“Sí, de haber sido por esto y por aquello, todos estaríamos juntos y vivos para siempre y todo sería perfecto.”
Indignación
Philip Roth
Saben bien que acostumbro a reivindicar la identificación con lo leído como uno de los mayores placeres -no el único, desde luego; no deberíamos caer en el error de despreciar aquello que no confirma o desafía nuestra visión del mundo- que puede proporcionar la literatura. Dicha identificación no suele ser absoluta. Es una suerte de fogonazo momentáneo en que nos reconocemos en las acciones o palabras de un personaje. Pero a veces esta sensación de reconocimiento va más allá y nos encontramos con un tipo de especial carisma, que parece trascender el negro sobre blanco y que, por decirlo llanamente, nos cala más hondo. Me ocurrió con el Buddy Glass de J. D. Salinger, con el Hans Castorp de La montaña mágica de Thomas Mann -que, según Harold Bloom, es el personaje que más identificaciones ha despertado en la Historia de la Literatura-, con el encantador Peter Levi de los Pájaros de América de Mary McCarthy y me ha ocurrido, por primera vez en la obra de Roth, por cierto, con el Markus Messner de Indignación.
Así que me ha sorprendido -para bien, por supuesto- la reseña de Portnoy, en la que se vincula al joven ingeniero Hans Castorp con Markie Messner. Ambas son, en efecto, novelas de formación -Bildungsroman, que dirían los manuales de literatura- de dos jóvenes formales e inocentes cuyos valores se ven puestos a prueba lejos del nido familiar. Como Peter Levi, con quien Markie Messner comparte, por cierto, una especial percepción del choque que se produce entre la moral colectiva y dominante -wasp- y la ética individual. Esa incómoda discrepancia entre la moral y la ética y la violenta imposición de la primera sobre la segunda es, creo yo, lo que denuncia Markie Messner -no sé si como megáfono de Roth o no; francamente, me da igual- en Indignación y no la religión en sí misma, como por ahí he leído estos días en ciertos lugares donde, mucho me temo, tienden a confundirse valores morales y estéticos. Para que me entiendan, el hecho de que Messner haga suyos los argumentos de Bertrand Russell contra la existencia de Dios en el glorioso enfrentamiento que sostiene con el decano Caudwell a ritmo del Himno Popular Chino, no debería desmerecer la novela de Roth a ojos de un creyente. Digo yo, vamos. Pero volvamos a lo nuestro.
Y lo nuestro es esta brillante, divertida y cruel historia sobre un joven muy bien educado, judío por tradición que no por convicción, que escapa del sofocante delirio paterno en Newark para estrellarse, con justa indignación, con hipócritas y castrantes convenciones. Al fin y al cabo, uno no puede pasarse la vida entera aguantando la respiración y las náuseas ante los múltiples pollos que nos toca eviscerar.
Y es también que con esta fábula sobre los peligros que acechan tras cada esquina y tras cada uno de nuestros actos, por triviales que puedan parecer, Roth, como ha dicho Rodrigo Fresán, “lo ha vuelto a hacer”. “Más de lo mismo”, han dicho otros. Como si eso fuera una crítica tratándose del Maestro.
No se la pierdan.