Hace ya unos cuantos
años que subrayo, siempre que tengo ocasión, el talento de Iban Barrenetxea
como ilustrador y narrador; en las distancias cortas, sobre todo. Benicio y el Prodigioso Náufrago,
recientemente editada con el gusto característico por A buen paso, está emparentada
por género y referencias con la brillante El
único y verdadero rey del bosque, de la que traté aquí hace ya algún
tiempo. Como aquella, bebe esta historia del cuento popular, aunque los ecos
sean más orientales en esta ocasión. No en vano, la historia de Benicio, pobre
de solemnidad, que por caña de pescar tiene un palo de escoba, un cordón de
bota y un oxidado clavo, es la de Aladino, aunque el genio de la lámpara se
asemeje más a Mefistófeles. No me reprochen ustedes el exceso de información.
Basta ver la portada del álbum para reconocer la identidad del “prodigioso
náufrago” del título. El propio narrador alude de forma velada a sus fuentes:
“Benicio se preguntó si entre tanto viraje y zarandeo, o tal vez por culpa de alguna corriente traviesa, habría ido a parar a un cuento de viejas. A uno de aquellos cuentos de monstruos marinos, de náufragos y sirenas que habían pasado de la bisabuela a la abuela y de esta, a la madre de Benicio. ¡Qué cuentos contaban aquellas ancianas tristes! Aquellas ancianas que un día se vestían de negro, se ataban el pañuelo a la cabeza y se sentaban a ver pasar las mareas hasta que las llevaban al cementerio.”
Y triste como las
ancianas es la historia de Benicio, pues, en la línea de los mejores narradores
-no solo de historias para niños-, Barrenetxea demuestra que para contar una
buena historia es preciso despojarse de reparos y de pelos en la lengua; que es
necesario el conflicto y que hay cabida para cierta crueldad, siempre que esta,
por supuesto, venga aderezada, como es el caso, con el elegante y certero
sentido del humor de todos sus títulos.
Así que Vds. ya saben,
vean, vean y lean, lean la historia de Benicio
y el Prodigioso Náufrago del genial Barrenetxea.