viernes, 10 de julio de 2015

LA GRAN NOVELA AMERICANA (PHILIP ROTH)



Hace años que insisto por aquí en que el buen escritor no se anda con remilgos, escrúpulos o piedad para con sus personajes y su historia y hace mucho que saludo como referente en este sentido a Philip Roth. De hecho, el autor de Pastoral Americana, todo Zuckermann o, por supuesto, El mal de Portnoy, ha sido acusado en repetidas ocasiones de antisemita y misógino, acusaciones que, afortunadamente, no parecen haberle afectado más que para insistir en aquello de “¡es ficción!” y que una cosa es el personaje y narrador y otra bien distinta el autor.
En cualquier caso, no hay duda de que, puestos a escribir, el genio de Newark no se detiene ante pilar ninguno, ya se trate de la familia, la religión, el sexo, Lindbergh, o, en este caso, esa ballena blanca que es la gran novela americana y, por supuesto, el béisbol. Muestra evidente de su más que cáustico sentido del humor es que se haya atrevido a intitular así, como La gran novela americana, una descacharrante sátira dedicada al deporte nacional, tan dado a historias nostálgicas y crepusculares como The Natural de Malamud o, ¿por qué no?, Shoeless Joe de Kinsella.
Nada que ver con La gran novela americana, presentada como la novela histórica escrita por Smitty, un anciano periodista deportivo que agota sus últimos días en un asilo narrando entre aliteración y aliteración la muy inverosímil historia de la Liga Patriótica, la de los muy patéticos Mundys -eterno farolillo rojo de la misma y parada de los monstruos- y la de su aun más patético e inverosímil final, ligado a una imposible conjura comunista o, más bien, a las acciones del comité de actividades antiamericanas. Y entre la brutal sátira de Melville, Twain y, sobre todo, Hemingway del comienzo y la delirante carta final a Mao, Roth arremete contra todo y todos, desde los ídolos de pies de barro hasta la épica insustancial de las narraciones periodísticas, pasando por los salones de la fama, los partidos amañados y hasta los supuestos desayunos de campeones.
Es cierto que, por una vez y sin que sirva de precedente, quizá haya que darle la razón a la Academia Sueca y haya compuesto Roth una historia muy local, demasiado exótica para los legos del béisbol, pero no lo es menos que el triunfo de toda parodia depende, necesariamente, del conocimiento de lo parodiado y que si, como una servidora, conocen los entresijos de este deporte al que tantas tardes dediqué tiempo ha en el parque, se lo van a pasar estupendamente. Así que ya saben, lean, lean...


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