domingo, 12 de octubre de 2008

EL IMPERIO DEL SOL (J. G. BALLARD)

Creo que fue Max Aub quien dijo que “uno es de donde hace el bachillerato” y seguramente no andaba muy desencaminado. Pero ¿qué ocurre si precisamente en esa etapa crítica en que nos consolidamos como las personas que seremos, con los intereses a los que nos dedicaremos y los amigos de los que nos rodearemos se nos priva de las tan necesarias certezas y seguridades y se nos arroja a un mundo ambiguo, violento y hasta entonces inimaginable? Eso es lo que le ocurre a Jamie por obra y gracia de la Guerra del Pacífico.

Un día, tan sólo un día –el que siguió al Día de la Infamia; el del bombardeo de Pearl Harbour, ya saben- le basta a Jamie para comprobar la fragilidad del mundo de privilegios que sus padres han construido para él en la zona inglesa del Shanghai ocupado por los japoneses. Tan sólo unas horas bastan para derribar la centenaria jerarquía por la que los ingleses mandan y los chinos obedecen servilmente. Así que cuando, accidental y definitivamente separado de sus padres, recibe la bofetada del ama china de su amigo Patrick, Jamie tiene la certeza de estar pagando ya por algo que él mismo o bien alguno de sus semejantes ingleses ha hecho. Es tiempo de guerra y la guerra poco se parece a las épicas escenas en blanco y negro proyectadas en los cines de Shanghai. No hay buenos y malos –o al menos no se los reconoce con facilidad; de hecho, Jamie admira la disciplina, abnegación y valentía de los japoneses- ni es fácil escoger el bando propio. Menos aún en el caso de Jamie –llamémosle Jim, su nombre de guerra, a partir de ahora-, todo un desarraigado; no sólo por haber sido violentamente separado de sus padres, sino porque la única patria que ha conocido, el Shanghai colonial de bombones de licor, mazurcas de Chopin, piscinas, fiestas y colegios de pago, ha desaparecido y ha sido sustituido por otro donde la propia vida está en peligro por el simple hecho de poseer una bicicleta; y porque Inglaterra, la tan mentada Inglaterra, no es para Jim más que un nombre mítico de tan mágicas asociaciones como Avalon o Camelot.




Pese a todo, pese a la novedad, la ambigüedad, la violencia, la incertidumbre y el desamparo, pese a todo ello, digo, Jim se construye su propio hogar en la frágil seguridad del campo de prisioneros del aeródromo de Lunghua al que es enviado, rodeado de tan diferentes “maestros” como el abnegado Dr. Ransome, el frágil Sr. Maxted, o, sobre todo, el sibilino, pragmático y cínico Basie, de quien aprende el difícil y moralmente ambiguo arte de la supervivencia. Es este último quien le muestra a Jim –casi siempre a su costa; la de Jim, digo- aquello que se ha dado en llamar la “universidad de la vida”. Así que el “bachillerato” de Jim, su hogar –por retomar los términos de Max Aub-, es la guerra. Él mismo se empeña en recordar con nostalgia sus primeros años en el campo de prisioneros. No es de extrañar, por tanto, su reticencia a aceptar el fin de esta tras la epifánica –en la novela, me refiero- explosión de Nagasaki.

Con dicha explosión se inaugura una nueva parte de la novela, más ballardiana que el resto, en la que el entorno se percibe más amenazador si cabe –y sí, sí cabe- y todo, contemplado a través de los febriles ojos de un Jim cada vez más resignado a la propia muerte, aparece difuminado por la acción de ese sol de blanca luz que todo lo ilumina y a todos deslumbra –la bomba nuclear- y desdibujado por la acción del agotamiento, el hambre, la sed, la arena y el polvo, la sangre y el pus. En ese nuevo mundo que la bomba nuclear ha inaugurado, sin embargo, algunas certezas mantienen su vigencia y el hombre, como anunciara Plauto y parafraseara Hobbes, sigue siendo un lobo para el hombre.

14 comentarios:

Tomás dijo...

Me encantan los textos que me hacen sentir ignorante de los pies a la cabeza. Su lectura me hubiera venido de perlas para comprender (y disfrutar) de la exposición del CCCB: Autopsia del nuevo milenio.

Un saludo
Tomás

CEci dijo...

Gracias por la visita, Tomás. No creas, que yo soy una recién llegada a Ballard, aunque llevaba mucho tiempo detrás de su "Imperio del Sol".
Ya he visto que estás de vuelta en tu blog. Tengo pendiente tu "En el cadalso". Te leo pronto.
Un saludo

Anónimo dijo...

Después de leer su biografía y releer "La bondad de las mujeres", pienso que pronto tocará releer "El Imperio del Sol".

Recuerdo que James Ballard entró en mi vida de la mano de Spielberg, cuando yo todavía era muy pequeño -muchos años antes de que oyera por primera vez el nombre del propio Ballard-, justo cuando empezaba a fascinarme la sangrienta historia del siglo XX, y me preguntaba extrañado, una y otra vez, cómo es que los hombres se habían abandonado a aquellas barbaridades.

Una clase de extrañamiento que ni siquiera podría compararse con el de años después, mientras leía "Empire of the Sun", enganchado a los párrafos, y fantaseaba con cuánto me habría gustado ser como Jim, vivir lo que había vivido Jim, aunque a diferencia de él, tal vez, hubiese dejado la vida en el intento.

Es difícil de explicar y más aún de comprender, supongo. Pero creo que ni el mismísimo Ballard hubiese renunciado ni a un gramo del sufrimiento y del horror que padeció. Los hubiese defendido a dentellados si hubiese sido preciso. El dolor te hace estar más vivo.


Saludo.

Olvido dijo...

Ya te he dicho más veces Ceci que me gustan mucho tus reseñas, aunque no he leído este libro y casi nada de Ballard (solo algún cuento). También he visto que Tomás ha regresado (un placer) y ha bajado en ascensor. Estoy de acuerdo con Javier, el dolor te hace estar más vivo.
Otro saludo

condonumbilical dijo...

Buen blog.

CEci dijo...

Como tú, Javier, llegué hasta Ballard Spielberg mediante. Su adaptación cinematográfica es magnífica, aunque -estoy de acuerdo contigo- no provoca ni de lejos el extrañamiento que provoca la novela; sobre todo, su última parte: la evacuación de Lunghua y el nuevo mundo nuclear.
Y... sí, Ballard debió ser realmente feliz en el campo por lo que ha dicho una y otra vez y se desprende de "El imperio del sol", aunque ¡ojo! ¡mucho ojo! con el poder de la nostalgia, que todo lo trastoca; más aún cuando de rememorar la infancia se trata.
Es posible que Ballard no renuncie al horror que padeció porque es lo que lo ha convertido en lo que es y determina, como bien has dicho en tus reseñas, toda su obra. Eso sí, yo no llego al punto de envidiarle; sobre todo, cuando de comer gorgojos se trata.
Ya he oído más veces lo del dolor como reafirmación de la vida: "el dolor nos hace reales". Y también su opuesto: "nada más inútil que el dolor". Yo me quedo en el siempre acogedor y cómodo punto medio entre ambos. Vamos, que no lo tengo claro.
Un saludo, caballero.

CEci dijo...

Muchas gracias, Olvido, aunque en este caso, como muy bien me ha dicho Javier en otro lugar, más bien es una larga sinopsis que una reseña. Tampoco yo conozco demasiado a Ballard, aparte de este "Imperio del sol" y de su "Mundo sumergido". Seguiré leyendo, por supuesto.
Un abrazo

CEci dijo...

Gracias, condonumbilical, por tu escueto pero amable comentario.
Un saludo

Anónimo dijo...

Me gusta pensar que el Ballard que hemos conocido fue una consecuencia directa del horror de la guerra que padeció -lo que también podría pensarse de, sin ir más lejos, Kurt Vonnegut, o tantos otros-. Que alguien, de poder ser eso posible, no renunciase a sus padecimientos por la posibilidad de no acabar siendo la persona que es y ha sido, puede tener sus matices. Yo, en mi caso, gustoso renunciaría a mis lesiones de columna y a todo el dolor que me han provocado y me provocan. Es un padecimiento del que, salvo quirófanos y noches de hospital, poco o nada me ha hecho crecer moral ni psicológicamente.

Los horrores de Ballard, Vonnegut, Semprún, etc., fueron de una dimensión bien distinta. No por terribles, más bien por hondos.

Lo de que el dolor y el padecer lo hacen a uno estar más vivo, hay que matizarlo también, por supuesto. Puede ser una bendición -ese "saberse más vivo"- o bien la peor de las cruces.

A nivel fisiológico, y si nos ponemos ballardianos, una embarazada está más viva pues cobija una vida distinta de la suya que además parte de ella. Un hombre con diversos cánceres y metástasis está más vivo, pues sus órganos sirven de sustrato a tumores independientes con desarrollos individuales, unidireccionales y contraindicados. Una persona infectada, de lo que sea, alberga millones de microvidas vacterianas o víricas, que viven de ella al tiempo que atentan contra su salud, y que una persona enferma no posee...

El padecimiento te hace estar más vivo, pienso, no por esta lectura meramente fisiológica, sin embargo. Sino porque nunca está uno tan atento y tan en guardia como en la incertidumbre, tan insomne como en el dolor crónico; tan lúcido como en la derrota; tan abierto a todas las posibilidades como cuando todo se ha perdido, o todo se cree perdido.

Dormir a pierna suelta siempre me ha parecido peligroso.

Olvido dijo...

Si Ceci cierto que es algo más parecido a la sipnosis, pero aún así me gusta venir aquí y leer tus lecturas. Un beso

Javier no sabes hasta que punto te entiendo. Totalmente de acuerdo, excepto en una cosa: no se si es peligroso o no dormir a pierna suelta, pero realmente me gustaría probarlo, tan solo una noche en esta vida puta;-)

CEci dijo...

En efecto, los de Ballard, Vonnegut, Semprún, Levi y tantos otros... son dolores más hondos y que arraigan y determinan en mayor medida. Como dice Primo Levi, y creo que lo mismo vale para Ballard, "fue Auschwitz quien me convirtió en escritor". La obra de Ballard es fruto de sus años en Lunghua y la bomba atómica.

Pero también son dolores antinaturales -porque no tienen parangón en el mundo animal- e inútiles y por ello extrañan y causan repulsión en mayor medida. Es posible que por naturaleza el hombre sea un lobo para el hombre. No lo sé, aunque quiero pensar más como el "optimista antropológico" que es Rousseau (¡o Zapatero! XD). Pero pensar en el irreparable dolor que ha provocado el Nazismo, por ejemplo, asusta y pasma. Que el hombre haya llegado a desarrollar tal grado de sofisticación y tal cúmulo de convenciones ajenas a la naturaleza para producir la muerte en masa...

La vida unas veces golpea y otras permite dormir a pierna suelta, como bien dices, y como defendieron algunos grandes nombres que en la literatura han sido: como Edmundo Dantés (no hay dicha ni desdicha absoluta sino comparación de un estado con otro) o el propio Hans Castorp, que "durmió" 7 años en una montaña para bajar después a luchar a la llanura. Vamos, y por seguir con el símil, que entre el insomnio más absoluto y dormir a pierna suelta, hay un término medio: dormir sabiendo que tienes que y que necesariamente vas a despertar. Lo dejo por ahora porque empiezo a sonar a Coehlo.

Me ha encantado tu interpretación Ballardiana del dolor y la vida, Javier.

Un abrazo para los dos y mil gracias por tan interesantes comentarios.

Olvido dijo...

En cuanto he leído dolor y guerra he recordado a los gemelos de Agota Kristof, ensayar, provocar dolor cada vez más fuerte para que luego cuando venga de verdad, duela menos. Ejercicios de endurecimiento, ejercicios de inmovilidad para poder estar preparados. En definitiva habituarse al dolor.
Os dejo algo que decía Magris y que tenía guardado: “mi escritura no nace del bienestar, y espero ser capaz de decirlo sin coquetería. Siempre parte de dos sentimientos, de un dolor personal y de otro general. Por un lado, nace de la necesidad de contar el dolor, lo invivible que es la vida, ese saber que a la medusa con cabeza de serpiente no la podemos mandar al peluquero. Pero también parte de la resistencia a ese dolor, de sacarle a la noche la poca luz que tiene, de encontrar la felicidad en el dolor. De nuestro deseo general de una vida bella. Yo nunca he tenido los problemas del bienestar. La vida es muy difícil y está tan amenazada que todo lo que puedo coger de ella me resulta un regalo. Y esto no es la negación del dolor, es simplemente la otra cara.”

Anónimo dijo...

¿Fui yo quien escribió "bacterianas" con v? Me cago en mi vida...

Ceci, siento ser tan visceral y negativo, tú tomas parte por Rousseau y por dormir a pierna suelta mientras haya oportunidad, yo en cambio me iría de cervezas con Hobbes y no puedo evitar dormir con el rabillo del ojo alerta, por si hay que saltar a la carótida del primero que intente malmeter. Somos antitéticos, y está bien que así sea. De lo contrario todo sería terriblemente aburrido. Aburrido y átono: Christian Slater leyendo versículos en el Scriptorium, masturbándose bajo el pupitre, y Guillermo de Baskerville barriendo la escalera...

De todos modos, y respondiendo a Olvido, no te digo que no esté mal echar una larga y tranquila dormida de tanto en cuando, pero es que esta vida no da cuartel: cada vez que me permito el lujo de dormir a pierna suelta, cuando me despierto me encuentro con que Bucay y Coelho han sacado libro nuevo y el mundo que habitamos es un poquito peor...


Todo y que no me gusta Magris, ahí ha estado sembrado, el tipo. Bravo bravo.

Saludos!

CEci dijo...

¿Se acostumbra uno al dolor? ¿Es que algo duele menos porque antes también dolía? Y no me refiero al dolor físico, al que -cuando es relativo- uno puede llegar a acostumbrarse. Los gemelos de Agota Kristof me resultan inquietantes y truculentos. ¡Y sin haber leído las novelas!
Los epicúreos decían que el dolor incluso era una fuente de placer... cuando se iba, claro. Con lo que volvemos de nuevo al contraste y la comparación de un estado con otro del paciente Conde de Montecristo y su "confiar y esperar".
La cita de Magris es genial, Olvido. Muchas gracias.

En el fondo, Javier, estamos diciendo lo mismo. Los dos sabemos que en esta vida unas veces las cosas marchan bien y otras rematadamente mal, sólo que por reutilizar la metáfora de Magris, yo apuesto más por la cara y tú por la cruz. Y de nuevo vuelvo a sonar a autoayuda, así que... voy a ponerme a trabajar.
¡Saludos a los dos!