domingo, 13 de junio de 2010

MEJOR QUE LO DIGA K. VONNEGUT

Se ríen mis amigos con frecuencia y con razón de mi inveterada tendencia a la cita literaria. También Vds. la padecen y conocen bien merced a esa recurrente sección de este espacio que lleva por título “Una de cosas bien dichas”. Me encuentro, eso sí, cuando reviso mis libretas de notas, con que la mayor parte de ese arsenal de citas procede bien de Michael Chabon bien de Kurt Vonnegut. Da la casualidad, o no, según se mire, de que leo desde hoy Manhood for amateurs de aquel después de terminar ayer mismo la genial Madre noche de este.

Pues bien, como no tengo tiempo ni energía suficiente para escribir la crítica que tal novela merece, me ha parecido buena idea inaugurar nueva sección, dedicada a las innumerables perlas de ironía concentrada que el más talentoso de los hoosiers que en el mundo han sido nos dejó como legado. Me callo ya y le cedo la palabra para que ponga en su sitio a esos teóricos de la educación que en su cruzada New Age en pro de lo vacuo y políticamente correcto fueron capaces de llegar en la peor de sus pesadillas, las de Vonnegut, digo, a la celda israelita de un agente doble de la II Guerra Mundial:

“Mi opinión personal es que todo niño debería empezar a tener experiencia con gente real y comunidades reales desde el momento de su nacimiento, si fuera posible. Si, por alguna razón, no se pudiera disponer de esos materiales, entonces deben usarse juguetes.

Pero ¡nada de esos juguetes agradables, suaves y fácilmente manejables que ustedes muestran en el folleto de propaganda, amigos míos! Que no haya nada de armonioso en los juguetes infantiles, no sea que los niños crezcan confiados en que habrá paz y orden hasta que se los coman crudos. [...]

Atentamente, siempre a favor de una pedagogía realista.”

Madre noche,

Kurt Vonnegut, Jr.


viernes, 11 de junio de 2010

JERNIGAN (DAVID GATES)

“Es bueno aceptar el destino cuando las cosas van bien. Cuando van mal no lo llames destino, llámalo injusticia, traición o simplemente mala suerte.”

Joseph Heller

No hay arte sin duda y sin conflicto; no del bueno, al menos. Piensen, si no, en sus novelas de cabecera y díganme si alguna de ellas está protagonizada por un tipo en estado de gracia, feliz, al que todo le vaya bien. No, ¿verdad? De hecho, sucede más bien que no pocos de “nuestros” libros, clásicos o no para la Academia, nos hablan de gente perdida y desorientada, ya se trate de un adolescente demasiado sensible para el Nueva York de los ‘50, de otro demasiado clásico para el París de los ’60, de un joven ingeniero con miedo a la vida de la llanura, de un escritor deseoso de librarse del yugo paterno o de un histérico con verborrea paranoide. No voy a aburrirles de nuevo con los placeres de la identificación pero el caso es que si nos gusta leer sobre Holden Caulfield, Peter Levi, Hans Castorp, Nathan Zuckerman o Herzog es porque, en cierta manera, nos reconocemos en ellos; sobre todo, cuando este negocio de la vida muestra su cara más puñetera. Una lee las noticias que unos y otros le van dando y se consuela, tonta o no, con sus padecimientos. Pero ser un tipo golpeado por la vida, perdido o autodestructivo no basta para ascender al Olimpo literario. Hace falta algo más; puede que carisma, chispa y garra, seguro que capacidad de generar empatía. Veámoslo mejor con un ejemplo.

Ahí tenemos a Jernigan. Viudo, padre irresponsable de un hijo adolescente, alcohólico y adicto a los analgésicos, acostumbra a desayunarse con una botella de ginebra y medio bote de pastillas para la menstruación. Tal cual, como lo leen. Y ahí donde lo ven, es inteligente. Por lo pronto, es capaz de distanciarse de su espiral autodestructiva mediante una coraza de brutal ironía y sarcasmo y de regalarnos alguna que otra perla en esas postales desde el filo que nos envía en su confesión epónima. Pero no da tregua ni consuelo. El relato de Jernigan es la cínica crónica de un descenso a los infiernos que se vuelve más violento y peligroso a cada paso que da, así que por más que, según los reclamos de la contraportada, “te agarre de las solapas” o te atrape “desde los primeros párrafos”, no es plato ligero ni agradable. Es una buena historia y su antihéroe es singular, no hay duda, pero donde otros antihéroes que en la Literatura son te hacen tomar distancia, comparar un estado con otro -a lo Edmundo Dantés- y sí, reír, no hay lugar en el Jernigan de David Gates para el “confiar y esperar” en que todo mejore, sino que, mientras dura, una siente cada vez más la presión en el pecho y comprueba por sí misma que aquel entrañable profesor de poesía latina tenía razón: “la duda es maravillosa en el arte pero terrible en la vida”.

martes, 8 de junio de 2010

LAS TRES BALAS DE BORIS BARDIN (MILO J. KRMPOTIC’)

El código deontológico del crítico o reseñador, si existiera algo así, estaría encabezado, sin duda, por un “para empezar, no reseñar los libros de los amigos”. Saben Vds. que la que firma estas líneas colabora desde hace algunos meses con Qué Leer, cuya redacción comanda el responsable de la novela que aquí me trae, Milo Krmpotic’. Aunque nunca nos hemos visto en persona, supongo que a día de hoy puedo llamarlo amigo, a tenor del número de correos que hemos intercambiado, no sólo a propósito de cuestiones de intendencia sino también de preferencias literarias y musicales, clásicos cinematográficos, crisis deportivas y algún que otro asunto familiar. Así que no, probablemente no parezca muy correcto hacer la crítica de esta novela. Vaya, sin embargo, en mi descargo el hecho de que esta lectura y su correspondiente reseña no sean de ahora, sino de hace algún tiempo, cuando el Sr. Krmpotic’ y yo no habíamos cruzado más que un par de comentarios a propósito de Philip Roth en nuestros respectivos blogs y cuando la posibilidad de que una servidora firmara alguna que otra crítica para el Qué Leer ni siquiera se contemplaba. Además, lo que aquí van a leer, al margen de alguna adición necesaria y otra prudente omisión relativa a su final es, más o menos, lo mismo que por entonces le conté por correo al interesado. No he exagerado los elogios ni maquillado los “reproches”.

Las tres balas de Boris Bardin es una novela negra de corte clásico, repleta de antihéroes y con algún que otro villano, ambientada en una pequeña ciudad de provincias de la Argentina de los ’80 cuyos pocos inocentes pagan un precio demasiado alto por hallarse en el lugar equivocado en el peor de los momentos posibles. Su trama principal se desenrolla con ritmo sorprendentemente ágil, dado el género, dejando a su paso atracos a furgones blindados, clanes malditos -el de los Bardin, por supuesto-, un detective de lo más expeditivo y un proyecto obsesivo de venganza que llega hasta el mismo título. Es una novela negra, sí, pero no morosa; y ello pese a la inteligencia con la que se dosifica la información. Sólo en el mismo final, del que sólo diré que es redondo y perfecto, advierte el lector el verdadero pelaje, para bien y para mal, de los tipos que protagonizan esta historia, irónica hasta decir basta. No hace falta conocer demasiado a su autor para saberlo rendido a los innumerables encantos de The Wire. Pues bien, leer el Boris Bardin del Sr. Krmpotic’ es, en cierto modo, como ver una temporada de la serie de David Simon. Sus personajes valen tanto por lo que dicen como por lo que callan y, aunque cada capítulo es autónomo a su manera, sólo al final de la temporada, o en este caso, de la novela, comprende una que todo el proceso ha sido un divertidísimo fill in the gaps. Divertidísimo, sí, al estilo Chabon -ya saben, aquello del encuentro de una mente despierta con prosa lúcida- pero también a la vieja usanza, pues el humor puntea de manera más que inteligente esta historia oscura de violencia, venganza y decepción.

¿Qué hay de los “peros”? me dirán Vds. Se refieren tan sólo a dos cuestiones formales. Para empezar, la puntuación puede resultar en ocasiones un tanto heterodoxa y esta purista que desde aquí les habla echó de menos alguna que otra pausa fuerte. Para acabar, hay a mitad de camino de esta historia una escena con un cambio de perspectiva un tanto chocante. Sobre una y otra cuestión me rindió cuentas el autor, aunque, he de decirlo, con distinta fortuna.

En cualquier caso, son bagatelas o nugae, que dirían los latinos. Con lo que Vds. deberían quedarse es con que Las tres balas de Boris Bardin es una magnífica novela que nos permite descubrir que el talento del Sr. Krmpotic’ abarca mucho más -aún y aun- que el periodismo cultural divertido, lúcido e inteligente que practica desde la citada Qué Leer, Go Mag o su perrera crepuscular.

Así que, por supuesto, lean.