"Más tarde, pensó que la rana de la cacerola era un buen ejemplo del modo como la gente deja que ciertas cosas a las que está acostumbrada duren muchísimo tiempo, sin darse cuenta de que son precisamente esas cosas a las que está habituada las que la están matando. Y ahora se preguntaba, sentado en el coche de Benhardt, cuándo llegabas exactamente a ese punto y cómo te dabas cuenta de que estabas cerca de él, y en el caso, poco corriente, de que te dieras cuenta o intuyeras lo que iba a pasar, qué habías de hacer para no quemarte."
La última oportunidadRichard Ford
Creo que ya he dicho por aquí en más de una ocasión, y si no, lo digo ahora, que me encanta la trilogía que Richard Ford le dedicó a ese hombre tranquilo que es Frank Bascombe. No voy a hablarles hoy de este tipo tan singular, encantado con las pequeñas cosas de la vida. Eso lo haré, según creo, en la carrera estival de esa otra nave en la que de un tiempo a esta parte me enrolo encantada de vez en cuando.
Si aquí he traído hoy al bueno de Frank ha sido en un arranque de estructuralismo, según el cual, como saben, cuando de definir algo se trata, tan importante es lo que ese algo tiene como lo que no tiene. El contraste, vamos. Y si, como digo, El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias, me parecen magníficas novelas, la segunda de ellas rayana en la genialidad, el resto de la producción de Ford no me acaba de "llegar", ya se trate sus colecciones de relatos Rock Springs, Pecados sin cuento, De mujeres con hombres o de novelas como Un trozo de mi corazón o esta La última oportunidad que hoy traigo aquí.
Me explico. Lo intento, al menos. No es que no haya disfrutado con La última oportunidad, una notabilísima novela negra, con sus ritmos lentos de calores, drogas y alcohol -mezcal, para más señas-, con su suspense en aumento y con su "héroe" cínico y desencantado -no del todo aún, pues no es banal ni gratuito el título de esta historia- que en un intento de recuperar a Rae, la única mujer a la que ha amado, llega a una violenta y cada vez más hostil Oaxaca para sacar de la cárcel a su -su "de ella"- hermano Sonny antes de que lo maten. Una Oaxaca, por cierto, digna del mejor Malcolm Lowry; una casi espera ver salir el fantasma de su cónsul británico de cualquier esquina.
Claro que la he disfrutado. Pero por más que sepa que no hay que juzgar una novela por aquello que no es ni su autor quiso que fuera, como en su día señalara Updike en sus recomendaciones para escribir una buena reseña, la sombra de Frank Bascombe sigue siendo muy muy alargada y, pese a la indudable calidad de esta novela, como también de gran parte de los cuentos de Ford, no consigo evitar cierta decepción cada vez que leo algo de la prosa que Ford no ha dedicado a su hombre tranquilo.
Si aquí he traído hoy al bueno de Frank ha sido en un arranque de estructuralismo, según el cual, como saben, cuando de definir algo se trata, tan importante es lo que ese algo tiene como lo que no tiene. El contraste, vamos. Y si, como digo, El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias, me parecen magníficas novelas, la segunda de ellas rayana en la genialidad, el resto de la producción de Ford no me acaba de "llegar", ya se trate sus colecciones de relatos Rock Springs, Pecados sin cuento, De mujeres con hombres o de novelas como Un trozo de mi corazón o esta La última oportunidad que hoy traigo aquí.
Me explico. Lo intento, al menos. No es que no haya disfrutado con La última oportunidad, una notabilísima novela negra, con sus ritmos lentos de calores, drogas y alcohol -mezcal, para más señas-, con su suspense en aumento y con su "héroe" cínico y desencantado -no del todo aún, pues no es banal ni gratuito el título de esta historia- que en un intento de recuperar a Rae, la única mujer a la que ha amado, llega a una violenta y cada vez más hostil Oaxaca para sacar de la cárcel a su -su "de ella"- hermano Sonny antes de que lo maten. Una Oaxaca, por cierto, digna del mejor Malcolm Lowry; una casi espera ver salir el fantasma de su cónsul británico de cualquier esquina.
Claro que la he disfrutado. Pero por más que sepa que no hay que juzgar una novela por aquello que no es ni su autor quiso que fuera, como en su día señalara Updike en sus recomendaciones para escribir una buena reseña, la sombra de Frank Bascombe sigue siendo muy muy alargada y, pese a la indudable calidad de esta novela, como también de gran parte de los cuentos de Ford, no consigo evitar cierta decepción cada vez que leo algo de la prosa que Ford no ha dedicado a su hombre tranquilo.
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