Se trata de Historia de una Gárgola y, como el propio Milo sugiere en cierto modo en el epílogo, se trata de su novela más convencional y quizá, añado yo, menos exigente. El autor abandona los complejos juegos metatextuales a los que se daba en Sorbed mi sexo y su narrador, aunque es, sin duda, singular, es más accesible y humano, por paradójico que esto pueda parecer, que el expeditivo policía de la estupenda Las tres balas de Boris Bardin. Y resulta paradójico, digo, porque el narrador, de nombre Balial, es una gárgola dispéptica, maloliente y gárrula; una que muchos de Vds. conocerán, además, pues preside la célebre catedral de la ciudad del amor.
Vuelto a la vida por obra y gracia de una tormenta en el tumultuoso París de la Revolución, Balial nos regala su historia, que se remonta, al menos por las noticias que se nos dan, a la Cuarta Cruzada y a los Santos Lugares, aunque más pronto que tarde la encontramos ligada a los destinos de la Galia y la más universal de sus ciudades y también, y hasta aquí puedo leer, a los de toda la Humanidad.
Nunca llega la cosa, sin embargo, a ponerse demasiado siniestra, pues, pese a lo gótico de su inspiración, no sé si de su aspiración, el horror que pudieran infundir las siempre alertas fuerzas del Mal, se diluye por obra y gracia del humor, socarrón unas veces, torpón en otras, del siempre entrañable Balial, que, pese a su razón de ser, no deja de divertir al lector. Sí, es ésta una novela divertida; por la peripecia en sí, es cierto, pero, sobre todo, por su héroe absoluto y narrador, al que esta lectora no tiene nada que reprocharle, salvo, quizá, cierto “embarullamiento” temporal. Pero Balial, claro, es un demonio y su tiempo, como él mismo reconoce al principio del asunto, “son muchos y uno solo”, y, antes que demonio, es un charlatán, así que, si en su afán de comunicar confunde un tanto a sus lectores, no deberíamos tenérselo demasiado en cuenta. Termino ya no sin antes felicitar al bueno de Milo por haber dado forma literaria al tan repetido mantra turístico de “lo que habrán visto y oído esos muros” -o gárgolas, para lo que hace al caso- y recomendarles a Vds., faltaría más, que lean, lean.