“Originalmente el tema de la tesis de Adam había sido ‘Lenguaje e ideología en la novela moderna’, pero gradualmente la comisión de estudios había ido reduciéndolo hasta su forma actual: ‘la estructura de las frases largas en tres novelas inglesas modernas.’ La rebaja no parecía haberle simplificado en nada la tarea. Todavía no había decidido qué tres novelas modernas iba a analizar, ni tampoco cuán larga era una frase larga. Tenía la esperanza de que Lawrence le proporcionaría un montón de frases largas en las que la cuestión no ofrecería dudas.”La caída del Museo Británico
David Lodge
Dice David Lodge en su enjundiosa apostilla del final de la novela que, según sus noticias, La caída del Museo Británico gustó especialmente a católicos y universitarios. Y no me extraña. No sé muy bien cómo se habrán tomado los lectores católicos practicantes de esta novela la comedia de un veinteañero casado y ya con tres hijos y de sus problemas para conciliar economía, vida sexual y las directrices de la Santa Sede en materia de control de la natalidad; lo que sí sé es que la comedia de ese mismo veinteañero que malvive de una exigua beca para hacer la tesis sobre un tema aún por concretar y que ocupa cada día sin provecho el sillón Karl Marx de la sala de lectura del Museo Británico divierte -¡y mucho!- a los universitarios. Yo, al menos, me he reído a base de bien estos últimos días gracias a esta pequeña y demencial novela. El placer de la identificación, supongo, y también del autoescarnio. Pues cuando una está -como estoy yo ahora mismo- con el agua al cuello por culpa de una montaña infranqueable de trabajo y en parte también -aunque algo menos- por la incertidumbre del “¿y después qué?” reconforta leer en clave cómica sobre los muchos que están peor. Ya se sabe que mal de muchos...
Hay en la odisea de un día en la vida de Adam Appleby tics, poses y tipos que no pueden faltar de nigún departamento universitario que se precie; más aún, si el departamento es de literatura: el eterno doctorando que nunca cerrará su tesis; las continuas quejas sobre la propia situación; el jugar a “si yo fuera ministro de educación...”; las fantasías en las que uno logra la gloria académica a cuenta del hallazgo de un manuscrito largo tiempo buscado -en nuestro gremio soñamos, Umberto Eco mediante, con el manuscrito perdido del libro II de la Poética de Aristóteles-; las malsanas envidias por el éxito, el curriculum, los despachos más grandes de los demás, etc., etc.
Y todo ello aparece bien ligado en una trama entretenida, convincente pese a sus exageraciones -que las hay, como en toda parodia que se precie- de la que poco más voy a decir por aquí; simplemente que lean y, sobre todo, rían.
2 comentarios:
Tengo pendiente leer algo de este autor, se suele mandar en las escuelas de idiomas para leerlo en inglés.
David Lodge tiene un enorme talento para la comedia. Tiene además un punto cáustico -tampoco excesivo- que creo te gustará. Un saludo.
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