A
priori, lo tenía todo esta novela de Maggie O’ Farrell para
resultar fallida o, como mínimo, decepcionante. Su estructura es más que
ambiciosa, pues cambia de foco en cada capítulo para centrarse en cada uno de
los miembros de la/las muy desectructurada/s familia/s de Daniel Sullivan, su
protagonista. El conjunto corría, pues, el riesgo de diluirse y resultar un
corta y pega deslavazado, un poco a la manera de esas películas plagadas de
estrellas que terminan haciendo aguas por todos lados. La trama, centrada en las
idas y venidas de Daniel, sus parejas y sus hijos, podría, además, resultar un
tanto banal.
Sin embargo, basta leer un par
de capítulos para comprobar que Maggie O’Farrell, a quien no le había seguido
la pista hasta ahora, es una maestra de su oficio, pues, pese a la variedad de
personajes y, sobre todo, de cambios de foco, todas las piezas encajan a la
perfección y componen una magnífica historia sobre el amor, la amistad, la
soledad, el aislamiento -forzoso o elegido- y, sobre todo, la comunicación en
un arco temporal que abarca unos setenta años. Ahí es nada.
En cuanto a la aparente
banalidad de la trama, es solo eso, aparente. No es casual y es un acierto que
el protagonista sea lingüista, y resulta de lo más paradójico, dadas sus
dificultades para comunicarse con sus parejas y sus hijos. Todo gira en esta
historia en torno a los distintos elementos de la comunicación: código,
contexto, emisión, recepción y, sobre todo, ruido. No es casual, tampoco, que
el hijo mayor de Claudette, pareja de Alan en el momento de iniciarse la
narración, sea tartamudo.
Si a todo lo anterior sumamos
un apabullante manejo del tempo narrativo, que hace de esta novela una lectura
adictiva, y la siempre magnífica labor en la traducción de Concha Cardeñoso, una
no puede sino dar las gracias y felicitar a los amigos de Libros del Asteroide
por esta nueva muestra de buen gusto y terminar estas líneas con el tan característico
como sincero “lean, lean”. No se la pierdan.