"A ojos del infinito todo orgullo no es más que polvo y arena."
Lev Tolstoi
Hace ya casi tres años que me metí en esto de la blogosfera y la verdad es que sigue divirtiéndome tanto como el primer día. Para empezar, viene mejor que bien para aclarar las ideas después de cada lectura. Y, para seguir, gracias a este lugar y a mi tejado anterior he conocido a unos cuantos amigos que espero no me tachen de pedante o, aun peor, de cursi, si digo que me han convertido en mejor lectora. El caso es que el pasado mes de junio y durante la Feria del Libro de Madrid una de las habituales de este lugar -no sé quién exactamente, aunque tengo mis sospechas- visitó la caseta de Libros del Asteroide y de charla con Luis Miguel Solano le comentó que había sabido de algunos de los títulos de su catálogo por este lugar. Y el Sr. Solano, haciendo gala una vez más de ese cuidado exquisito por el detalle y por sus lectores me escribió para agradecerme la atención prestada desde aquí a sus títulos y para ofrecerme uno de los últimos de su catálogo, Los días contados de Miklós Bánffy.
Es de justicia, así pues, que dedique hoy esta entrada a glosar esta gran y ambiciosa novela que, pese a estar escrita en 1934, muy bien podría remontarse unas cuantas décadas más atrás. Ambientada en los primeros años del XX, Los días contados es la crónica del final del Imperio Austro-Húngaro y de una manera de gobernar, de pensar y, en suma, de vivir a la que dio carpetazo la Gran Guerra, como muy bien augura Thomas Mann al final de La montaña mágica al despedir a "nuestro hijo mimado de la vida", Hans Castorp. Por cierto que esta mención al Meister alemán no es casual, pues leyendo a Bánffy, una reconoce lo mejor de una tradición literaria, la centroeuropea, liderada por el propio Mann y encarnada por otros como Stefan Zweig: los escenarios aristocráticos, la rigidez de las convenciones, los lances de honor, los amores torturados e imposibles, el spleen, el ritmo pausado, la prodigalidad de las descripciones, cierta morosidad de la trama...
Dicha trama reposa en las figuras de Bálint Abády, joven conde, que acaba de regresar a Hungría para asumir nuevas responsabilidades en el Parlamento; su primo László Gyeróffy, músico en ciernes y eterno desarraigado; y Adrienne Miloth, vieja amiga y enamorada del conde Bálint, infelizmente casada y atormentada por su brutal marido. Mientras Bálint y Adrienne luchan en vano por consumar u olvidar su pasión, según el caso, el buen László se deja llevar por los placeres mundanos y engañosos del triunfo social y es absorbido en una vorágine de alcohol y juego. Y entre tanto, como telón de fondo, la mecha nacionalista prende en Hungría y desafía a la autoridad austríaca, numerosas voces claman por el sufragio universal, los rumanos reclaman el derecho a la autodeterminación -¿por qué este término parece aquí fuera de lugar?-, el ejército imperial toma el Parlamento por la fuerza, etc.
Toda una forma de vida se viene abajo, como ya he dicho. El título de Los días contados no puede ser, pues, más significativo y programático. También otros autores como Evelyn Waugh o, aun mejor, Nancy Mitford, fueron cronistas de la extinción, pero donde estos privilegiaron el humor y la ironía, Bánffy, como buen centroeuropeo, adopta otra perspectiva más seria, melancólica y rotundamente fatalista, en la que el Destino hace y deshace como "el mejor de los dramaturgos".
Poco más me queda por decir, salvo que lean y disfruten y, por supuesto, que gracias: a Luis Miguel Solano en particular y Libros del Asteroide en general, a la lectora anónima que propició el regalo, y a todos Vds. por seguir viniendo por aquí.
Es de justicia, así pues, que dedique hoy esta entrada a glosar esta gran y ambiciosa novela que, pese a estar escrita en 1934, muy bien podría remontarse unas cuantas décadas más atrás. Ambientada en los primeros años del XX, Los días contados es la crónica del final del Imperio Austro-Húngaro y de una manera de gobernar, de pensar y, en suma, de vivir a la que dio carpetazo la Gran Guerra, como muy bien augura Thomas Mann al final de La montaña mágica al despedir a "nuestro hijo mimado de la vida", Hans Castorp. Por cierto que esta mención al Meister alemán no es casual, pues leyendo a Bánffy, una reconoce lo mejor de una tradición literaria, la centroeuropea, liderada por el propio Mann y encarnada por otros como Stefan Zweig: los escenarios aristocráticos, la rigidez de las convenciones, los lances de honor, los amores torturados e imposibles, el spleen, el ritmo pausado, la prodigalidad de las descripciones, cierta morosidad de la trama...
Dicha trama reposa en las figuras de Bálint Abády, joven conde, que acaba de regresar a Hungría para asumir nuevas responsabilidades en el Parlamento; su primo László Gyeróffy, músico en ciernes y eterno desarraigado; y Adrienne Miloth, vieja amiga y enamorada del conde Bálint, infelizmente casada y atormentada por su brutal marido. Mientras Bálint y Adrienne luchan en vano por consumar u olvidar su pasión, según el caso, el buen László se deja llevar por los placeres mundanos y engañosos del triunfo social y es absorbido en una vorágine de alcohol y juego. Y entre tanto, como telón de fondo, la mecha nacionalista prende en Hungría y desafía a la autoridad austríaca, numerosas voces claman por el sufragio universal, los rumanos reclaman el derecho a la autodeterminación -¿por qué este término parece aquí fuera de lugar?-, el ejército imperial toma el Parlamento por la fuerza, etc.
Toda una forma de vida se viene abajo, como ya he dicho. El título de Los días contados no puede ser, pues, más significativo y programático. También otros autores como Evelyn Waugh o, aun mejor, Nancy Mitford, fueron cronistas de la extinción, pero donde estos privilegiaron el humor y la ironía, Bánffy, como buen centroeuropeo, adopta otra perspectiva más seria, melancólica y rotundamente fatalista, en la que el Destino hace y deshace como "el mejor de los dramaturgos".
Poco más me queda por decir, salvo que lean y disfruten y, por supuesto, que gracias: a Luis Miguel Solano en particular y Libros del Asteroide en general, a la lectora anónima que propició el regalo, y a todos Vds. por seguir viniendo por aquí.
4 comentarios:
Si es que este lugar es idóneo para estar al tanto de muchas lecturas muy recomendables.
Reconozco que sólo he comprado un par de libros de los que nos has hablado en todo este tiempo, pero es que ¡hay tantos para leer!
Un secreto: tengo un amigo que cada cierto tiempo me pide que le haga una lista de títulos para sus viajes (no para de viajar). Si cuando me lo pide no he leído muchos nuevos, vengo directamente aquí, anoto los libros y se los recomiendo... Y nunca fallo, oye.
(Espero que el chico en cuestión no pase por aquí y vea que a veces hago trampa, jeje).
En fin...
Me anoto este último.
Abrazos!
Qué bien verte por aquí, Rubentxo. Y, por supuesto, gracias por la confianza.
¡Un abrazo!
Ceci sabes que me encanta acudir a tu casa, me parece un territorio tranquilo en el que leer sobre literatura de la que a mi me interesa (por supuesto unos más que otros) Cursi? Pedante?...creo que nada más lejos.
Jaj, no lo pude remediar. El señor Solano me ofreció ‘Dias contados’ pero yo iba a comprar las trilogías de Davies y me llevé también (una que es caprichosa) ‘El sendero en el bosque’ de Adalbert Stifter. Ya te contaré.
Gracias a ti Ceci, para mi este es un buen lugar de referencia (lo digo sin ñoñería alguna).
Un besazo
Desvelado el enigma entonces, Olvido. La cosa estaba entre tú y Angéline, que alguna vez me ha hecho por ahí publicidad también. Así da gusto, la verdad. Supongo que estarás ahora mismo disfrutando de lo lindo con Dunstan Ramsay, Boy Staunton, Philip Dempster y compañía; o quizás ya riéndote con el malvado Parlabane en la Universidad del Espíritu Santo. Qué envidia... y qué ganas de completar la trilogía Cornish...
Por cierto, gracias por la referencia a "El sendero en el bosque"; no la conocía y pinta muy bien. Ya me contarás, sí.
Gracias de nuevo, Olvido
Besos
P.S: Por cierto, da gusto ver de nuevo en movimiento tu "Cierta belleza". Las tertulias que por allí tenéis son impagables, aunque siempre llego tarde.
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