Una lee los paratextos
de la edición que Impedimenta ha hecho del Westwood
de Stella Gibbons y no puede estar más de acuerdo con las palabras de The
Times:
“Stella Gibbons es la Jane Austen del siglo xx.”
En lo que se refiere a esta novela, al menos, y si
atendemos, sobre todo, a temas y tono. No hay en ella ciertamente tanto lugar
para el absurdo y lo pintoresco como en los títulos de Flora Poste, sino que
muy en la línea de la gran dama del xviii-xix,
el humor es más sutil y, por ello, más inglés. Además, narra Westwood la educación sentimental de una
joven recién llegada a la gran urbe londinense, inmersa por cierto en el blitz, el blackout y el racionamiento, presentados, eso sí, de modo frívolo,
como meros inconvenientes que impiden llegar a tiempo a una fiesta tras un
estreno teatral, obligan a gestionar las golosinas de los críos o mandan a la babysitter al hospital durante tres
semanas; o mcguffins que permiten que
la protagonista entre en un mundo que, en principio, sólo en principio, no le
corresponde. No, nada es demasiado serio en Westwood.
De hecho, el señor Challis, reputado dramaturgo con ansias de trascendencia y
estilo más que solemne, del que se encapricha la heroína de un modo pueril, es
ridiculizado hasta decir basta. La propia heroína, Margaret Streggles, recibe
todos sus golpes y decepciones por tomarse las cosas demasiado en serio, como
le recriminan unos cuantos personajes ligeros de cascos que consciente o
inconscientemente se refieren a ella como Struggle.
Hay también en Westwood lugar para
tratar de la diferencia de clases, sólo un tanto diluída por efecto de la
guerra y por una suerte de principio estético: la clase alta es aquella que
tiene acceso a la cultura y la belleza artística, por más que sea incapaz de
apreciar la hermosura de un atardecer en la campiña. Y, para no extenderme más
con los paralelos con Jane Austen, Margaret está obsesionada por conseguir
casarse, aunque todos sus posibles pretendientes no lleguen ni a eso, a “posibles”.
Pero ¡ey! The Times lo ha dicho: es
el siglo xx y, por fortuna, Stella Gibbons es capaz de idear para nuestra
heroína un happy end que no la haga
pasar, necesariamente, por la vicaría. El secreto lo aporta una anciana
entrañable entre las ramas de un ciruelo: Belleza, Tiempo, Pasado, Compasión y...
Risa, id est, los Nobles Poderes. En
fin, lean, lean.