domingo, 18 de diciembre de 2011

SORBED MI SEXO: UN TRAYECTO A LAS VIDAS DE PAUL BOISSEL (MILO J. KRMPOTIC)

“Pues en eso consiste la infancia, de ello se nutre. La credulidad y una ristra de miedos que en nuestra mano estará superar.”

Sorbed mi sexo, Milo Krmpotic

He vuelto a hacerlo. Hace cosa de año y medio justifiqué mi flagrante violación del teórico código deontólogico del crítico amparándome en la cronología relativa del asunto -primero la elogiosa crítica, luego la amistad- en una entrada dedicada a Las tres balas de Boris Bardin. Aquí estoy de nuevo. No hay en esta ocasión excusa que valga, pues Sorbed mi sexo es obra no ya de Milo J. Krmpotic, sino de mi buen amigo Milo. ¿Qué fue del tantas veces repetido mantra de “los lectores no deberían conocer a los escritores”? Dirán algunos de Vds. Adiós a la objetividad del crítico, protestarán otros quizá. Si lo desean, pueden borrarme de su lista de Favoritos o Marcadores, pueden citarme como ejemplo de compadreo o golpearme con ejemplares del New Yorker, si así lo prefieren. El caso es que este es un blog personal, mi blog, y que me apetece dejar constancia aquí de un par de cosillas a propósito de esta novela. [Fin de la captatio benevolentiae]

Digamos, para empezar, que el estilo de las novelas de Milo J. Krmpotic es, por momentos, muy exigente; demasiado, quizá, en los comienzos. En cuanto levanta las cubiertas, el lector se choca con un muro de prosa alambicada, abigarramiento de tropos y sintaxis algo dislocada por una puntuación un tanto inusual. Se lo dije en su momento, creo. Me sobran comas y me faltan puntos. La rotunda y redonda peripecia narrada en Las tres balas… compensaban el esfuerzo. En esta ocasión, eso sí, la recompensa se hace de rogar, pues Sorbed mi sexo presenta una estructura fragmentaria y, aunque ésta es un acierto, si se considera a la luz del conjunto, todo resulta, de inicio, un tanto farragoso.

Superada esa barrera, sin embargo, se encuentra el lector con una broma metaliteraria trabada mejor que bien, en la que el propio Milo interviene como biógrafo entregado a la causa de uno de esos Artistas totales, torturados y geniales, bendecidos o malditos por un don: Paul Boissel. Y si el primer tercio de la novela mueve con frecuencia a la risa, pronto se halla el lector inmerso en un registro bien distinto, el de la melancolía y la amargura. No podía ser de otra manera, dado el desesperado, castrante e inevitable acto final. Es cierto que la novela se halla todo el tiempo al borde del abismo de lo inconexo y deslavazado, pero el funambulista nunca llega a perder pie. Por cierto que la cronología del final, al tiempo que cumple su papel en el juego metatextual, ayuda a dotar de estructura al conjunto.

Terminemos diciendo que, aunque esta lectora prefiere, de lejos, la estructura clásica y más redonda de Las tres balas de Boris Bardin, ha disfrutado, reído -y sí, también llorado- con esta Sorbed mi sexo, su predecesora, novela compleja y exigente, sí, pero también sofisticada, divertida y conmovedora.

Me ha gustado, Milord.