“esta novela... tiene como eje la hospitalización de la madre del narrador... y la posibilidad de que no sobreviva al accidente. Todos los hijos acuden al hospital, entre ellos el protagonista y alter ego del autor, que se instala tres días en casa de su madre y decide echar la vista atrás. Se pone entonces a imaginar y a contar su vida (real e imaginada) en una digresión infinita, sabrosísima e inolvidable.”
Tal es el resumen que se nos ofrece, cuando, en realidad, el supuesto eje de la novela no llega hasta sus últimas cinco páginas, convirtiendo de paso el texto de la contraportada en un spoiler. Ciertamente sería excusable este último –no tiene esta novela la estructura clásica de planteamiento-nudo-desenlace; de hecho, casi no tiene estructura- si no fuera engañoso y, por tanto, innecesario. Así pues, una relectura no le habría venido nada mal a nadie en Funambulista.
En opinión de quien desde aquí les habla, Tres días en casa de mi madre es, en realidad, como también lo era Franz y François, un conjunto, a un tiempo brillante y cargante, de reflexiones metaliterarias que, aunque divertidas e inteligentes, parecen surgidas de la improvisación y la verborrea característica de cierta tradición representada por esas inteligentes comedias francesas y de Woody Allen cuyos inteligentes protagonistas hablan, hablan y hablan, mientras, rodeados de libros, escuchan a Bach y paladean un buen vino.
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