“Diez negritos se fueron a cenar.Uno de ellos se ahogó y quedaron
Nueve.
Nueve negritos trasnocharon mucho.
Uno de ellos no se pudo despertar y quedaron
Ocho
Siete negritos cortaron leña con un hacha.
Uno se cortó en dos y quedaron
Seis.
Seis de ellos jugaron con una avispa.
A uno de ellos le picó y quedaron
Cinco.
Cinco negritos estudiaron derecho
Uno de ellos se doctoró y quedaron
Cuatro.
Cuatro negritos fueron a nadar.
Uno de ellos se ahogó y quedaron
Tres.
Tres negritos se pasearon por el Zoológico.
Un oso les atacó y quedaron Dos.
Un negrito se encontraba solo.
Y se ahorcó y no quedó...
¡Ninguno!”
Diez negritos
Agatha Christie
Se multiplican últimamente en la blogosfera y en la prensa escrita las referencias a Fin de David Monteagudo, de la que Acantilado acaba de lanzar la cuarta edición cuando aún no se han cumplido tres meses desde su lanzamiento. Supongo que en una editorial en cuyo fondo destacan, entre otros, autores como Stefan Zweig o Arthur Schnitzler no deben estar habituados a tan fulgurantes arranques y que quizá influya en el número de ediciones de Fin una corta tirada inicial. No lo sé, simplemente estoy conjeturando. De lo que no me cabe ninguna duda es de que la sorprendente opera prima de Monteagudo será objeto aún de unas cuantas reediciones, de lo cual me alegro muchísimo. Pues por más que el punto de partida de esta novela sea típico y convencional hasta decir basta –el de las reuniones de antiguas pandillas de adolescencia constituye todo un subgénero narrativo-, Monteagudo nos dirige por otros derroteros para sumergirnos de lleno en una escalofriante pesadilla de terror sobrenatural. Es más, el convencionalismo y, casi diría, costumbrismo del primer tercio de la novela cumple un papel instrumental contribuyendo a subrayar aún más si cabe –y sí, sí cabe- lo extraño, lo preternatural del estado de cosas posterior al “apagón” –no sólo analógico en este caso-. Así, al menos, parece haberlo entendido también el autor de la contraportada, cuando muy acertadamente dice aquello de
“La reunión sigue fielmente el guión habitual de estos casos, pero, en plena celebración, un acontecimiento externo alterará por completo sus planes.”
Aciertan también los críticos, reseñadores y lectores en general que han detectado en Fin ecos de Cormac McCarthy, Stephen King o, por qué no, M. N. Shyamalan. Me extraña, sin embargo, no haber visto señalada en ninguna parte la inmensa deuda –estructural, al menos- de esta historia para con los Diez Negritos de la gran Agatha Christie, aunque en esto de los ecos e influencias uno nunca sabe hasta qué punto son reales o fruto de una proyección del bagaje previo del lector –yo añadiría a los mencionados al Saramago del Ensayo sobre la ceguera, al Franz Werfel de Reunión de bachilleres y Una letra femenina azul pálido, por aquello de los efectos devastadores de la culpa, y el imaginario de Lost para el último tercio de la novela-. En cualquier caso, lo fundamental no son las deudas sino lo que con los materiales preexistentes ha sido capaz de hacer el autor; como he dicho más arriba, una escalofriante pesadilla de terror sobrenatural. Créanme, no exagero. Hacía mucho mucho tiempo que no pasaba tanto miedo y a la vez me divertía tanto con una novela.
No me queda más, pues, que felicitar a su autor por tan sobresaliente debut y a Acantilado por su buen gusto y que emplazarles a Vds., como casi siempre, a que lean, a que lean Fin de David Monteagudo.