"Ahora, el pasado ya no puede ayudarme ni hacerme daño, no más que mi padre en su ataúd. El pasado es como él, insensible, y jamás podrá despertar. Es el recuerdo lo que actúa como un sonámbulo. Regresará con sus heridas abiertas desde cualquier rincón del mundo, como Phil, llamándonos por nuestros nombres y exigiéndonos esas lágrimas a las que tienen derecho. El recuerdo no será nunca insensible. Al recuerdo sí se le pueden infligir heridas, una y otra vez. En ello puede residir su victoria final. Pero del mismo modo que el recuerdo es vulnerable en el presente, también vive en nosotros, y mientras vive, y mientras tengamos fuerzas, podremos honrarlo y darle el trato que merece."La hija del optimista
Eudora Welty
Nunca me ha gustado demasiado Séneca con su terrible salud de hierro y su amargado estoicismo, siempre insistiendo en la necesidad de prepararse para la muerte. Sí coincido con él, sin embargo, en que el viaje como tal está sobrevalorado. Como algo antes dijo Horacio, caelum non animum mutant qui trans mare currunt; o, lo que es lo mismo, "cambian de cielo, no de ánimo, los que se apresuran en cruzar el mar." Cuando de literatura se trata, hay quien ha defendido la necesidad de viajar, de conocer mundo, como condición sin la cual no es posible escribir algo que valga la pena. Yo no lo veo así. La Literatura con mayúsculas no se alimenta necesariamente de grandes hazañas y aventuras, de lugares exóticos y tiempos remotos, sino que muy bien puede nutrirse de lo familiar y lo cotidiano. De sobra saben Vds. lo que valoramos por aquí a autores como J. D. Salinger, Richard Ford o, se me ocurre ahora, Anne Tyler, siempre atentos a ese detalle que, pese a su aparente banalidad y familiaridad, es capaz de emocionar o incluso de causar extrañeza.
Pues bien, Eudora Welty, una de las más grandes autoras del tan traído y llevado gótico sureño, es otro de los referentes destacados de ese selecto club de artistas de lo pequeño y conocido. Vivió la mayor parte de su vida en Jackson y en ese Mississippi rural, a un tiempo deprimido y exuberante, vulgar y maravilloso, ambientó colecciones de cuentos como Las manzanas de oro o novelas como Boda en el delta.
La hija del optimista, galardonada con el Pulitzer en 1973, se mueve también en la esfera de lo familiar. Más bien debería decir que su tema es el de la familia, la que se nos impone desde fuera y la que en mayor o en menor medida tenemos la posibilidad de elegir: maridos, mujeres y, por supuesto, amigos. Pero lo que para uno es elección, para otro no es sino violenta imposición, como muy bien sabe la Laurel McKelva de esta historia, que, recién llegada de Chicago a Nueva Orleans para hacerse cargo de su moribundo y pronto fallecido padre, choca con la nueva esposa de este, la egoísta, superficial, zafia y déspota Fay. Sola durante dos días en la antigua casa familiar, que, como en los cuentos infantiles, pronto reclamará en propiedad su madrasta Fay, Laurel rinde tributo a los recuerdos familiares y da rienda suelta a miedos hace tiempo relegados pero nunca del todo superados: a los pájaros, a la soledad, al desarraigo, al olvido.
No ocurren grandes cosas en esta descarnada y triste pero también lírica y hermosa historia familiar y, sin embargo, La hija del optimista es una gran novela, plagada de pequeños momentos inolvidables que conducen a Laurel, su protagonista, a una absoluta y alentadora certeza. Es la imaginación, la pasión y el amor, por las personas y por las cosas, lo que al final hace que una vida haya sido digna de su nombre.
6 comentarios:
Totalmente de acuerdo Ceci, con tu última sentencia. No he leído esta novela pero conozco algo sus letras por las manzanas y me esperan encima de la mesa sus cuentos. Aunque me he metido con Anthony Powell y supongo que me llevará muuucho tiempo.
Un beso
Qué bien verte por aquí, Olvido. A mí también se me acumulan las lecturas pendientes. Ya he renunciado a contarlas. Y sí, Eudora Welty merece mucho mucho la pena.
Besos
La frase de Horacio me ha encantado.
Sobre la literatura de Welty poco puedo decir ya que no he leído nada. Tu reseña y otras opiniones anteriores que me han llegado animan a que pronto no sea así.
Un abrazo.
Horacio, ese poeta bonachón y comedido, solía dar en la diana, Lentitud.
Welty es una de las grandes autoras sureñas, no tan barroca como Faulkner, ni tan cruda como Flannery O'Connor, ni tan almibarada como el primer Capote o, más aún, Harper Lee.
Un abrazo
Hola, CEci:
Gran reseña, como siempre, completísima y certera.
Lo que más me ha gustado del libro es su peregrinaje a través de la casa y de los recuerdos:
"Cuando Laurel era una niña, en aquella misma habitación y en aquella misma cama donde se encontraba tumbada en ese instante, cerraba los ojos, así, como ahora, y dos añoradas voces nocturnas y rítmicas que leían iban ascendiendo por la escalera, por turnos, hasta llegar a su cama. Apenas notaba que la vencía el sueño, se desperazaba e intentaba mantenerse despierta, sólo para disfrutar de aquellos susurros. Laurel adoraba sus propios libros, pero aún sentía más cariño por los libros de sus padres, porque eran tanto como sus propias voces."
'La hija del optimista' también tiene unos diálogos deliciosos, los que mantienen las vecinas de Laurel, pero es esa nostalgia por el pasado lo que más perdura en mi memoria. La novela transcurre lentamente, pero aún así va in crescendo, hasta un final perfecto. Agradecer a Impedimenta la preciosa edición de este libro.
Saludos,
Oscar.
Gracias, Óscar, muchas gracias. Una no puede dejar de admirarse y admirar la vastísima tradición literaria del profundo Sur, en la que Eudora Welty ocupó un lugar muy destacado.
¡Saludos!
Publicar un comentario