viernes, 21 de enero de 2011

INTERREGNO (XI): UNA DE LENGUA

Mi padre, que me conoce bien y debe andar un tanto preocupado por lo desatendido que he tenido este lugar durante las últimas semanas, me envió ayer un pequeño pero dañino panfleto, editado por el Instituto Asturiano de la Mujer, dedicado, cómo no, a eso que en los últimos tiempos ha dado en llamarse “el lenguaje no sexista”. Y una, que desde siempre ha sido una hija obediente e intuye que lo que su señor progenitor pretende es provocar precisamente esta reacción, aprovecha la coyuntura para poner un par de puntos –y alguna que otra tilde, ya verán- sobre las íes.

Ya se imaginarán que el susodicho panfleto abunda en la idea de que se hace necesario luchar contra la invisibilidad del género femenino y hacer presentes a las mujeres a base de recursos varios como la utilización de dobletes –os/-as, abstractos y términos genéricos en lugar del, dicen ellos, masculino. Les pondría por aquí una muestra pero tal panfleto tiene 14 carillas a todo color –calculen ahora el gasto del Gobierno del Principado de Asturias-, y estoy cansada. Sé, en cualquier caso, que se hacen una idea. Seguro que el bárbaro “miembros y miembras” de Bibiana Aído resuena aún en sus oídos.

Pues bien, al margen de que en el ya famoso panfleto se emplee repetidamente “lenguaje” donde debería utilizarse “lengua”, la mayor parte de sus recomendaciones están viciadas por un gravísimo error de principio, como es la confusión entre género gramatical y género léxico. Me explico. Este último viene motivado por el carácter inanimado o animado del referente y, en este último caso, por su sexo masculino o femenino. Para que nos entendamos, la palabra “mujer” tiene género léxico femenino porque su referente es del sexo femenino, en tanto que la palabra “varón” tiene género léxico masculino porque su referente es de dicho sexo. La palabra “mesa”, a su vez, tiene género léxico inanimado porque es un ente inerte. El género gramatical, por su parte, no tiene por qué coincidir con el léxico, como bien verán con un par de ejemplos. Porque, vamos a ver... ¿por qué la mesa y la silla y la pared y una piedra son femeninos, en tanto que el sillón, el sofá, el monte, etc., son masculinos, si son seres inanimados? O ¿por qué en alemán “la muchacha” –das Mädchen- es de género neutro, como atestigua su artículo y die Kätze, el gato, es femenino? Pues porque una cosa es el género léxico, coincidente con el sexo, o ausencia del mismo, de su referente y otra el género gramatical. Y este último, amigos míos, lo determina tan sólo la concordancia con el artículo o adjetivo. O sea, que “mesa” es femenino porque concuerda con la forma femenina del artículo y del adjetivo, al margen de que su referente sea inanimado y, llegando por fin al quid del asunto, “miembro” tiene género gramatical masculino porque concuerda con formas masculinas, pero puede aplicarse a referentes de sexo masculino o femenino. Lo mismo vale para otras palabras como “concejal” o incluso “profesor”, “niño”, etc. en determinados contextos. En una oración como “El gremio de los profesores está muy descontento”, “profesores” no se aplica tan sólo a los docentes de sexo masculino. Una cosa es que su género gramatical –el que determina la concordancia, insisto- sea masculino y otra que no pueda –que sí puede- aplicarse también a referentes de sexo femenino. Así que cuando decimos, a lo Ibarretxe, “ciudadanos y ciudadanas”, “vascos y vascas”, “trabajadores y trabajadoras”, gastamos saliva en vano y atentamos de paso contra uno de los primeros principios de la lengua: la economía lingüística.

Se va haciendo tarde y no quiero resultar pesada pero con todo lo anterior no estoy negando la existencia de usos sexistas de la lengua –que no del lenguaje-. Haberlos haylos, pero no están en la gramática sino en el léxico; y tan sólo porque este sirve para representar el mundo. Lo sexista no es que se diga “los políticos” sin especificar la existencia de mujeres entre los designados. Lo sexista es que hombre público signifique ‘político’ y mujer pública ‘prostituta’; y que Zapatero sea Zapatero, Rajoy sea Rajoy y, en cambio, la ministra de Exteriores sea Trini.

Así lo veo yo, al menos. Y lo que también veo yo es que resulta vergonzoso que un panfleto intitulado “Cuida tu lenguaje, lo dice todo”, presente en su primera página una falta de ortografía:

“Cuando el documento es abierto y no se sabe quien [sic] es la persona concreta a la que nos referimos conviene reflejar las dos posibilidades: El/La Jefe/Jefa del Servicio, La Directora/El Director.”

Lo dice todo, ciertamente. Para empezar, que el redactor de turno no ha detectado que “quién” introduce una oración sustantiva interrogativa indirecta y que, como tal, debe llevar tilde o acento gráfico. En fin... es el signo de los tiempos, supongo. Ahora les dejo. Espero haberles convencido. Volveré pronto, espero, para tratar de temas más agradables, menos densos pero no menos tormentosos. Pues si les tengo un tanto abandonados últimamente no es por mi labor de lingüista justiciera, sino porque ando más que entretenida por las borrascosas cumbres del páramo inglés de Emily Brontë.

¡Ya he acabado, papá!

6 comentarios:

Unknown dijo...

Es una forma de verlo. Otra, si mi memoria de estudiante de Filología no me falla, es la que denuncia la política de marcas de género por considerar lo masculino como norma (esto es, sin marca) y lo femenino como excepción (esto es, con marca). De lo que se deduce, puesto que tantas veces el habla dicta el paso, que los cambios debidos a esta obsesión por lo políticamente correcto (o, si se prefiere, por la progresiva desaparición del paradigma patriarcal) podrían acabar formando parte de la norma. Pero al cabo de cinco minutos se pondría de manifiesto la ley que mentas, la de la economía expresiva, y la situación: a) volvería al principio; b) se tornaría múltiple ("todas" o "todos" aplicados indistintamente a un grupo que reúna a hombres y mujeres); y c) aceptaría una nueva variante similar al "tod@s" escrito.

CEci dijo...

Estoy de acuerdo sólo en que lo masculino es el término no marcado -de hecho, en esos usos plurales como "los profesores", "los alumnos"... ni siquiera es masculino; es término no marcado y, por tanto, tiene un uso indiferente-. Pero ello no puede ser objeto de denuncia porque no es política; es algo estructural, inherente a la esencia misma de nuestra lengua y derivado de su historia. Todo se remonta al indoeuropeo, cuya oposición originaria era Animado / Inanimado. Sólo posteriormente se desarrolló un nuevo género femenino opuesto al masculino. Y no en todas las palabras; casi siempre en algunas que aceptan moción (-a añadida al antiguo animado). En latín, por ejemplo, hay un doblete puer / puella (niño / niña) donde puer es efectivamente masculino y privativo de los seres de tal sexo y lo mismo para femenino (puella). Pero hay palabras como parens (progenitor) que vale tanto para referente masculino como para femenino. Nuestra lengua deriva del latín y ha heredado en parte esta situación y el problema está cuando ¡desde la administración! trata de venderse la idea de que progenitor es un uso sexista porque oculta al referente femenino. No es cierto, yo no me sentiría excluída, si fuera madre, claro ;)
No es necesario, creo, forzar la lengua artificialmente y crear el término "progenitora".
El problema está, en cualquier caso, cuando desde la administración pretende imponerse una forma determinada de hablar y de escribir -incorrecta y agramatical, encima- Apelo ahora a otro de los grandes principios rectores: la libertad de los hablantes.
Respecto a tu abanico de posibilidades, si me dan a elegir, me inclino por a), no creo que b) llegue a darse y ruego porque una horterada como c) caiga en el olvido.
Encantada de discutir con Vd., caballero.

Unknown dijo...

No, no, si yo no discutía :) Simplemente deseaba mostrar la otra cara de la moneda. Obviamente estoy de acuerdo con tu exposición. Pero también tu réplica admite una serie de reacciones que no defiendo, pero que también pueden o deben ser tenidas en cuenta.
1) En el ejemplo de "los profesores", ¿el plural no es de hecho otra forma de marca? Y, en cualquier caso, ¿no se construye dicha marca a partir del término masculino? ¿Y no adquiriría, por tanto, un cierto contenido masculino, o por lo menos más contenido masculino que femenino?
2) Respecto a la "esencia misma de nuestra lengua" contra la que atentan estas ideas, ¿hay acaso una lengua a priori? ¿O la lengua surge de la experiencia humana? ¿Y esa experiencia no viene determinada por el carácter patriarcal de las primeras sociedades, fueran éstas latinas o indoeuropeas?
3) Lo agramatical de hoy es lo gramatical de mañana, c'est pas?
4) Ah, la inmensa tierra de nadie que se extiende entre cualquier imposición lingüística (incluso lo normado, aquello que se quiere tutelar) y el uso que de la lengua acabarán haciendo sus usuarios...
Y, en cualquier caso, sí, un placer ;)

CEci dijo...

Veamos, veamos... [estiramientos de brazos y cuello, chascar de dedos...]
Respecto a 1) sí, el plural es otra marca, y más marcada que el singular. Pero no creo que esté "infectado" de valor masculino por más que se forme sobre profesor. Se infecta de valor masculino sólo en oposición a profesoras. Si no, creo que es un uso indiferente a la oposición de género. Además, si todo el tiempo insistiéramos -lo que resulta imposible hasta para Ibarretxe- en el doblete "profesores y profesoras", "alumnos y alumnas", cuando se obviara por inevitable hartazgo u olvido el femenino, entonces sí que podría parecer que el referente femenino queda excluído.
Respecto a 2) no, no hay lengua 'a priori' en realidad. O mejor, sí la hay pero es una abstracción a partir del uso real que de la lengua hagan los hablantes; lo cual es, me temo, una paradoja. Y sí, la estructura patriarcal condiciona, eso es innegable.
3)y 4) Sí, lo agramatical de hoy es lo gramatical de mañana casi siempre. Pero normalmente las lenguas evolucionan naturalmente con el uso; no por imposiciones dirigidas.
Menudo debate para después de la siesta. Seguro que más de uno se ha vuelto a quedar dormido. ;)

P.S. De todos modos, lo que pretendo denunciar es que se plantee el problema en términos incorrectos. Me contaba una alumna hace un par de años que, cuando estaba en el instituto, con ocasión de una excursión se había enviado a los padres una circular informativa en la que todo el tiempo se hablaba de "alumnos y alumnas", "profesores y profesoras", "padres y madres"... que se cerraba con un glorioso:
"Si lo desean, las madres pueden preparar tortillas". Ahí, ahí, coherencia... ;)

Elena Rius dijo...

Ja, ja, me ha gustado eso: mucha corrección política, mucho "luchemos contra el sexismo", "alumnos y alumnas", y al final, como siempre, son las madres las que preparan las tortillas. No hay más que hablar. Creo que resume bien la inanidad del debate.

CEci dijo...

Pues sí, Elena, al final siempre es la -a del doblete la que hace la tortilla. Ahí está el problema.
¡Saludos!