“Había un código de honor en torno a los relatos: no podías sabotear la historia de nadie si el público parecía satisfecho, o te exponías a que te hiciera lo mismo en otra ocasión; la incredulidad quedaba suspendida hasta nueva orden, pues nadie esperaba extraer la verdad ni una información veraz de aquellos relatos, sino tan sólo el placer de sentirse atrapado por la narración y, quizás, de volver a contarla como propia. En América era distinto: la incesante perpetuación de fantasías colectivas hace que la gente anhele la verdad y nada más que la verdad. La veracidad es la materia prima más buscada en América.”
El Proyecto Lázaro
Aleksandar Hemon
Cuentan los Manuales de Literatura Griega que Milman Parry corroboró sus teorías sobre la composición de los poemas homéricos y la dicción formular tras un viaje a la antigua Yugoslavia. Allí comprobó que, bien entrado el pasado siglo XX, aún quedaban aedos a la más vieja usanza, capaces de improvisar durante horas y horas un relato épico gracias a la concatenación de materiales previos transmitidos por la más que milenaria tradición oral. Igual que Homero en otro tiempo.
Mucho de ese talento del lugar para el relato se atisba en El Proyecto Lázaro de Alexsandar Hemon, que narra la historia del martirio de Lázaro Averbuch en el Chicago de inicios del XX y la odisea de Vladimir Brik, que un siglo después intenta reconstruir la historia del primero en un viaje que lo devuelve a una desolada, brutal y zafia Europa del Este. Se atisba ese talento, digo, en las dos líneas principales de la trama, que se entrecruzan, por cierto, con perfecta técnica, pero, sobre todo, en las maravillosas e increíbles anécdotas e historietas de Rora, el cínico y desencantado, al que el cándido Brik, ávido de información, insiste en creer.
Además, poderosos ecos épicos y bíblicos –empezando por el mismo título- resuenan de principio a fin de esta novela: el trágico destino de Lázaro Averbuch, huido de los pogromos del Este para ser asesinado en Chicago simplemente por aparecer en el lugar equivocado en el peor de los climas posibles; el periplo de Brik, que ha de esquivar a sus particulares Escilas y Caribdis, Cíclopes y sirenas y que, como Odiseo, es un desarraigado; o el patetismo de Olga Averbuch, doliente hermana que cual nueva Antígona lucha por devolverle a Lázaro parte de la dignidad perdida.
Todo ello, aderezado con una sorprendente dosis de humor y de ironía, hace de esta historia sobre el desarraigo una magnífica novela a la que puedo poner tan sólo un “pero”, que resulta además, según creo, de una de sus virtudes. Hacía referencia más arriba a la perfecta técnica de Hemon. Pues bien, su precisión deriva en ocasiones en cierta contención, en cierta frialdad, aliviada tan sólo por el pintoresquismo local en la línea del presente y el citado patetismo de Olga en la línea del pasado. Le falta, creo, a El Proyecto Lázaro un punto de emoción pero, por supuesto, Vds. lean.
4 comentarios:
Totalmente de acuerdo y parcialmente iluminado, pues me había quedado en los referentes bíblicos más evidentes y no tanto en los grecolatinos. :) Sólo un añadido: la parte de Brik resulta ligeramente redundante para quien haya leído los títulos anteriores de Hemon. El personaje ha progresado pero no deja de ser el mismo (o él mismo, si se quiere). Y, de hecho, Rora es el álter ego de Velibor Bozovic, el fotógrafo que firma las muchas imágenes que ilustran la edición original del libro (imágenes de las que se prescindió en la versión española a sugerencia de la editora y con el beneplácito del autor -si bien, por una vez, servidor cree que algo aportaban).
Un saludo, Ceci, y muy lectora feliz Navidad...
La verdad es que es mi primera lectura de Hemon, así que no te puedo decir. A lo que sí me recordó la parte de Brik es al "Todo está iluminado" de Safran Foer. En cuanto a los ecos, lo cierto es que con esto hay que ser muy cauto. Los bíblicos son explícitos y buscados. No estoy tan segura con los grecolatinos. Quizá sea cosa de la deformación profesional. Yo los he visto -el de Olga-Antígona- me parece el más evidente- pero no quisiera caer en el error que tanto critico de forzar un texto para hacerlo encajar en el molde de mis lecturas.
Ya me había fijado en que en la entrevista que le hicisteis a Hemon mencionabas las fotografías, ausentes de esta edición. Una pena, pues.
Un abrazo y otra Navidad de esas para ti ;)
Sí, pero en la entrevista aseguraba malhumorado no haber leído a Safran Foer... Será que todos los taxistas del oriente europeo están cortados por el mismo (delirante) patrón... :) Me voy corriendo, pero luego busco a ver si has escrito algo en el blog sobre el amigo Jonathan, por quien siento mucho aprecio... (y lo de Antígona parece evidente, visto así, no sé... aunque el autor no lo buscara, aquí el crítico no lo fuerza...)
I hope so! No quisiera que me pasara como a un profesor de filosofía que tuve, que veía a Platón en Atrapado en el tiempo de Ramis. No me preguntes dónde :)
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