Pensaba publicar hoy la reseña de la semana. De veras pensaba hacerlo, pero dado que el objeto de la misma, Nero Wolfe contra el FBI de Rex Stout, ha resultado ser una novela ligera e intrascendente, digno pasatiempo pero más o menos del montón, me ha parecido oportuno cambiar de derroteros. Viremos pues y dediquémosnos a cuestionar la labor de alguna que otra editorial que en este país es. No conocía la editorial Navona y su colección Reencuentros hasta que me hice con esta breve novela de edición aparentemente –y subrayo el “aparentemente”- cuidada, que según su contraportada permanecía perdida en el tiempo o era poco conocida. Y ya que he pasado por aquí diré que la prosa de la contraportada no brilla especialmente por su precisión y estilo, como se puede apreciar fácilmente leyendo sus dos últimas líneas:
“Rachel Bruner se ha quitado de encima una preocupación y unos cuantos dólares. Pero eso a ella no le importa.”
¿Qué es lo que no le importa? ¿Haberse librado de la preocupación? ¿haber perdido “unos cuantos dólares”? A saber. Pero no era eso a lo que iba, ni tampoco al hecho de que sus dos páginas de introducción dedicadas al infame McCarthysmo y Comité de Actividades Antiamericanas irían mejor como epílogo; sobre todo, porque revela parcialmente la efectista broma final del autor. A lo que iba es que no me parece de recibo que una editorial que presume de rescatar del olvido joyas perdidas y que en su presentación habla de -¿cómo era?- “del placer y milagro de dar vida a la letra impresa”, servicio por el que cobra a cada lector 12’50 euros, no se moleste en purgar el texto de los errores tipográficos y, sobre todo, ortográficos que haya podido cometer el traductor –que también tiene su responsabilidad, por supuesto-. Tan sólo hacía falta pasar la traducción por el corrector ortográfico del procesador de textos para ahorrarnos cosas como “esquege” y las tres veces en que la palabra –¡agárrense!- “alcova” aparece en la página 187. Digo yo, vamos. Le ha tocado en esta ocasión a esta modesta editorial, pero gigantes como Lumen y Alfaguara no se quedan atrás, por lo que he leído en estos últimos tiempos.
No soy dada a los discursos tremendistas ni apocalípticos que claman contra la barbarie y bajo nivel cultural actual, pero me parece poco menos que alarmante que los que deberían considerarse reductos guardianes de la palabra escrita –discúlpenme la pedantería-, ya sean editoriales, suplementos culturales o facultades de disciplinas humanísticas –como la filología, sin ir más lejos- se permitan publicar textos con errores como los arriba mencionados, dar pábulo y difusión a notas como la que sobre la Odisea y sus eclipses citaba por aquí hace unas semanas, o consentir que numerosos “aspirantes” a filólogos –por supuesto, no todos- busquen con afán resúmenes de la épica homérica y firmen con la conciencia tranquila exámenes en los que las faltas de ortografía campan a sus anchas. Puede que la culpa la tengan las últimas tres leyes de educación, el espíritu de Bolonia que pretende hacer de la universidad una escuela de empleo conculcando el mismo espíritu que debería alentarla, el frenético ritmo que borra títulos del catálogo en poco más que semanas y puede, también, que la culpa sea de todos un poco y de nuestra tan descuidada responsabilidad individual. Así que, por favor, critiquen, protesten y pataleen.