Hace
ya un par de años canté por aquí las alabanzas de una espléndida novela firmada
por Michael Frayn, A landing on the sun,
escrita a comienzos de los ’90 del pasado siglo. Más de dos décadas anterior es
esta The Russian Interpreter que aquí
me trae hoy y, pese al lapso temporal que las separa, ambas se complementan a
la perfección, hasta el punto de que pueden considerarse dos caras de la misma
moneda. Si aquella, A landing on the sun,
se iniciaba como una historia aparente de espionaje y suspense para derivar en
una imposible historia de amor, hermosa pero banal, ésta, The Russian Interpreter, se inicia como una comedia romántica de
equívocos cuyo Macguffin resulta ser el
espionaje -y contraespionaje- en el punto más álgido de la Guerra Fría. No
alcanza esta novela la ironía, hondura ni el sentimiento de aquella pero
igualmente vale la pena la lectura de esta comedia sobre las tribulaciones de
un joven traductor de ruso e inglés -según el caso-, que se ve obligado a
lidiar con los miembros de una pareja de enamorados -o no- y, de paso, con el
muy temido KGB. Así que lean, lean a Michael Frayn y, por supuesto, tengan Vds.
una más que ¡Feliz Navidad!
lunes, 24 de diciembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
POR UNA VEZ Y SIN QUE SIRVA DE PRECEDENTE...
Con
la intención de participar en el concurso organizado por Libros Y Literatura, cuyo posible premio
es demasiado goloso como para dejarlo pasar, hago un hueco para dejarles de
nuevo por aquí el enlace a una reseña publicada hace unos meses. Se trata del
texto que en el cada vez más lejano verano publiqué sobre Westwood de la simpar Stella Gibbons. A ver si hay suerte y, sobre
todo, a ver si no tardo otro mes en pasar a saludarles.
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Concurso Libros y Literatura |
domingo, 25 de noviembre de 2012
INTERREGNO (XVI)
Lo sé, lo sé... tengo
este rincón muy descuidado pero el tiempo no da más de sí. Quise pasar por aquí
cuando leí la divertida Ventajas de
viajar en tren de Orejudo. Quise también dejarles por aquí la crítica de la
muy recomendable Todo lo que soy de
Anna Funder, que todavía pueden leer en el Qué
Leer del casi agotado ya mes de noviembre. No hubo manera. Llegó luego
además la gripe estacional -o algo muy parecido- a poner las cosas más
complicadas... Reparto ahora mismo mi tiempo entre The casual vacancy de J. K. Rowling, sobre la que podrán leer donde Vds. ya saben el
próximo mes de enero y la magnífica El
latín ha muerto ¡Viva el latín! de Wilfried Stroh, que contra toda
probabilidad pero con todo merecimiento se ha convertido en best-seller en
Alemania. He encontrado, no obstante, un hueco, por fin, para pasarme por aquí
a dejarles la crítica que más arriba les mencionaba, así como para
recomendarles la lectura de la muy singular La
abadía de Crewe de Muriel Spark, un descacharrante Watergate ambientado intramuros
de un convento de clausura y que, como todo lo de su autora, no deja títere con
cabeza. Así que ya saben, lean, lean...
“Todo lo que soy”
Autora:
Anna Funder
Traductora:
Gemma Rovira Ortega
Editorial:
Lumen
480
páginas. 23.90 euros
[4
tinteros]
La
memoria es caprichosa y no atiende a voluntades. Ruth Wesemann, una octogenaria
arraigada en Sidney, agota sus últimos días rememorando los de la agonizante
República de Weimar y el pujante monstruo nacionalsocialista. Es, sin embargo,
incapaz de seguir conversaciones mundanas sobre el propio desayuno o la
localización de los productos de limpieza. A su vez, Ernst Toller, ideólogo,
poeta y dramaturgo alemán, se fuerza a recordar en una habitación de hotel lo
que durante seis años ha preferido obviar mediante simple y llana omisión o
aséptica mención.
Pese
a la apariencia de contemporaneidad de ambas voces, más de seis décadas las separan.
No obstante, entre los dos componen en alternativo relato en primera persona el
diédrico retrato de Dora, prima y amante, y también su Pasión. Con mayúsculas,
sí. La acción bien puede transcurrir entre el Berlín de Hitler y el Londres de
Chamberlain y Churchill y denunciar la pasividad y connivencia inglesas ante
las acciones de la Gestapo y las SS en suelo británico, pero hay algo mesiánico
en el sacrificio de Dora, apóstol antes que mártir, y hay también, por
supuesto, un Judas Iscariote con sus treinta monedas de plata.
Vstedes,
no obstante, no se dejen engañar por tan piadosa analogía, pues Todo lo que soy es, ante todo, una
novela seria y bien documentada, que a sus no pocos méritos añade su cualidad
absorbente y lo trepidante de su ritmo e invita a seguir muy de cerca la
trayectoria de su autora.
[Publicado en Qué Leer,
noviembre 2012]
jueves, 1 de noviembre de 2012
A PROPÓSITO DE ABBOTT (CHRIS BACHELDER)
Abbott es el solícito padre
de una niña de apenas dos años y será el padre de otra en cuanto termine el
verano. Es profesor universitario pero hace años que no lee libro ni ejerce de
académico, salvo en sus más desatadas ensoñaciones. Sus días se consumen entre
cañerías atascadas, desvelos por la seguridad de su muy acaparadora hija y
malentendidos y discusiones soterradas con su no menos embarazada mujer. Pese a
todo, no deja de ser un intelectual con irreductible afán de trascendencia,
capaz de sorprendentes epifanías mientras cambia la cuchilla del viejo
cortacésped, llama a un fontanero, recoge el correo o lee noticias un tanto
morbosas en Internet. No siempre resulta de estas revelaciones, sin embargo,
Belleza o Felicidad, pese a que el material es ciertamente propicio para las
efusiones líricas, sino que A propósito
de Abbott, compuesta en pequeñas piezas impresionistas, resulta por momentos
sorprendentemente cínica y hasta macabra. Dado el tono del conjunto, sin embargo,
no dejan de ser cinismo y toques macabros accesos inteligentes al humor, que,
es cierto, no mueve casi nunca a carcajada pero sí, casi siempre, a la media
sonrisa. Lean, lean... y, como siempre, gracias a los amigos de Libros delAsteroide por su exquisito gusto y su generosidad.
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jueves, 25 de octubre de 2012
EL LAMENTO DE PORTNOY (PHILIP ROTH)
Aunque Vds. no lo vean,
sigo leyendo. Ocurre tan sólo que las fatigas del inicio del curso escolar, con
sus nuevos proyectos, absurdos burocráticos, guerras intestinas y su ración insufrible
de alumnas tan reticentes que no deberían, en puridad, considerarse
estudiantes, ocupan buena parte de mi tiempo y energía. El resto, lo confieso,
se lo llevan los buenos estudiantes, algún que otro paseo otoñal, mucha ficción
televisiva -HBO mediante- y un pequeñajo de poco más de un año, al que medio en
broma llamo sobrino y se ha convertido de un tiempo a esta parte en compinche inseparable
de juegos y en mi debilidad.
Dicho lo cual, les diré
que, si hoy vengo por aquí, es porque he leído, por fin, El lamento de Portnoy del maestro Philip Roth, novela valiente y
osada con la que se ganó, de una parte, admiración, y de otra, críticas aceradas
que lo calificaban de antisemita y misógino. El antihéroe de la misma es
Alexander Portnoy, apellido parlante donde los haya, al menos, por su significante,
por más que su portador juegue a disfrazarlo de patronímico francés (Port-noire). Y la trama no es otra que
el sinfín de obsesiones y perversiones sexuales que el susodicho confiesa
desaforado con ocasional sentimiento de culpa heredado, sin duda, de su más que
judía y castrante familia.
Saben Vds. que por aquí
y por allí he condenado repetidamente la identificación de personaje y autor.
Portnoy es Portnoy. Zuckermann es Zuckermann. Roth es Roth y no cabe proyectar
sobre éste los fetichimos y perversiones de aquel. Saben, también, que sí
defiendo, en cambio, el placer obtenido como lectora de la identificación con
lo leído. Y no, Portnoy no es precisamente objeto de empatía. Sin embargo, me
he reído con ganas en unos cuantos pasajes de esta historia, que por todas
partes derrocha ironía y humor. He disfrutado, también, al detectar en ella unos
cuantos gérmenes de la bastante reciente Indignación.
No voy a negar que
prefiero a Zuckermann y al Roth menos sátiro y más intelectual y épico pero el
maestro, al fin y al cabo, es el maestro y es, por cierto, el último con vida de
mi particular trío de ases (Salinger, Mary McCarthy, Roth), así que
aprovechamos la coyuntura para desearle una pronta recuperación y lamentar lo
indecible que nos vayamos a perder lo que en la entrega de los Premios Príncipe
de Asturias tuviera que decir. Que hable, pues, con sus libros. Como siempre.
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lunes, 10 de septiembre de 2012
PULSO (JULIAN BARNES) / CHARLES DICKENS (CLAIRE TOMALIN)
El
de “irregular” debe de ser uno de los adjetivos más frecuentemente asignados al
grupo sintagmático “colección de cuentos”. No se me asusten. No va la cosa de
gramática. No todavía, al menos, pues las clases no comienzan por estos pagos
hasta el próximo jueves. La cosa hoy va de una excepcional colección de
cuentos, que lo es -excepcional, digo- por la sorprendente homogeneidad de la
calidad de cada una de sus piezas. Contienen estas páginas relatos de diverso tipo,
más o menos sofisticados, intelectuales o apegados, más bien, a lo sensorial...
Unos son cínicos y desesperenzados y otros, en cambio, más vitalistas pero
todos tienen cabida, cómo no, para la ironía y el humor tan caros al autor de Amor, etc. y El loro de Flaubert. La cosa, por cierto, va de Pulso de Julian Barnes. Así que ya
saben... Lean, lean...
Quien
desde aquí les habla está, por otro lado, encantada de haber podido participar,
aun a pequeña escala, del año Dickens y haber sido la encargada de criticar
para los amigos de Qué Leer la magnífica
biografía que del Fénix de los Ingenios de las Letras Inglesas hizo
recientemente Claire Tomalin. Pueden leerla en el número del corriente septiembre
de la mencionada revista o, si lo prefieren, aquí:
“Charles Dickens”Autora: Claire TomalinTraductora: Begoña RecasensEditorial: Aguilar568 páginas. 18 euros[Cuatro tinteros]Se cumplieron el pasado mes de febrero doscientos años del nacimiento de Charles Dickens y, siendo los británicos tan dados al género biográfico (ahí está Boswell para constatarlo), no podía faltar un título como el aquí criticado para celebrar tal efeméride y honrar a una de las más preciadas joyas de su corona.Se inicia la biografía de Tomalin con un magnífico prólogo in medias res que presenta a Dickens ejerciendo de jurado en un juicio por infanticidio, capaz a un tiempo de lograr la absolución para la madre y de forjar una hermosa imagen tras contemplar el cadáver del bebé sobre una mesa de autopsias, como dispuesto a ser devorado por “el gigante de algún cuento”. Es programático este prólogo, pues vida y obra se retroalimentan en el biografiado, hasta el punto de que, si no incurriéramos en un círculo vicioso, casi se podría decir que sus orígenes son ‘dickensianos’. En la correspondencia con sus amigos se muestra a menudo tan melodramático como los protagonistas de sus historias y, como afirman los paratextos de esta edición, su vida puede muy bien leerse como una novela victoriana. Y no es de extrañar, tratándose de alguien que dedicó la práctica totalidad de su tiempo a la escritura compulsiva de novelas, cuentos, adaptaciones teatrales, crónicas periodísticas...Tomalin, sin embargo, hace tan sólo una somera reseña de la obra y sitúa el foco en la vida social y familiar de Dickens con una exhaustividad rayana en el exceso. Esta lectora habría agradecido una criba mayor de la información, si bien es cierto que el aluvión de citas y encuentros aparentemente intrascendentes, junto con algún que otro juicio casual y anecdótico, aporta color y, acompañado como está de un ejemplar aparato crítico, da cuenta del rigor de la autora. Y también de su valor, pues tras el Genio, tras el portavoz de los oprimidos, se revela finalmente (the Victorian ages!) un marido, amante, padre y amigo implacable, contradictorio e hipócrita, algo que sus compatriotas no siempre han estado dispuestos a admitir. Desde aquí, cómo no, aplaudimos la integridad de la autora pero, puestos a elegir, nos quedamos con el Genio.Cecilia Blanco Pascual
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