sábado, 18 de enero de 2014

MISCELÁNEA



Me estoy echando a perder. Las telarañas se me acumulan por esta esquina y no he encontrado hasta hoy ni un momento para poner un poco de orden por aquí. Y no será por falta de lectura. Dediqué el mes diciembre a la lectura de la inverosímil La torre del homenaje de Jennifer Egan, sobre la que, sintiéndolo mucho por los amigos de Minúscula, les advierto en el número del Qué Leer del corriente mes. Aquí mismo les dejo la crítica.



Pasé las Navidades embebida en la biografía que Shields y Salerno han perpetrado sobre Salinger, cuya traducción publicará en unos días en España Seix-Barral. Permítanme que les prevenga también sobre esta -sobre la biografía, digo; la traducción, como todas las de Javier Calvo, es impecable-, concebida como está como complemento al documental homónimo y de autoría idéntica. No hay en ella una voz conductora, sino una multitud de fuentes de lo más heterogéneo -de Mary McCarthy y William Maxwell a, agárrense, Edward Norton y John Cusack- cuyos testimonios se organizan en un copia y pega estructurado con el objetivo de demostrar que 1. El guardián entre el centeno es una novela de violencia soterrada generada por la fatiga de guerra de su autor; 2. La religión vedántica es la responsable de que Salinger se retirara del mundanal ruido en la década de los ’60 y de que dejara de publicar. Ayudó a lo anterior, según los autores, el complejo que le generó al autor su supuesto testículo ectópico. En fin... Leí también, cómo no, los tres relatos del maestro filtrados a la red el pasado mes de diciembre y, si tienen tan pocos reparos éticos como yo he tenido en este caso, no deberían Vds. perderse “An Ocean full of Bowling Balls”. ¡Es tan tan conmovedor!

Cerré el año con la lectura de Espíritu festivo de Robertson Davies, cuya colección de fantasmales piezas navideñas amenaza con resultar repetitiva pero es, la mayor parte del tiempo, descacharrante a más no poder, ya se ocupe de un inagotable aspirante a doctor, de una deconstrucción de Frankenstein de Mary Shelley, o de qué hacer con una procesión de santos que se le presentan a uno a la puerta del college. Por cierto que Robertson Davies fue afortunado de no llegar a vivir para ver esto en lo que se han convertido escuelas, institutos y universidades merced a la instrumentalización del aprendizaje, la defenestración de la memoria y la banalización del discurso pedagógico. A tenor de las perlas dedicadas a orientadores y psicólogos varios en no pocos cuentos de esta colección, no le habría hecho ninguna gracia. Los demás, me temo, no hemos tenido tanta suerte.

Siguió después un curioso juego lingüístico de James Thuber, La maravillosa O, ingeniosa, hábil y divertida y con un corolario tan cierto como alarmante: si desaparece la palabra, desaparece el concepto. 

Poco más que una curiosidad ha resultado ser La cartera del cretino, de otro de los gurús de esta esquina, Kurt Vonnegut. Por cierto que ya son unos cuantos los títulos inéditos que los editores del más famoso hoosier han publicado tras su muerte, allá por el 2007. Hay en esta colección, sobre todo, en el ensayo, algún que otro chispazo característico del autor pero, cuando el listón está tan alto con obras como Matadero 5, Madre noche, Galápagos o Sirenas de Titán, entre otras, los relatos aquí contenidos saben a decepción.

He leído, ya lo ven, y sigo haciéndolo. La tan divertida como documentada Madre latín y sus hijas, de Carl Vossen (KRK), me espera ya sobre la mesa. Y bien que podía adornar también las estanterías de los plutócratas del ministerio llamado de Educación y de las consejerías homónimas de este nuestro país, en que la LOMCE y las órdenes de racionalización del gasto emitidas han convertido la presencia de las lenguas clásicas en Secundaria en algo residual y de inminente extinción. 

¡A las trincheras!

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