lunes, 8 de diciembre de 2008

Y POR FIN... LINCOLN (GORE VIDAL)

Ha querido la casualidad que termine de leer Lincoln de Gore Vidal en estos días en que Barack Obama se prepara para la toma de posesión del próximo mes de enero y en que conmemoramos solemnemente la forja de nuestra Constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que cumplirá 60 años el próximo miércoles 10 de diciembre. Seguramente ha sido esta misma acumulación de efemérides y las inquietantes aunque previsibles noticias sobre los vuelos ya-no-tan-secretos de la CIA las que han inspirado la columna titulada “Degradante” con la que Manuel Vincent cerró la última edición dominical de El País. En ella se cuestiona Vincent la actualidad, o mejor, la vigencia, de logros como el habeas corpus del Derecho Romano, la Carta Magna de Juan Sin Tierra -tan denostado por el imaginario colectivo, Robin Hood mediante-, la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América, entre otros.

Y me parece una coincidencia porque, para empezar, Lincoln llegó al poder, como Obama, prometiendo ser un presidente “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Si este se fogueó de joven entre los estratos más desfavorecidos y marginales de Chicago y ha repetido hasta la saciedad que su máxima preocupación no es Wall Street sino Main Street, aquel y su círculo alimentaron largo tiempo la imagen de hombre sencillo, quasi paleto de Kentucky, trabajador del ferrocarril. Y, para seguir, porque si Lincoln ha pasado a la historia rodeado de la muy digna y envidiable aura de Gran Libertador -no en vano fue el responsable último de la proclama de emancipación por la que se liberó a los esclavos del Sur durante la Guerra de Secesión; por los motivos equivocados, me temo, como luego veremos- lo cierto es que al menos a tenor de la novela que aquí nos ocupa, nunca fue oro todo lo que tanto relucía. Como, por otro lado, suele suceder.

La novela de Gore Vidal está por entero dedicada, desde su mismo título, rotundo y absoluto, al bíblico presidente, al Viejo Abe, al Tycoon, a Lincoln. Arranca con su clandestina y nocturna llegada a la insalubre, crispada y mayoritariamente secesionista Washington y termina con su teatral asesinato -nunca mejor dicho- a manos de John Wilkes Booth, “el astro más joven de América”, poco después del término de la cruentísima guerra y de la al fin lograda reelección.


Entremedias se entrega el autor a la ardua tarea de desmontar una leyenda, la del Gran Libertador, para descubrir al hábil político y al pertinaz hombre, cuyo compromiso para con la Unión -una e indisoluble- y no la abolición de la esclavitud, como tiende a sugerirse, le llevó a arrastrar a su país a una terrible guerra civil; y como suele suceder en circunstancias excepcionales como una guerra de tal calibre, a suspender indefinidamente el habeas corpus, la libertad de prensa y... a proclamar la emancipación de los esclavos de la Confederación ante el casus belli, es decir, a liberar a los esclavos del Sur para evitar que lucharan contra el ejército yanki; no por una convicción moral.

De hecho, uno de los principales obstáculos a los que el Anciano tuvo que hacer frente durante su administración fue la oposición interna de los miembros más radicales de su partido -el Republicano-, los abolicionistas, que como Samuel Chase, creían en la necesidad de la abolición de la esclavitud por encima de los trastornos económicos que esta pudiera suponer y en dicha abolición como objetivo primordial de la guerra.

Lincoln es, como reza su contraportada (Edhasa, 2006), una novela histórica de gran calado. Es cierto que por momentos resulta excesiva y repetitiva y que en el último tercio de la novela es demasiado obvio y un tanto pueril el andamiaje con el que Vidal nos conduce al asesinato. Hoy día el dónde y el cómo del asesinato de Lincoln a manos de John Wilkes Booth, actor de segunda, forma parte del imaginario colectivo y, más que ayudar al desarrollo de la trama, molestan al lector los comentarios sobre la agilidad con la que Booth trepaba al balcón de Julieta en las representaciones de Shakespeare; porque se advierte que tan sólo intentan prepararnos para el momento en que Booth salte desde el palco presidencial al escenario rompiéndose un tobillo y gritando sic semper tyrannis! Decía que es cierto que Lincoln tiene alguna que otra tara de estilo y algún problemilla estructural, pero no lo es menos que el resultado es más que notable y que, al despejar el aura legendaria con el que se suele rodear a esta gran figura, Gore Vidal no hace sino abundar en la idea de la falibilidad humana y de la caducidad de ciertos grandes logros, lastrados con frecuencia por el enorme peso de haber sido buscados y conseguidos por los motivos equivocados.




4 comentarios:

Rubentxo dijo...

NO tengo ni idea de la HIstoria de los USA. Quizás sea una buena manera de empezar a tomar contacto... aunque eso de saber cómo va a acabar la novela... jeje...
Saludos.

CEci dijo...

¡Rubentxo! ¿Qué tal estás? Sí, es lo que tiene la novela histórica, que por lo común uno sabe cómo termina, aunque quizás he sido demasiado explícita ;-)
Un abrazo

molinos dijo...

Yo no he leído Lincoln, pero de Gore Vidal y sobre la historia de América, terminé hace poco " La edad de oro", que trata sobre la tercera reelección de Roosvelt y la entrada de Usa en la 2ª Guerra Mundial. Es una novela entretenida y en la que se aprende mucho sobre las campañas electorales americanas y sobre las mentiras de los políticos.

De Gore Vidal también leí el año pasado, Juliano El Apóstata, y también me pareció correcto.

CEci dijo...

Tomo nota de las sugerencias, Molinos. No había oído hablar de "La edad de oro" pero lo cierto es que suena bien.