lunes, 16 de febrero de 2015

EL ASIENTO DEL CONDUCTOR (MURIEL SPARK)



“Yo soy una creyente estricta, de hecho, una Testigo, pero no confío en las líneas aéreas de los países cuyos pilotos creen en la otra vida. Se va más seguro con los incrédulos. Me han dicho que en ese particular las líneas escandinavas son absolutamente fiables.”
El asiento del conductor,
Muriel Spark
(Traducción de Pepa Linares)


Decía Mary McCarthy, y obraba en consecuencia, que, si se quiere escribir una buena historia, toca dejar a un lado la piedad. Tal parece ser también el mantra de Muriel Spark, a quien por aquí admiramos desde que, hace ya unos cuantos años, leímos La plenitud de la Señorita Brodie, a la que tanto debe, por cierto, El ensayo general de la Eleanor Catton de Las luminarias. Siguieron después Las señoritas de escasos medios, La abadesa de Crewe y Memento Mori, habitadas todas ellas por personajes a los que la autora, tan chispeante y divertida como su apellido, expone y disecciona sin ningún tipo de compasión o empatía, sino, más bien, desde la distancia de seguridad que le ofrece una ironía brutal, rayana casi en el sarcasmo.
Sin embargo, es en El asiento del conductor, la soberbia nouvelle que aquí nos trae hoy, donde la autora lleva su poética a sus últimas consecuencias para ofrecernos una historia tan absorbente y divertida como cruel. El punto de partida, los preparativos de Lise para irse de vacaciones al sur de Italia, es ciertamente de lo más inofensivo. No obstante, cierta sensación de dislocación, de perversión incluso, acecha desde el comienzo al lector, motivada no solo por las reacciones de Lise, tan desparejadas y desproporcionadas como su atuendo vacacional, sino también por el frío e inmediato anuncio de que El asiento del conductor es el relato de las últimas horas de vida de la protagonista.
Lo que sigue a continuación encaja tan poco en los esquemas de la comedia de viaje como en los de thriller al uso, pues Lise es muchas cosas excepto una víctima inocente y, conforme nos aproximamos desorientados y desasosegados al final, vamos comprendiendo que, como casi siempre, nada es lo que parecía en un principio y que el aparente viaje de recreo lo era más bien de búsqueda -no necesariamente de un novio- y macabro como pocos. Para cuando llega el final, perfecto y redondo como todo lo que precede, todas las piezas encajan y una no puede hacer otra cosa que quitarse el sombrero, reconocer el genio de la autora y proclamarlo a los cuatro vientos.
Lean, lean.




1 comentario:

Jen dijo...

Adoro este libro y no me canso de recomendarlo porque fue como descubrí a Muriel. Así que estoy 100% de acuerdo con este post, y me alegra profundamente la coincidencia :) Debo confesar, no obstante, que mi favorito es probablemente La abadesa de Crewe, en parte porque Alexandra se me antoja con la cara de Vanessa Redgrave en The Devils. ¡Saludos!