domingo, 21 de junio de 2009

PEQUEÑO, GRANDE (JOHN CROWLEY)

"Comoquiera que sea, todo esto aconteció hace mucho, mucho tiempo: el mundo, ahora lo sabemos, es como es y no de otra manera; si hubo alguna vez un tiempo en el que existieron pasillos y puertas, y fronteras abiertas y encrucijadas numerosas, ese tiempo no es el ahora. El mundo se ha vuelto más viejo. Ni siquiera el clima es hoy como el que recordamos de otras épocas: nunca en los nuevos tiempos hay un día de estío como los que rememoramos, nunca nubes tan blancas, nunca hierbas tan fragantes ni sombra tan frondosa y tan llena de promesas como recordamos que pueden estarlo, como lo fueron en aquellos tiempos."

Pequeño, grande

John Crowley

Los bravos y esforzados capitanes de esa intrépida nave que con el nombre de Shangri-La surca los mares ajena o no, según le plazca, a los vaivenes de corrientes y mareas, preparan para dentro de unos meses un número dedicado a la Memoria. Esta grumete que desde aquí les habla ha decidido enrolarse de nuevo en su tripulación para recoger las otoñales hojas que de aquí y allá se desprendan y tratar de la nostalgia, prima encantadora y un tanto tornadiza de la memoria. Y como estoy firmemente convencida de que hasta para frotar con agua y jabón la cubierta de madera de un buque hay que estar bien preparada, llevo ya un tiempo haciendo eso que un tanto pretenciosamente algunos han dado en llamar labor de documentación y he dedicado las tres últimas semanas a leer la enorme Pequeño, grande, de John Crowley.

Muchos no habrán leído nada de John Crowley. Algunos ni lo habrán oído mentar siquiera. Y no es de extrañar, pues sus relatos y novelas tienden de manera casi endémica y sorprendentemente coherente con su poética a desaparecer de catálogo. Y digo esto porque más que un autor de fantasía, más que un esteta, más que un brillante escritor, Crowley es, ante todo, el rapsoda -¡o mejor!- el aedo de un mundo perdido, quizás soñado, sin duda sublimado, pero mucho mejor que el presente. Crowley es hoy por hoy uno de los dos grandes campeones -al estilo homérico, ya que de aedos va la cosa- de la nostalgia. El otro, a su manera más amable y menos trágica, es Michael Chabon. Pero de estos asuntos les hablaré, creo, en unos meses. Centrémonos hoy en Crowley y en su Pequeño, grande.

¿Nostalgia de qué? preguntarán Vds. con razón. Pues de muchas y variadas cosas: del hogar, de la niñez, de la inocencia, del verano, de esos tiempos pasados que, como dijo Jorge Manrique, siempre fueron mejores... Y en el caso de Pequeño, grande, de todo ello y aún más en la forma de enorme, inmenso, eterno cuento de hadas sobre la ineluctabilidad del Destino, la ajmecaniva o incapacidad del hombre, su impotencia e incomprensión del papel a cumplir en un Plan mayor ideado para salvar, o no, un mundo en extinción o ya perdido, donde el sol era más cálido, el invierno menos riguroso y todos éramos más felices.

Más de lo mismo, me dirán Vds. Esta vez se equivocan. Y es que si una virtud tiene Pequeño, Grande, es su originalidad. De historias sobre las diferencias y conflictos entre el hombre y los seres feéricos -llamémoslos así- está llena la literatura tradicional. Piensen si no en los cuentos de nuestra infancia. Pero pocos o ninguno de ellos se sirven como elementos de la trama del Arte de la Memoria de Giordano Bruno, de un culebrón de la televisión, o de la resurrección de Federico Barbarroja, por ejemplo. El resultado podrá ser en ocasiones desconcertante y excesivo, por momentos moroso, pero lo cierto es que Pequeño, grande, también sorprende y maravilla y abunda en botones de genialidad como el que abre esta entrada.

No me atrevo a decirles en esta ocasión que lean; pero si lo hacen, tengan paciencia.


4 comentarios:

Lentitud dijo...

Hola, Ceci. Si no me equivoco hace un tiempo, no recuerdo lo que lo motivaba, dejé aquí un comentario elogioso sobre la estupenda “Traduciendo el cielo”. La verdad es que desde que terminé aquella lectura he querido conseguir alguna de las otras novelas de John Crowley, pero por unas causas u otras, no lo he hecho. Como me considero un lector paciente y la reseña que has hecho sobre “Pequeño, grande” es estimulante, ahora sí, voy a buscarla.
Un abrazo.

CEci dijo...

Pues sí, caballero. "Traduciendo el cielo" es magnífica. Fue lo primero que leí de Crowley y me sigue pareciendo lo mejor junto con el relato de Missolongui... publicado en la colección titulada "Antigüedades".
Ya me dirás qué te parece "Pequeño, grande". A mí me desconcertó por momentos y me superó en otros pero creo que merece la pena. Es Crowley en estado puro: sofisticada, densa, hermética...
Por cierto, Bloom la incluyó en su Canon Occidental.
Un abrazo y ¡suerte con la búsqueda!

Pedro AC dijo...

Ceci, hacía bastante que no pasaba por aquí, exámenes y obligaciones e inquietudes futuribles... (¿qué te voy a contar que ya no sepas?), pero me alegra muchísimo retomarte con este recuerdo a Crowley. Tengo "Pequeño, Grande" nuevecito, mirándome desde la estantería con ojos golositos (como el gato de la canción de la Pastora). Si tengo un rato libre este verano tengo la intención de ponerme con él... pero con calma, porque quiero dedicarle el tiempo que se merece :)

No me precipito. Llegará su momento. Pero leer tu invitación a la lectura y reconocer algunas de las ideas que enhebras ya me produce la felicidad suficiente para aguantar esta última semana. Da gusto encontrar cosas como ésta. Un abrazo!

CEci dijo...

¡Encantada de leerte por aquí, Pedro! Mucho ánimo, que en menos de lo que crees estarás ya al sol -o a la sombra; entiéndase en sentido literal, por favor-, disfrutando tranquilamente de tu Crowley; más hermético aún, si cabe, que en otras ocasiones.
¡Abrazo!