No he dejado de leer, aunque apenas tenga tiempo para comentarlo por aquí. Quizá pueda hablarles pronto de El juicio del Doctor Johnson de G. K. Chesterton o del desconcertante Libro de Daniel de E. L. Doctorow. En un par de semanas, quizá. De momento les diré que en un par de días me juego la renovación de mi contrato en la facultad -aunque sólo por unos meses- y que, aunque el viernes es 25 de septiembre y no 19 de noviembre, he recurrido al buen Shakespeare y a una de las cumbres de la historia de la oratoria en busca de inspiración para mi particular Día de San Crispín. Los rivales no me superan en número ni necesariamente en recursos pero nunca está de más leer -o escuchar- una arenga como esta. Más aún si de fondo suenan el viento y los tambores de Patrick Doyle:
WESTMORELAND.- ¡Oh, si tuviéramos aquí siquiera diez mil ingleses como estos, de los que hoy permanecen inactivos en Inglaterra!
REY ENRIQUE.- ¿Quién expresa ese deseo? ¿Mi primo Westmoreland? No, mi simpático primo; si estamos destinados a morir, nuestro país no tiene necesidad de perder más hombres de los que somos; y si deseamos vivir, cuantos menos seamos, más grande será para cada uno la parte de honor. ¡Voluntad de Dios! No desees un hombre más, te lo ruego. ¡Por Júpiter! No soy avaro de oro y me inquieta poco que se viva a mis expensas; siento poco que otros usen mis vestuarios; estas cosas externas no se cuentan entre mis anhelos; pero si codiciar el honor es un pecado, soy el alma más pecadora que existe. No, a fe, primo mío, no deseéis un hombre más de Inglaterra. ¡Paz de Dios! No querría, por la mejor de las esperanzas, exponerme a perder un honor tan grande que un hombre más podría quizá compartir conmigo. ¡Oh, no ansíes un hombre más! Proclama antes, a través de mi ejército, Westmoreland, que puede retirarse el que no vaya con corazón a esta lucha; se le dará su pasaporte y se pondrán en su bolsa unos escudos para el viaje; no querríamos morir en compañía de un hombre que temiera morir como compañero nuestro. Este día es el de la fiesta de San Crispín; el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispín. El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: "Mañana es San Crispín." Entonces se subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá: "He recibido estas heridas el día de San Crispín." Los ancianos olvidan; empero el que lo haya olvidado todo, se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día. Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los nombres de sus parientes: el rey Harry, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester serán resucitados por su recuerdo viviente y saludable con copas rebosantes. Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición, y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín."
Enrique V
William Shakespeare
4 comentarios:
Mucha suerte, Ceci.
Un abrazo.
Muchas gracias, Lentitud.
Un abrazo para ti también
we few, we happy few... sí, también es una de mis arengas favoritas. ¿qué tal fue la renovación, al final? saludo, saludo :)
No es para menos, Milo, no es para menos. La renovación muy bien. De momento sigo por aquí.
Saludos
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