No voy a justificar el
silencio, el polvo y las telarañas apelando a la falta de tiempo. Lo cierto es
que este último año he perdido impulso y el hábito de sentarme aquí delante para
poner orden a eventuales ideas cuando termino un título. No he perdido, en
cambio, pie lector. De hecho, he leído últimamente mucho y muy bueno y
ahora que, a punto de agotarse el 2017, desde distintos lugares rinden
pleitesía al dios cartesiano mediante listas varias, me propongo yo también
hacer mención de lo mejor.
Y lo mejor adoptó casi
siempre la forma de colección de cuentos estadounidense, ya llevara la firma de
O’Henry (KRK) y sus habituales vueltas de tuerca finales, que subvierten con
humor toda asunción e inferencia que el lector haya podido hacer;
o de O’Hara (Contra), el
mayor talento de la narrativa norteamericana cuando de recrear diálogos se
trata.
Sin embargo, lo mejor
del 2017 ha sido probablemente el descubrimiento de Joy Williams gracias a sus Cuentos escogidos en Seix Barrall. Pasma
en ella su capacidad de sorprender una historia in medias res, de capturar un instante y darle sentido sin
necesidad de contarnos cómo comenzó todo con edulcorados y nostálgicos pretéritos
imperfectos. Quien desde aquí les escribe se declara, más en concreto, devota
absoluta de su “Tren”.
En distancias algo más
largas, les diré que estuve a punto de pasar por aquí cuando hace unos meses
leí, por fin, Residuos, de Tom
McCarthy (Lengua de Trapo), a la que Zadie Smith dedicó hace ya algunos años
una crítica magnífica en Cambiar de Idea
(Salamandra). Un hombre es víctima de un extraño accidente y se ve obligado a
un complejo y completo proceso de reeducación neuronal y motora. Un gesto en apariencia
sencillo como coger un lápiz exige una secuencia de órdenes de las que no puede
dejar de ser consciente. Algo fundamental le ha sido arrebatado, pues, tras el
incidente: naturalidad. Paradójicamente, la única forma de recuperarla es la
recreación ad infinitum de escenas
previamente seleccionadas y ensayadas hasta el más mínimo detalle. No se la
pierdan.
Una sorpresa tan inquietante
como su título sugiere fue el No, mamá,
no, de Verity Bargate (Alba). En ella se plantea lo difuso de la línea que
separa cordura y locura a través de la peripecia de una mujer incapaz de sentir
amor -ni siquiera afecto- por sus dos hijos. No hay sangre de por medio, no se
alarmen, pero el último tercio de esta brevísima e intensa novela resulta
espeluznante.
Rebajemos la tensión y
pongamos ahora un poco de color. 2017 fue el año del descubrimiento -¡gracias, Amarcord!- de la Hilda de Luke Pearson (Barbara Fiore), toda una aventurera que en
la montaña y en la ciudad se las apaña para encontrar trolls, gigantes, perros
inmensos y pájaros amarillos con amnesia. Leí las cuatro primeras aventuras
mientras me recuperaba de una pequeña intervención y fue como volver a tener
ocho años. Ya he iniciado la labor “evangelizadora” entre mis sobrinos
postizos.
Sorpresas más que
agradables fueron también Rosalie Blum
y Juliette, de Camille Jourdy (La
Cúpula), protagonizadas ambas por personajes un tanto grises que pasan una mala
racha pero que, gracias al trazo detallista y colorido de Jourdy, nos reconcilian
con el mundo y con nosotros mismos.
No les mareo más.
Termino con la magnífica Clásicos para la
vida del siempre certero Nuccio Ordine (Acantilado), cuya introducción -la
introducción, al menos- debería ser de lectura obligada por cualquier persona
interesada en lo que debería ser la educación.
Por aquí nos vemos, ¡espero!, el próximo 2018 y ustedes, ya saben: lean, lean.