Precede a este relato una nota en la que el propio Morgenstern desmiente su muerte pero lo cierto es que poco hay en él que permita identificar a su autor con el de ese trepidante homenaje a la novela romántica de aventuras que fue La princesa prometida. Donde aquella era desenfadada, alegre, divertida, sarcástica y un punto cínica, esta resulta, en mi opinión, demasiado lírica, por más que las rupturas de la ilusión poética del propio Morgenstern traten de aligerar el tono. Sí, puede que Morgenstern siga vivo, pero no ha mostrado mucha viveza en esta fábula demasiado evidente y consciente de sí misma, por lo que, por aquí, seguiremos esperando el verdadero regreso del más talentoso autor de Florín, el mismo que identificó la alegría de vivir con el amor y, por supuesto, con una caja de caramelos para la tos:
"[...] sino que lo digo porque de verdad creo que el amor es lo mejor del mundo, después de los caramelos para la tos. Pero también debo decir, por enésima vez, que la vida no es justa. Sólo es más justa que la muerte. Es todo."
William Goldman
La princesa prometida
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