miércoles, 27 de diciembre de 2017

BALANCE LECTOR (2017)



No voy a justificar el silencio, el polvo y las telarañas apelando a la falta de tiempo. Lo cierto es que este último año he perdido impulso y el hábito de sentarme aquí delante para poner orden a eventuales ideas cuando termino un título. No he perdido, en cambio, pie lector. De hecho, he leído últimamente mucho y muy bueno y ahora que, a punto de agotarse el 2017, desde distintos lugares rinden pleitesía al dios cartesiano mediante listas varias, me propongo yo también hacer mención de lo mejor.
Y lo mejor adoptó casi siempre la forma de colección de cuentos estadounidense, ya llevara la firma de O’Henry (KRK) y sus habituales vueltas de tuerca finales, que subvierten con humor toda asunción e inferencia que el lector haya podido hacer;
o de O’Hara (Contra), el mayor talento de la narrativa norteamericana cuando de recrear diálogos se trata.
Sin embargo, lo mejor del 2017 ha sido probablemente el descubrimiento de Joy Williams gracias a sus Cuentos escogidos en Seix Barrall. Pasma en ella su capacidad de sorprender una historia in medias res, de capturar un instante y darle sentido sin necesidad de contarnos cómo comenzó todo con edulcorados y nostálgicos pretéritos imperfectos. Quien desde aquí les escribe se declara, más en concreto, devota absoluta de su “Tren”. 

En distancias algo más largas, les diré que estuve a punto de pasar por aquí cuando hace unos meses leí, por fin, Residuos, de Tom McCarthy (Lengua de Trapo), a la que Zadie Smith dedicó hace ya algunos años una crítica magnífica en Cambiar de Idea (Salamandra). Un hombre es víctima de un extraño accidente y se ve obligado a un complejo y completo proceso de reeducación neuronal y motora. Un gesto en apariencia sencillo como coger un lápiz exige una secuencia de órdenes de las que no puede dejar de ser consciente. Algo fundamental le ha sido arrebatado, pues, tras el incidente: naturalidad. Paradójicamente, la única forma de recuperarla es la recreación ad infinitum de escenas previamente seleccionadas y ensayadas hasta el más mínimo detalle. No se la pierdan.

Una sorpresa tan inquietante como su título sugiere fue el No, mamá, no, de Verity Bargate (Alba). En ella se plantea lo difuso de la línea que separa cordura y locura a través de la peripecia de una mujer incapaz de sentir amor -ni siquiera afecto- por sus dos hijos. No hay sangre de por medio, no se alarmen, pero el último tercio de esta brevísima e intensa novela resulta espeluznante.

Rebajemos la tensión y pongamos ahora un poco de color. 2017 fue el año del descubrimiento -¡gracias, Amarcord!- de la Hilda de Luke Pearson (Barbara Fiore), toda una aventurera que en la montaña y en la ciudad se las apaña para encontrar trolls, gigantes, perros inmensos y pájaros amarillos con amnesia. Leí las cuatro primeras aventuras mientras me recuperaba de una pequeña intervención y fue como volver a tener ocho años. Ya he iniciado la labor “evangelizadora” entre mis sobrinos postizos.
 Sorpresas más que agradables fueron también Rosalie Blum y Juliette, de Camille Jourdy (La Cúpula), protagonizadas ambas por personajes un tanto grises que pasan una mala racha pero que, gracias al trazo detallista y colorido de Jourdy, nos reconcilian con el mundo y con nosotros mismos.
No les mareo más. Termino con la magnífica Clásicos para la vida del siempre certero Nuccio Ordine (Acantilado), cuya introducción -la introducción, al menos- debería ser de lectura obligada por cualquier persona interesada en lo que debería ser la educación.

Por aquí nos vemos, ¡espero!, el próximo 2018 y ustedes, ya saben: lean, lean.

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