene firmada por un maestro del género como David Lodge. Hace un tiempo utilicé por aquí el término de “comitragedia” para reflejar la estructura de la genial Caníbales y misioneros de Mary McCarthy y creo que de nuevo es esta etiqueta la que mejor encaja a la hora de caracterizar esta novela que, según avanza la trama, deja de ser vodevil de enredo para convertirse en una conmovedora reflexión sobre el propio deterioro y el inevitable final que a todos nos aguarda.
En cualquier caso, Vds. lean. Si quieren pasar un buen rato aderezado por alguna que otra reflexión de corte existencialista, lean.
P. S. Si el otro día denuncié los desmanes ortográficos del traductor de las Tormentas cotidianasde Boyd, me parece hoy de recibo subrayar los méritos de la traducción que Jaime Zulaika ha hecho para Anagrama de esta Vida en sordina; méritos que lo son más si se tiene en cuenta que la comicidad de esta novela reposa en su mayor parte en los equívocos lingüísticos generados por la sordera de Desmond Bates.
“The name of the new religion, said Rumford, is The Church of God the Utterly Indifferent [...] These words will be written on that flag in gold letters on a blue field. Take care of the People, and God Almighty Will Take Care of Himself. The two chief teachings of this religions are these, said Rumfoord: Puny man can do nothing at all to help or please God Almighty, and luck is not the hand of God.”
The Sirens of Titan
Kurt Vonnegut
Hay algo catártico en las novelas de Kurt Vonnegut, cuyas tramas parecen alentadas por un cierto fatalismo y determinismo, eso sí, sui generis. Y digo sui generis porque donde en el fatalismo al uso son Dios, la Providencia, los Dioses, la Parca, el Destino, o como Vds. quieran llamarlo, los responsables y el Fin último de toda acción humana, ese escritor gamberro, díscolo y genial que fue Vonnegut es capaz de convertir la historia de la Civilización en una broma interestelar de los trafamaldorianos. El villano, por megalómano, de Las Sirenas de Titán, Winston Niles Rumfoord, juega a unir a todos los terrícolas en una nueva religión con un único mandamiento: Dios no existe. Y en el proceso ejerce paradójicamente de dios-titiritero que mueve los hilos de un grupo de personajes que, como Edipo al huir de su Destino, se precipitan a cumplirlo; aunque las cosas, por supuesto, no son lo que parecen o pudieran parecer en un primer o segundo nivel, como bien se demuestra en el un tanto apresurado pero perfecto y redondo, nunca mejor dicho, final.
Sin embargo, una cierra esta novela con una sonrisa y convencida de que, al final, todo ha salido y saldrá bien. Quizá se deba esto a que, como es habitual en Vonnegut, el narrador cuenta en retrospectiva, situado a eones de distancia en un tiempo y lugar en que la Humanidad se halla en paz consigo misma, aunque sea una paz vacua y estéril. Quizá a que los viajes interestelares y el papel que sus un tanto zafios personajes -y me refiero aquí a la historia, no a la caracterización del autor- desempeñan en nuestra Historia ayudan a poner en perspectiva las preocupaciones que, aunque minúsculas, consiguen abrumarnos en nuestra vida cotidiana. O quizá sea que leyendo a Vonnegut una se reconcilia con su especie y aprende a querer al Hombre como se quiere, pese a todo, a la oveja negra de la familia; y aprende también que la vida, sin conflicto y sin compañía, no es digna de ser vivida.
Así que Vds. lean. Lean y no se pierdan otra genial novela del que quizá fue el único hoosier que no necesitó del baloncesto para hacerse digno de ser recordado.
Les decía el otro día que la que desde aquí les escribe firma en el Qué leer del presente mes una crítica de la última novela de William Boyd, Tormentas cotidianas (Duomo). Aquí se la dejo para que, si quieren, le echen un vistazo. No quisiera desaprovechar la ocasión de agradecer de nuevo a la dirección y redacción de dicha revista la oportunidad ofrecida, así como, sobre todo, de comentar lo que en su momento deseché por una mera cuestión espacial y por entender que el bueno de William Boyd no es responsable, sino víctima, de lo que ya en otra ocasión denominamos por aquí crímenes de lesa edición.
Una entiende que corren tiempos difíciles y que poner en funcionamiento una nueva editorial no supone pocos riesgos. Pero si de ahorrar se trata, no sé si hacerlo a costa de los revisores o los traductores supone un buen negocio. Viene esto a cuenta de las ¡45! -ahí es nada- faltas de ortografía que presenta esta su primera edición. Al margen de un bricolage a la francesa -que debiera haber aparecido en cursiva o en la más castiza forma de bricolaje-, que casi es lo de menos, se derivan todas ellas del sorprendente desconocimiento por parte del traductor de que los pronombres y, sobre todo, los adverbios interrogativos, llevan tilde aunque la interrogación sea indirecta. A ello se suman además alguna que otra traducción un tanto chirriante como “la risa que le hacía su propio chiste” y una errata disculpable en que se lee “Jonjo” en lugar de “Juan”.
No sé a Vds., pero cuando yo estaba en el colegio a mí me sobraban los dedos de una mano para contar las faltas de ortografía que se nos toleraban, así que me parece indignante que un traductor profesional se permita tales “descuidos” y, aún más, que no hayan sido detectados por nadie en la editorial. Así que, aunque sea ya tarde, escribiré a Duomo con una nómina de las faltas que deben corregir con vistas a una eventual segunda edición que, espero, haga justicia en lo formal a la entretenidísima novela de William Boyd.
Entiendo su necesidad y, si me apuran, su inevitabilidad pero no me gustan los reclamos de los que habitualmente se sirven en las editoriales para vender una novela. Suelo tirar las cenefas y no hago demasiado caso a los reclamos de portadas y contraportadas. Ya saben, aquello de “Si te gustó El nombre de la rosa, te apasionará...” Y es que el resultado no suele estar a la altura de las expectativas. De vez en cuando, sin embargo, los exaltados elogios están del todo justificados. Es el caso de La vida fácil de Richard Price, cuya edición para Mondadori viene presidida, entre otras, por las siguientes críticas de Dennis Lehane y Michael Chabon respectivamente:
“Dudo que alguien vuelva a escribir una novela tan buena en mucho, mucho tiempo.”
“Uno de los mejores escritores de diálogos de la historia de la literatura norteamericana.”
No sé si La vida fácil es la mejor novela de los últimos tiempos; sí, en cambio, que es condenadamente buena. Y no es la menor de sus virtudes la que con el acierto de siempre señala Chabon, sus diálogos. Lo de figurar conversaciones siempre me ha parecido tremendamente complicado. El peligro del chirrido, la impostación y la falta de naturalidad acecha siempre a la vuelta de la esquina. Sin embargo, los diálogos que habitan e insuflan vida a estas páginas de Richard Price destacan por su fluidez y espontaneidad. No es de extrañar si atendemos al último de los reclamos, por cierto de lo más pertinente, de la edición que nos ocupa: Richard Price, guionista de The Wire. Y subrayo su pertinencia porque leer La vida fácil de Price es como ver otro capítulo de la, ahora sí, mejor ficción televisiva de los últimos tiempos. Cambien Baltimore por Nueva York, a Jimmy McNulty por Matty Clark, a Kima Greggs por Yolonda y ahí lo tienen. No hay, es cierto, villanos a la altura de los Barksdale o “Stringer” Bell. No hay un Robin Hood como Omar Little, pero el resto, las casas baratas, las esquinas, sus colgados, la incompetencia de los prebostes... todo está ahí para trazar una historia redonda y perfecta en torno a un homicidio en las brutales calles de Nueva York.
En el Qué Leer del corriente mes de abril pueden leer una crítica más que favorable de la que desde aquí les escribe acerca de las Tormentas cotidianas de William Boyd. En ella subrayo el talento de su autor para construir un buen thriller, absorbente y divertido, al que no creo que hagan demasiado bien las pretensiones que le atribuyen sus editores -los españoles, al menos- que afirman haber publicado “la gran novela de nuestros tiempos sobre Londres” y una historia de “grandes ambiciones”. Pues bien, donde Tormentas cotidianas se queda en la superficie -sin que ello sea un desdoro para ella, insisto- La vida fácil de Price llega hasta al fondo. Su historia no sólo está muy bien trabada, sino que además es de gran calado y justifica, de sobra, la etiqueta que se le impuso desde las páginas de The Wall Street Journal:
"El arte no es una forma de ganarse la vida. Es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable. Practicar un arte, bien o mal, es una forma de hacer crecer el alma. Por el amor de Dios, canten en la ducha. Bailen con la música de la radio. Cuenten cuentos. Escriban un poema para un amigo o para una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa. Habrán creado algo".
Kurt Vonnegut, Un hombre sin patria
"Sometimes it's hard, trying to make art you know you can sell without feeling that you are selling it out. And then sometimes it's hard to sell the art that you have made honestly without regard to whether or not anyone will ever want to buy it. You hope to spend your life doing what you love and need and have been fitted by nature or God or your protein-package to do: write, draw, sing, tell stories. But you have to eat."
Michael Chabon, Maps and legends
"In all sorts of areas of our life, we enhance the quality of our lives by going for the slow option, the path which takes a little bit of effort."
Philip Hensher "Why handwriting matters" The missing ink
Declaración de intenciones...
"It's just magic! Magic!"
C. S. Lewis-A. Hopkins en "Shadowlands" Richard Attenborough
"¿Qué pasa si no existe Dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó? ¿No te interesa? ¿No te interesa esa experiencia?"
"Hannah & her sisters" Woody Allen
But it's exactly that vitriol and its unacceptable nature that Twain intended to capture in the book as it stands. Perhaps this is not a book for younger readers. Perhaps it is a book that needs careful handling by teachers at high school and even university level as they put it in its larger discursive context, explain how the irony works, and the enormous harm that racist language can do. But to tamper with the author's words because of the sensibilities of present-day readers is unacceptable. The minute you do this, the minute this stops being the book that Twain wrote.
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