“La gente se disculpa demasiado, todo el mundo tiene miedo a ser malo y eso produce literatura para bebés. Para mediocres. No es así como uno crece.”
Signatura 400
Sophie Divry
Si hay un subgénero literario que atrae sí o sí a los “letraheridos”, ese es el de los libros sobre libros. Una ve un pequeño volumen en el que, contraportada mediante, se presente la lectura como refugio frente a la vulgaridad del mundo y se parafrasee el cada vez más manoseado “leemos para saber que no estamos solos” de C. S. Lewis –del Anthony Hopkins de Shadowlands, al menos- y pica, por más que el volumen suela tener un precio inversamente proporcional al número de sus páginas y que se adivine cierto exceso de lirismo. Tal es lo que me ha ocurrido con Signatura 400, si bien hay que reconocerle a la propuesta de Sophie Divry la originalidad de su forma, el monólogo de una bibliotecaria contradictoria y cargante pero capaz de perlas como la que abre esta entrada, además de su brillantísima explicación del sistema de clasificación universal de fondos librarios ideado por Dewey. Esta última, erigida además en incipit de la novela, debería ser de lectura obligada para todos los universitarios noveles que en el mundo son. Mucho más útil les resultaría que esas clases sobre ¡técnicas de estudio! que hoy tanto se estilan en las anodinas Jornadas de Bienvenida a la Universidad.