sábado, 3 de enero de 2009

LA CENA DE LOS NOTABLES (CONSTANTINO BÉRTOLO)

“El tribuno que no existe, mientras llega al ágora, piensa que con estas condiciones objetivas poco espacio parece quedar para el criterio y las libertades individuales del crítico. Poco, muy poco, pero sin duda el suficiente para que unos pierdan su dignidad y otros la defiendan y mantengan. Y nos recuerda que frente al pesimismo de la razón permanece el non serviam de la voluntad. Se trata de organizarla.”

La cena de los notables

Constantino Bértolo

Pónganse a cubierto, porque vuelan los cuchillos por encima de los manteles del mundillo literario. El primer Qué Leer del 2009 se abre con un artículo de Javier Marías en el que este se explaya sobre los riesgos y represalias que han de arrostrar los escritores a cuenta de aquello que escriben. No da nombres pero no son necesarios. El Babelia de hoy sábado 3 de enero contiene una breve nota de Jordi Gracia dedicada conjuntamente a Una Venus mutilada. La crítica literaria en la España actual de Germán Gullón, que pone de vuelta y media, y a La cena de los notables de Constantino Bértolo, que recomienda tan sólo por comparación con la anterior. “Ya que el ensayo de Gullón es tan malo... habrá que leer el de Bértolo”, se desprende de su crítica. El propio Bértolo no se queda atrás en la referida La cena de los notables, concretamente en el capítulo titulado “La muerte del crítico”, en el que da cuenta del “despido” sufrido en 2004 de parte del Babelia y El País por su amigo Ignacio Echevarría, como consecuencia de la dura crítica que este había hecho de una novela de Atxaga, publicada por Alfaguara -del mismo grupo que El País-.

Pero hemos empezado por el final y La cena de los notables es en realidad un conjunto de interesantes -aunque muchas no las comparta- reflexiones sobre la escritura y, sobre todo, la lectura y la crítica, tres vertientes de un acto, el literario, vertebrado en torno a la noción de responsabilidad. ¿De quién? La responsabilidad de quien escribe, con el tácito acuerdo de la comunidad, sirviéndose de ese patrimonio común que es la lengua de todos; la responsabilidad de quien lee, que ofrece su silencio y su atención a quien escribe; y, por último, la responsabilidad del crítico, convertido ya hoy en publicista, pero que sería en origen el encargado de velar por lo adecuado o beneficioso para la comunidad -no necesariamente desde un punto de vista moral- de la edición de un texto determinado.

Bértolo traza lo que llama una geología de la lectura, en la que cabe hablar de 1. lo textual; 2. lo autobiográfico; 3. lo metaliterario; 4. lo ideológico. En la lectura ideal, cuya posibilidad él mismo se cuestiona, estos cuatro componentes se combinarán con la intensidad adecuada y se evitarán lecturas sesgadas, parciales y, sobre todo, inmaduras, como las que resultan de un exceso de proyección del yo sobre lo leído -la lectura adolescente-.

Digamos para empezar que soy más que escéptica cuando de aplicar tan cartesianas plantillas al arte se trata, pues, mal que nos pese, el arte sí tiene algo de inefable. Por más que racionalicemos e inventariemos los logros artísticos de una obra, si esta de verdad conmueve e impresiona, suele ser en virtud de algo que está más allá de la razón y apela a lo visceral y primario, como el otro día discutíamos por aquí unos cuantos amigos y yo a propósito de En lugar seguro de Stegner -de la que, por cierto, dice Fresán en su reseña para el Qué leer que no sabe muy bien qué decir sin degradar su grandeza-. ¿Por qué digo esto? Porque no veo modo de que el lector calcule la intensidad o atención que debe prestar a cada componente.

Y creo, para seguir, que Bértolo se excede en sus críticas para con la llamada lectura adolescente. Por supuesto que la identificación con lo leído no lo es todo en el disfrute de la obra literaria, pero es muchísimo; casi todo, de hecho. ¿No hemos oído hasta la saciedad que el poder de los clásicos se halla en su vocación de universalidad? ¿Que el bueno de Edipo produce tanta empatía en el lector o espectador de hoy en día como lo debió hacer en el del siglo V a. C? ¿Y qué es la empatía sino una forma de identificación? ¿Por qué renunciar a uno de los mayores placeres que la literatura puede proporcionar?

Tampoco considero mucho más útil que su geología de la lectura la conclusión a la que llega respecto al tan traído y llevado pacto de ficción. Por supuesto que el pacto de ficción no consiste en la suspensión absoluta del juicio -¿alguien lo ha definido así alguna vez?-. Se trata de leer, no de dormir, por favor. Pero tampoco creo que, como él señala, se trate de recordar que lo que se lee es ficción. No sé... ¿por qué romper el hechizo? Más bien se trata, según creo, de que por el mismo hecho de estar contenida entre las páginas de un libro que se nos presenta como novela, damos por buena, por ejemplo, la contagiosa ceguera blanca de Saramago, aunque fuera de las tapas del Ensayo sobre la ceguera la sepamos -¡y esperemos que así sea!- imposible desde el punto de vista biológico. Como el mismo Bértolo señala posteriormente, se trata de adaptar el juicio al contexto literario en que debe actuar. Eso sí.

Y ya que hablamos de ejemplos, tampoco creo que la génesis de la narración se halle en la necesidad de ejemplificar lo que se quiere dar a conocer. La narración, la buena al menos, parte de lo concreto. Así lo defendieron, entre otros, C. S. Lewis y el recientemente fallecido Harold Pinter, por más que luego sus obras se prestaran fácilmente a interpretaciones simbólicas. La postura de Bértolo supone que los autores parten de abstracciones que intentan actualizar posteriormente. En mi opinión, en cambio, de tal génesis lo que surgen son pesadas alegorías de azucarada moralina. Y el ejemplo que a Bértolo se le ocurre no es otro que Don Juan Manuel y su colección de exempla, El Conde Lucanor. Representativo, ¿no?

He utilizado más arriba la expresión “un libro que se nos presenta como novela”. ¿Qué es lo que convierte en novela a un texto? Según creía yo hasta ahora, la adecuación a unos moldes concretos, a unos criterios preestablecidos y consolidados por la tradición previa. Para Bértolo, en cambio, un texto no se convierte en novela hasta que su autor no firma un contrato editorial para su publicación. Aquí mismo pueden leerlo:

“¿Qué ha pasado a partir de este momento? Pues que Fulanito de Tal se ha convertido -y no por un acto de magia- en productor de novelas, mientras que Fulanito de Cual permanece como simple productor de textos.”

Podría decirse quizás que por el hecho de que el texto de Fulanito de Tal va a ser publicado y leído por otros dicho texto puede considerarse literario -siempre que haya nacido con voluntad estética, claro-, puesto que el lector es un actor imprescindible del acto literario, pero el texto era novela tanto antes como después de la firma con la editorial. Y la novela, por cierto, sigue siendo un texto, a saber, una producción lingüística fijada.

Y ya para terminar, diré que así como Bértolo se ha esforzado en describir al lector ideal y ha dicho que su responsabilidad consiste en prestar su silencio e interés a lo que el autor le ofrece, en mi opinión la responsabilidad última del lector es la de ser crítico con lo que lee. El buen lector ha de ser también crítico. De hecho, no creo que la figura del crítico hubiera debido comparecer en pie de igualdad con la del autor y el lector en este ensayo. ¿Qué diferencia a los críticos de muchos otros lectores anónimos, tan preparados como ellos -a veces mejor- para juzgar un texto? Tan sólo el megáfono que los medios les conceden. Y la blogosfera está en condiciones de alterar tal estado de cosas, no del todo, pero sí en parte. De hecho, no descubro nada nuevo al decir que ya hay muchos lectores que para informarse sobre posibles lecturas recurren a “esta región ocultamente furibunda” -y me refiero, por supuesto, a blogs y foros culturales en general- antes que a los suplementos y revistas literarias al uso. Por más que le pese a Javier Marías.

8 comentarios:

condonumbilical dijo...

"Por más que racionalicemos e inventariemos los logros artísticos de una obra, si esta de verdad conmueve e impresiona, suele ser en virtud de algo que está más allá de la razón y apela a lo visceral y primario"

Llamémoslo energía.

A ver qué opinas:
¿Cuál es la diferencia entre exponer la idea brevemente y escribir un libro para exponerla? O cuál debe ser.

Saludos!!

CEci dijo...

No lo sé, condonumbilical. Quizá sea energía, quizá otra cosa. De momento,lo seguiré considerando algo más, un "plus" que me veo incapaz de concretar.

Respecto a tu pregunta, no sé si la he entendido bien, pero siempre he creído en la economía lingüística: no emplear una frase, una palabra, un signo de puntuación más que lo que requiera el mensaje. Lo importante es decir lo que se tiene que decir o contar lo que se tiene que contar. Para unas historias bastan cinco o seis páginas y para otras son necesarias trescientas.
¡Saludos y feliz 2009!

Angéline dijo...

Hola CEci, precisamente estos días he dado con ciertas ideas emparentadas con tu post. He estado actualizando el índice de mi blog y volví a nuestra conversación a propósito del libro de Julian Barnes, "El loro de Flaubert". Hablábamos de la responsabilidad del lector. Sigo pensando que como tales (lectores) debemos mantener esa actitud crítica y no porque debamos "juzgar" de ninguna manera al autor sino porque lo que nos narra remueve una parte (o debería) de nuestra "reserva espiritual", como diría Martin Amis. Nos involucra, nos conduce y debe haber no solo coherencia por su parte sino una ruta firme. El autor debe tener bien claro a dónde quiere llevarnos y nosotros estamos en nuestro derecho de expresar si lo consigue o no.

Estoy leyendo, ya sabes, "Experiencia", de Martin Amis. En él habla de algo que me llama la atención. Dice que “no cometería el error elemental de mezclar al hombre con su obra, pero todo escritor sabe que la verdad está en la ficción. En ella es donde el termómetro espiritual da su medición exacta”. Y no se refiere tanto a la acción sino a la tendencia. Y estoy de acuerdo. El escritor es tan humano como puedan serlo sus personajes y aunque pueda transformar a estos a voluntad, hay algo en ese termómetro interior que marcará una temperatura en consonancia con la de la trama. Sobre qué convierte a un texto en novela, yo diría que los parámetros que la definen (los moldes que indicas), la existencia de un conflicto que evolucione en algún sentido y el trabajo, el pulido final. Texto mientras está “en construcción” y novela cuando todas las piezas están en su sitio, trabajadas y a punto. Un beso, CEci.

CEci dijo...

Hola, Angéline:

¿Qué tal tus Reyes? Espero que tan divertidos como los que contabas en tu último post. ¿Muchos libros?

Te diré que yo también vuelvo de vez en cuando a nuestra divertida charla sobre "El loro de Flaubert" y que no tengo tan claro que el autor deba saber adónde quiere llevarnos. Me basta con qué sepa adónde quiere ir él. Si lo sabe, será coherente y consecuente. Ese es precisamente el problema del último Auster, que no parece saber lo que quiere.

Con Amis y con Roth -y contigo- creo también que la verdad está en la ficción. Al menos, la verdad que importa. Ya sabes eso de que "la narrativa de ficción es la mentira que dice la verdad"

En cuánto a qué diferencia "novela" de "texto", toda novela es un texto. Al menos tradicionalmente, un texto es una producción lingüística fijada, así que oda novela es un texto. En cambio, no todo texto es novela. También puede ser poema, ensayo, drama, anuncio, señal o... ¡lista de la compra! Digamos que la categoría texto agrupa a la categoría novela. ¿Por qué los escritores dicen "estoy escribiendo una nueva novela"? Fíjate, no han acabado aún; quizá ni la han empezado, pero ya hablan de novela, porque pretenden amoldarse a una serie de convenciones determinadas tácitamente -y también de modo explícito en las poéticas de turno- por la tradición.

Como siempre, es un placer charlar contigo. Besos, Angéline.

condonumbilical dijo...

Recomiéndame 3 libros (o más si quieres) :)

CEci dijo...

Así sin más pistas es un poco difícil, pero ahí va:

1. El guardián entre el centeno, J. D. Salinger

2. Levantad, carpinteros, la viga del tejado, J. D. Salinger

3. La visita al maestro, Philip Roth

3.' Sale el espectro, Philip Roth

(los de Philip Roth por este orden)

4. El sindicato de policía Yiddish, Michael Chabon

5. Postales de invierno, Anne Beattie

Te iba a decir que si no te gustan no asumo responsabilidades pero... para mí son apuestas seguras, así que la acepto.

¡Un saludo!

Angéline dijo...

Hola CEci. Los Reyes muy bien, cosas prácticas y alguna que otra providencial (una grabadora) pero no muchos libros. Claro que el estante de pendientes clama al cielo y además están las compras recientes. Un amigo me regaló "La maravillosa vida breve de Óscar Wao", de Junot Díaz. No leí nada de este autor pero en la contraportada le recomienda nada menos que Kureishi. Después tengo pendiente más Philip Roth, más Saul Bellow. "En lugar seguro" de Wallace Stegner, tu recomendado, y también el primer finalista del Herralde ("Un lugar llamado Oreja de Perro", de Ivan Thays,) para una lectura compartida con amigos la próxima semana. Me encuentro tan a gusto con Martin Amis que seguiré con él un poco entre todo esto y también quiero volver a Nabokov este año. Y a mis referentes. De Saúl Bellow tengo "La víctima", "Son más los que mueren de desamor" y "Ravelstein". ¿Cuál debería ser el primero? Lo dejaré para un poco más adelante. Un beso, CEci.

CEci dijo...

Hola, Angéline. Pues no he leído "la víctima" de Bellow pero entre los otros dos yo empezaría por "Son más los que mueren de desamor", sin duda.
Un beso