El código deontológico del crítico o reseñador, si existiera algo así, estaría encabezado, sin duda, por un “para empezar, no reseñar los libros de los amigos”. Saben Vds. que la que firma estas líneas colabora desde hace algunos meses con
Qué Leer, cuya redacción comanda el responsable de la novela que aquí me trae, Milo Krmpotic’. Aunque nunca nos hemos visto en persona, supongo que a día de hoy puedo llamarlo amigo, a tenor del número de correos que hemos intercambiado, no sólo a propósito de cuestiones de intendencia sino también de preferencias literarias y musicales, clásicos cinematográficos, crisis deportivas y algún que otro asunto familiar. Así que no, probablemente no parezca muy correcto hacer la crítica de esta novela. Vaya, sin embargo, en mi descargo el hecho de que esta lectura y su correspondiente reseña no sean de ahora, sino de hace algún tiempo, cuando el Sr. Krmpotic’ y yo no habíamos cruzado más que un par de comentarios a propósito de Philip Roth en nuestros respectivos blogs y cuando la posibilidad de que una servidora firmara alguna que otra crítica para el
Qué Leer ni siquiera se contemplaba. Además, lo que aquí van a leer, al margen de alguna adición necesaria y otra prudente omisión relativa a su final es, más o menos, lo mismo que por entonces le conté por correo al interesado. No he exagerado los elogios ni maquillado los “reproches”.
Las tres balas de Boris Bardin es una novela negra de corte clásico, repleta de antihéroes y con algún que otro villano, ambientada en una pequeña ciudad de provincias de la Argentina de los ’80 cuyos pocos inocentes pagan un precio demasiado alto por hallarse en el lugar equivocado en el peor de los momentos posibles. Su trama principal se desenrolla con ritmo sorprendentemente ágil, dado el género, dejando a su paso atracos a furgones blindados, clanes malditos -el de los Bardin, por supuesto-, un detective de lo más expeditivo y un proyecto obsesivo de venganza que llega hasta el mismo título. Es una novela negra, sí, pero no morosa; y ello pese a la inteligencia con la que se dosifica la información. Sólo en el mismo final, del que sólo diré que es redondo y perfecto, advierte el lector el verdadero pelaje, para bien y para mal, de los tipos que protagonizan esta historia, irónica hasta decir basta. No hace falta conocer demasiado a su autor para saberlo rendido a los innumerables encantos de The Wire. Pues bien, leer el Boris Bardin del Sr. Krmpotic’ es, en cierto modo, como ver una temporada de la serie de David Simon. Sus personajes valen tanto por lo que dicen como por lo que callan y, aunque cada capítulo es autónomo a su manera, sólo al final de la temporada, o en este caso, de la novela, comprende una que todo el proceso ha sido un divertidísimo fill in the gaps. Divertidísimo, sí, al estilo Chabon -ya saben, aquello del encuentro de una mente despierta con prosa lúcida- pero también a la vieja usanza, pues el humor puntea de manera más que inteligente esta historia oscura de violencia, venganza y decepción.
¿Qué hay de los “peros”? me dirán Vds. Se refieren tan sólo a dos cuestiones formales. Para empezar, la puntuación puede resultar en ocasiones un tanto heterodoxa y esta purista que desde aquí les habla echó de menos alguna que otra pausa fuerte. Para acabar, hay a mitad de camino de esta historia una escena con un cambio de perspectiva un tanto chocante. Sobre una y otra cuestión me rindió cuentas el autor, aunque, he de decirlo, con distinta fortuna.
En cualquier caso, son bagatelas o nugae, que dirían los latinos. Con lo que Vds. deberían quedarse es con que Las tres balas de Boris Bardin es una magnífica novela que nos permite descubrir que el talento del Sr. Krmpotic’ abarca mucho más -aún y aun- que el periodismo cultural divertido, lúcido e inteligente que practica desde la citada Qué Leer, Go Mag o su perrera crepuscular.
Así que, por supuesto, lean.