jueves, 23 de octubre de 2008

POR SUS OBRAS LOS CONOCERÉIS

Ha querido la casualidad que esta semana haya leído unas cuantas afirmaciones más que lúcidas e inteligentes sobre la ficción y la autobiografía. Para empezar, las contenidas en Los hechos de Philip Roth, pretendida autobiografía de la que espero poder escribir aquí en breve. Especialmente reseñables son su prólogo y epílogo, en los que el simpar Zuckermann toma la palabra, y cuya lectura debería ser obligatoria para todo estudiante de filología y crítica literaria; o mejor, para todo lector que no quiera pecar de ingenuo.

Para seguir, el “Querido personaje” con el que Andrés Neuman mejoró el Babelia del pasado sábado, 18 de octubre. Su columna comienza bien:
“Que la presencia del yo en la escritura dependa del empleo de la primera persona me parece una de las mayores simplificaciones que han campado por los desiertos del debate literario. La dicotomía entre primera y tercera persona es falsa: cualquier personaje imaginario puede esconder a un álter ego, igual que un monólogo íntimo puede basarse en artificios ficcionales.”

Y aún termina mejor:

“No hay nada más sincero que un personaje que nos cuenta quiénes somos.”

En el mismo número del Babelia la inefable Joyce Carol Oates presenta la autobiografía como “memoria semificcionalizada” siguiendo la misma línea del prolífico genio de Newark –y de nuevo me refiero a Roth, por supuesto-.

Así que hoy me han chirriado aún más, si cabe –y sí, sí cabe- muchas de las cosas escuchadas en el encuentro que Margaret Atwood, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ha protagonizado en la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de Oviedo. Y no fue “la Margaret Atwood”, como por accidente se refirió a ella el Rector en la presentación de la presentación, la responsable de las tonterías allí dichas, aunque me pareció un tanto forzada su insistencia en ganarse al público a base de bromas como “¿Es demasiado extremista afirmar que la mujer es un ser humano?”. No, los responsables de los dislates fueron las profesoras y doctorandas que con ella compartieron estrado, algunos de los pocos asistentes que tuvieron la oportunidad de participar en el coloquio y los intérpretes –“lector veroz” y “repagar” fueron algunas de las perlas de las que tomé nota- encargados de la traducción simultánea.



El retorcido, malintencionado y agramatical por contrario a la economía lingüística “queridas colegas y colegas masculinos” con que abrió el acto la entrevistadora principal, profesora de Filología Inglesa y responsable del programa sobre Estudios de género de nuestra Universidad, no auguraba nada bueno y se convirtió en presagio de lo que estaba por venir. Y será verdad que la feminidad es una constante de la obra de Atwood, pero no la única. De hecho, si por algo destacaban las tres piezas que leyó la autora –“Asesinato en la oscuridad”, “La tienda de campaña” y un ingenioso monólogo de Gertrudis, madre de Hamlet- es por la metaficción, piedra angular de la narrativa contemporánea más actual. Sin embargo, buena parte de los presentes insistieron en preguntar sobre lo femenino: “¿Hay esperanza para las mujeres como género?”. En fin... La Atwood, todo hay que decirlo, mantuvo el tipo y respondió muy sensatamente rechazando la generalización, afirmando la individualidad de las mujeres y preguntando a su vez “¿esperanza de qué? ¿a qué estado de cosas quiere Vd. llegar?”.

Y es que además de por su parcialidad, que conculca, por cierto, la vocación universal del arte en general y de la obra literaria en particular, la mayoría de las intervenciones pecaron de intelectualismo y de un abuso de abstracción e interpretación. Otras, en cambio, caían en el tópico –“¿Qué consejo le daría al escritor novel?”- y la obviedad: “¿Han influido su biografía y su bagaje de lecturas en su obra? Y si es así, ¿cuál es el hecho de su biografía que más la ha marcado como escritora?” Una vez más, en fin... Como la propia Atwood contestó muy sensatamente, nadie, salvo el mayor de los egotistas, es capaz de hacerse esa pregunta ante un espejo.

Con todo, la novelista comenzó su intervención con un breve recorrido por su biografía, desde su nacimiento en la muy muy grande Canadá –tan grande, dijo, que se pueden dibujar las islas británicas en uno de sus lagos-, donde la naturaleza es hostil y los errores se pagan con la muerte –hasta dio consejos sobre descenso de aguas rápidas y protocolos a seguir en caso de que uno tenga la desgracia de quedar atrapado con el coche en las densas nieves norteñas- hasta su primera firma de libros en la sección de tienda de ropa interior masculina de unos Grandes Almacenes.

Si de alguna manera esos orígenes condicionan su obra, afirmó la autora, es porque le enseñaron a ser práctica y pragmática. Ese pragmatismo se hallaba tras su brillante denuncia de la irrealidad de la banca, pura convención humana basada en algo tan relativo como la confianza. Uno de los mejores momentos del encuentro, de hecho, fue el del símil que estableció entre la banca mundial y la escena del Peter Pan de Barrie en la que se insta a los niños a aplaudir y a aplaudir si creen en las hadas, para que estas sigan existiendo.

Y ese mismo pragmatismo, añado yo ahora recuperando de nuevo al Roth de Los hechos, es el principio de “todo suceso auténticamente imaginario”, que “empieza por abajo, en los hechos, en lo específico, no en lo filosófico ni en lo ideológico ni en lo abstracto”. Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis surgieron de la imagen de un fauno –el futuro Sr. Tumnus- merendando un bocadillo de sardinas al abrigo de un acogedor fuego y el mismo Harold Pinter afirmaba que sus personajes, simbolizaran lo que simbolizaran, nunca nacían como representaciones alegóricas sino de un contexto concreto y particular.

Así las cosas, poco puede aportar a la lectura de la obra el interrogatorio directo del lector al autor. Me he dedicado hasta aquí a cuestionar las preguntas que se le formularon a Margaret Atwood y alguien me podrá preguntar con malicia qué le hubiera preguntado yo. La respuesta es nada. Absolutamente nada.

El otro día decía Lentitud en su casa que no le importaba la biografía de un autor al margen de cuatro o cinco datos para contextualizarlo y que prefería quedarse con “la mejor y más perfecta mentira que nos ofrece y deja un escritor: sus textos.” Amén a eso. Yo soy de su mismo credo. De hecho y sin que sirva de precedente, ya que nos estamos poniendo religiosos, citemos los Evangelios (Mateo 7, 15) para revestirnos de autoridad: “Por sus obras los conoceréis”. Como añadía Lentitud, “todo lo demás sobra”. “Son puñetas estilo David Copperfield”, que diría el bueno de Holden Cauldfield.


9 comentarios:

Lentitud dijo...

"..y alguien me podrá preguntar con malicia qué le hubiera preguntado yo. La respuesta es nada. Absolutamente nada."

Amén.

CEci dijo...

Confirmo, Lentitud, que somos correligionarios.

Un abrazo

Anónimo dijo...

¡Hola Ceci!
Cuánto tiempo sin leerte y nos es porque no hayas escrito porque he contado hasta tres artículos que no había leído y que he vuelto a disfutar como siempre que te leo. Y que tenga tiempo para leer significa que lo tenga para ecsribir, lo que se traduce en dar un poco de vida a la sombra de mis orejas que necesitaba una reanimación de uregencia. Un beso muy grande de un lector fiel aunque incosntante

condonumbilical dijo...

¿Qué es metaficción?

CEci dijo...

La metaficción es la ficción sobre la ficción, sobre el proceso de escritura, de creación. Casi todo Paul Auster, sobre todo sus últimas novelas, es metaficción, pues son historias sobre escritores que crean historias. Y tambié Philip Roth. Por ejemplo, su última novela, "Sale el espectro", es metaficción. ¡Y de la mejor!
Un saludo.
P.S.: ¿cuántas veces he repetido "ficción" y "metaficción"?

condonumbilical dijo...

¿Y eso es moderno? ¡No jodas!

condonumbilical dijo...

P.D.: me tienen hasta los cojones poniendo "inter" y "meta" delante de todo. Y luego cada uno lo define como le interesa...

Saludos!

CEci dijo...

No digo que sea moderna o novedosa, sino que la narrativa más actual se ocupa mucho de ella; de la metaficción, digo.
Un saludo

CEci dijo...

Pues no te falta razón, la verdad. Mucha de la jerga literaria -debería decir "metaliteraria", pero sería incoherente- está vacía de significado.
Un saludo