¡Qué no habré dicho ya
por aquí acerca de la nostalgia como motor narrativo! ¡De las virtudes de
adalides como Evelyn Waugh, Mary McCarthy, Truman Capote, Harper Lee, Salinger
o, por supuesto, Michael Chabon! Resulta, pues, una feliz casualidad que el objeto
de esta entrada, con la que alcanzamos la mareante cifra de trescientas
entradas, al tiempo que cumplimos el octavo año de andadura, sea La Hermandad de Historietistas del Gran
Norte, del dibujante Seth. Y resulta una feliz casualidad porque, a tenor
de lo visto y leído en esta historia gráfica, Seth merece pasar a formar parte
de la nómina antes citada.
En este precioso tomo,
magníficamente editado por sins entido,
propone Seth una visita guiada a la sede principal de la hermandad epónima,
sita en Dominion (Canadá). Con la excusa de dicha visita, traza un recorrido
por la historia -a veces real, a veces fingida- del cómic canadiense de buena
parte del s. XX, que, como la sede misma, ha conocido tiempos mejores, aunque
nunca tan buenos como se nos hace creer en un principio. Conocemos así, por
ejemplo, al astronauta esquimal de Bartley Munn, la tira Nipper de Wright y tantos otros nombres, tan entrañables algunos,
fascinantes otros, que una no se atreve a comprobar cuáles existieron realmente
y cuáles son producto exclusivo del magín de Seth. Todo ello viene envuelto en
páginas sobrias, todas ellas -cómo no- en blanco y negro y estructuradas en
nueve viñetas. Solo ocasionalmente se rompe la unidad de la viñeta para transmitir
impresión de movimiento. Sin embargo, pese al tono claramente descriptivo del
conjunto, y a la práctica ausencia de acción y, casi diría, peripecia, una no
se aburre durante la visita y casi querría poder viajar a Dominion a ver in situ ese salón plagado de árboles o
las “celdas” en las que tantos nombres insignes pergeñaron sus tiras. Casi.
Solo casi, no vaya a ser que todo lo visto y leído sea, como parece apuntarse
en el emotivo y enternecedor final, un delirio nostálgico de Seth, pues la
nostalgia, como señaló el Chabon de Los
misterios de Pittsburgh, “tiende a exagerarlo todo”.
Quien desde aquí les
escribe se limita, pues, a recomendarles que lean y vean y también que, si
tienen ocasión, visiten esa maravilla escondida en el centro de Gijón que es la
Librería Amarcord, cuyo entusiasta
capitán ha puesto en mis manos esta joya y tantas otras durante este último
año.
Y, por supuesto,
¡gracias por seguir visitando este lugar! ¡Seguimos!