"Sunstreak llegó en primer lugar, claro, y pulverizó el récord mundial de la milla. Aunque nunca vea nada más, al menos habré visto aquello".
"Quiero saber por qué"
Cuentos reunidos, Sherwood Anderson
Cuenta Richard Ford en el prólogo de la magnífica Antología del cuento norteamericano (Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 2002) que escribió su primer cuento a los 19 años justo después de leer "Quiero saber por qué" de Sherwood Anderson. El anecdotario literario anglosajón relata que este mismo cuento impresionó poderosamente al mismo Hemingway y que fue al conocer a Anderson cuando un joven llamado William Faulkner decidió hacerse escritor. Faulkner, Hemingway, Ford. Ahí es nada. Sobran las palabras. Y, sin embargo, poco es lo que suele decirse sobre aquel hombre de Ohio al que el periódico de su pueblo despidió con una escueta nota que rezaba tal que así: "Muere Sherwood Anderson, antiguo industrial de Elyria". Lo peor, sin embargo, no es que no triunfara en vida, sino que todavía hoy siga sin reconocerse como es de justicia el talento de un autor capaz de joyas como algunas de las que Lumen ha incluido en la antología recientemente editada (abril de 2009) que aquí me ocupa hoy. Me refiero, sobre todo, al ya citado "Quiero saber por qué", al "Soy un idiota" o a "El hombre que se convirtió en mujer", los tres ambientados en las carreras de caballos, o mejor, en el backstage de las mismas.
Los protagonistas de estos relatos son muchachos de pueblo, sencillos, humildes, que duermen en establos, pasan el rato con amigos como ellos y se ganan la vida cuidando de un caballo al que siguen de carrera en carrera y al que miman como si de su novia se tratase. Los personajes de Anderson viven por y para "su" caballo, en torno al cual gira todo lo que de veras consideran importante en la vida. Su pasión es envidiable, por más que el caos y la brutalidad circundantes acaben por lo general golpeándolos con fuerza, frustrando sus ilusiones y, en suma, poniendo fin a su inocencia.
Dice Ford en el ya mentado prólogo que los relatos de Anderson plasman a la perfección la insuficiencia de la vida. Es cierto. Una quisiera que todo en la vida fuera bienestar, placidez, pasión, revelación... y, sin embargo, mucho -siempre demasiado- es lo que hay que soportar de dolor, angustia, indolencia y brutalidad. Claro que si todo fueran luces y momentos de epifanía como los experimentados ocasionalmente por los "héroes" de Anderson, ¿cómo podríamos reconocer su valor? Las luces sólo lo son por oposición a las sombras. Lo excelente y lo singular sólo puede definirse por contraste y oposición con lo vulgar. El genio de Sherwood Anderson consiste precisamente en reunir en relatos concisos y, al menos en apariencia, poco sofisticados -es llamativa la, por supuesto, buscada dispersión de sus narradores- lo mejor y lo peor de los habitantes del Medio Oeste y también de todos nosotros.
Así que, por favor, lean. Lean y descubran de qué maravillas fue capaz aquel "antiguo industrial de Elyria".
"A ojos del infinito todo orgullo no es más que polvo y arena." Lev Tolstoi
Hace ya casi tres años que me metí en esto de la blogosfera y la verdad es que sigue divirtiéndome tanto como el primer día. Para empezar, viene mejor que bien para aclarar las ideas después de cada lectura. Y, para seguir, gracias a este lugar y a mi tejado anterior he conocido a unos cuantos amigos que espero no me tachen de pedante o, aun peor, de cursi, si digo que me han convertido en mejor lectora. El caso es que el pasado mes de junio y durante la Feria del Libro de Madrid una de las habituales de este lugar -no sé quién exactamente, aunque tengo mis sospechas- visitó la caseta de Libros del Asteroide y de charla con Luis Miguel Solano le comentó que había sabido de algunos de los títulos de su catálogo por este lugar. Y el Sr. Solano, haciendo gala una vez más de ese cuidado exquisito por el detalle y por sus lectores me escribió para agradecerme la atención prestada desde aquí a sus títulos y para ofrecerme uno de los últimos de su catálogo, Los días contados de Miklós Bánffy.
Es de justicia, así pues, que dedique hoy esta entrada a glosar esta gran y ambiciosa novela que, pese a estar escrita en 1934, muy bien podría remontarse unas cuantas décadas más atrás. Ambientada en los primeros años del XX, Los días contados es la crónica del final del Imperio Austro-Húngaro y de una manera de gobernar, de pensar y, en suma, de vivir a la que dio carpetazo la Gran Guerra, como muy bien augura Thomas Mann al final de La montaña mágica al despedir a "nuestro hijo mimado de la vida", Hans Castorp. Por cierto que esta mención al Meister alemán no es casual, pues leyendo a Bánffy, una reconoce lo mejor de una tradición literaria, la centroeuropea, liderada por el propio Mann y encarnada por otros como Stefan Zweig: los escenarios aristocráticos, la rigidez de las convenciones, los lances de honor, los amores torturados e imposibles, el spleen, el ritmo pausado, la prodigalidad de las descripciones, cierta morosidad de la trama...
Dicha trama reposa en las figuras de Bálint Abády, joven conde, que acaba de regresar a Hungría para asumir nuevas responsabilidades en el Parlamento; su primo László Gyeróffy, músico en ciernes y eterno desarraigado; y Adrienne Miloth, vieja amiga y enamorada del conde Bálint, infelizmente casada y atormentada por su brutal marido. Mientras Bálint y Adrienne luchan en vano por consumar u olvidar su pasión, según el caso, el buen László se deja llevar por los placeres mundanos y engañosos del triunfo social y es absorbido en una vorágine de alcohol y juego. Y entre tanto, como telón de fondo, la mecha nacionalista prende en Hungría y desafía a la autoridad austríaca, numerosas voces claman por el sufragio universal, los rumanos reclaman el derecho a la autodeterminación -¿por qué este término parece aquí fuera de lugar?-, el ejército imperial toma el Parlamento por la fuerza, etc.
Toda una forma de vida se viene abajo, como ya he dicho. El título de Los días contados no puede ser, pues, más significativo y programático. También otros autores como Evelyn Waugh o, aun mejor, Nancy Mitford, fueron cronistas de la extinción, pero donde estos privilegiaron el humor y la ironía, Bánffy, como buen centroeuropeo, adopta otra perspectiva más seria, melancólica y rotundamente fatalista, en la que el Destino hace y deshace como "el mejor de los dramaturgos".
Poco más me queda por decir, salvo que lean y disfruten y, por supuesto, que gracias: a Luis Miguel Solano en particular y Libros del Asteroide en general, a la lectora anónima que propició el regalo, y a todos Vds. por seguir viniendo por aquí.
"Sí. Has estado aquí antes por mucho que quieras fingir lo contrario. Estas formas te resultan muy familiares. De hecho, si no supieras que no es así, sospecharías que las habías generado desde tu interior. Pero echar las culpas a la víctima no sirve para nada. Es mejor empujar a las formas que te atormentan de regreso a los bordes de esta pequeña franja de terreno que es tu casa hoy en día. Al fin y al cabo, si esta va a ser tu compañía, mejor estar solo. Lo malo es que las formas en los límites de tu mundo tienen sus propias prioridades. Incluso pudiera ser que creyeran que están soñando contigo y no al revés."
Omega el desconocido
Jonatham Lethem
A comienzos de los años '70 del pasado siglo Marvel publicó diez números, tan sólo diez, de un nuevo cómic protagonizado por un adolescente huérfano superdotado recién llegado a Hell's Kitchen y un hermético alienígena. Omega el Desconocido, que así se llamaba la nueva serie, obra de Steve Gerber, Mary Skrenes y Jim Mooney, recibió pronto el carpetazo de Marvel. No encajaba con el espíritu popular de la marca, ni siquiera tras el añadido con calzador de héroes más populares y típicos.
Para el momento del final de la serie, el primer número de Omega ya había pulsado "todos los botones" de Jonatham Lethem, por entonces adolescente. Así que cuando hace unos pocos años Marvel invitó al autor de las magníficas Huérfanos de Brooklyn o La fortaleza de la soledad -que Vds. no deberían perderse, por cierto- "a plasmar en el papel su amor por el medio", Lethem no dudó en homenajear a Omega demostrando una vez más, por un lado, que las lecturas de la infancia y adolescencia nos determinan como pocas; por otro, que la nostalgia es uno de los más potentes motores narrativos que en el mundo están.
Lo que ofrecen Lethem & co. no es, sin embargo, una secuela del Omega original, sino una revisión del mismo, fiel al espíritu del número inaugural y libre de las imposiciones que lo "contaminaron" en su día, pero también una historia nueva y con entidad propia:
"Una vez se ha satisfecho el respeto al texto original, se abre un mundo nuevo que es adecuado a aquel, repleto de referencias e incluso apropiaciones, pero completo por sí mismo e ignorante de cualquier tipo de continuidad"
dice Celes J. López en el prólogo de la edición española.
Y lo que ofrecen Lethem & co. es la historia de Titus Alexander Island, un misterioso adolescente de catorce años, huérfano, inteligente y extremadamente racional pero poco ducho en eso que los psicólogos han dado en llamar "relaciones interpersonales", carne de cañón para los matones de su nuevo instituto. Y no sólo para ellos, pues lo que, sobre todo, hace singular a Alex es que es el objetivo de un sinfín de robots, que lo persiguen para matarlo y que se expanden geométricamente merced a una sofisticada biotecnología sufragada y distribuida por una cadena de comida rápida. ¿Extraño? Pues aún hay más. En su particular aventura contará con la ayuda de un alienígena de pertinaz silencio con el que se haya extrañamente vinculado, Omega, no un superhéroe al uso, sino un ser tan frágil como resistente; como Alex.
Todo esto y mucho más nos es relatado por un narrador omnisciente encarnado en escultura y autoproclamado "yonki narrativo" en una de las abundantes rupturas de la ilusión poética que interrumpen la historia para regalarnos hermosas reflexiones como la que abre esta entrada o perlas concentradas de sabiduría como la que sigue:
"Un estado básico. Vives en los desastres creados por otros. Pero ser aseado importa."
Omega, el desconocido, que tiene la cualidad misteriosa, inquietante, sugerente y ambigua de los sueños, es una hermosa historia sobre los peligros de la alienación y de ciertos avances de la ciencia frente a la individualidad y la originalidad de cada cual, además de ser, por supuesto, más que divertida.
"El arte no es una forma de ganarse la vida. Es más bien una forma muy humana de hacer la vida más soportable. Practicar un arte, bien o mal, es una forma de hacer crecer el alma. Por el amor de Dios, canten en la ducha. Bailen con la música de la radio. Cuenten cuentos. Escriban un poema para un amigo o para una amiga, aunque sea pésimo. Háganlo tan bien como sepan y obtendrán una enorme recompensa. Habrán creado algo".
Kurt Vonnegut, Un hombre sin patria
"Sometimes it's hard, trying to make art you know you can sell without feeling that you are selling it out. And then sometimes it's hard to sell the art that you have made honestly without regard to whether or not anyone will ever want to buy it. You hope to spend your life doing what you love and need and have been fitted by nature or God or your protein-package to do: write, draw, sing, tell stories. But you have to eat."
Michael Chabon, Maps and legends
"In all sorts of areas of our life, we enhance the quality of our lives by going for the slow option, the path which takes a little bit of effort."
Philip Hensher "Why handwriting matters" The missing ink
Declaración de intenciones...
"It's just magic! Magic!"
C. S. Lewis-A. Hopkins en "Shadowlands" Richard Attenborough
"¿Qué pasa si no existe Dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó? ¿No te interesa? ¿No te interesa esa experiencia?"
"Hannah & her sisters" Woody Allen
But it's exactly that vitriol and its unacceptable nature that Twain intended to capture in the book as it stands. Perhaps this is not a book for younger readers. Perhaps it is a book that needs careful handling by teachers at high school and even university level as they put it in its larger discursive context, explain how the irony works, and the enormous harm that racist language can do. But to tamper with the author's words because of the sensibilities of present-day readers is unacceptable. The minute you do this, the minute this stops being the book that Twain wrote.
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