Pocos comienzos hay tan impactantes como el de El espectro de Alexsandr Wolf, de Gaito Gazdánov. Podría decirse,
incluso, que acaba con la clásica distinción entre presentación-nudo-desenlace.
Y es que el clímax de esta novela se alcanza en sus primeras páginas. La estepa
rusa. La guerra civil. Un soldado bisoño, un niño casi, extenuado por el calor
y la falta de sueño, sobrevive contra todo pronóstico a un encuentro con la
muerte, en forma de un soldado enemigo que ha abatido a su caballo. Sobrevive,
claro está, convirtiéndose en asesino. O eso cree él, al menos.
Pasan los años y nuestro joven soldado, también narrador, se ha
convertido en un hombre de mundo. Vive en París, cómo no, y ejerce de
periodista todoterreno, que tan pronto se ocupa de la sección de necrológicas,
como de sucesos, deportes o literatura. Y hete aquí que un día llega a sus
manos una colección de cuentos, firmada por el Alexsandr Wolf del título, entre
los que se encuentra una pieza titulada “Una aventura en la estepa”, que, ya lo
adivinarán ustedes, reproduce, desde la perspectiva del otro, el decisivo
encuentro inicial. Pero ¿cómo nadie pudo tener noticia de este, si el
antagonista murió y él lo mantuvo en secreto? No, no estamos ante una pieza
prematura de metaficción autorreferencial, sino que lo que se inició como una
novela de aventuras de corte clásico se convierte pronto en un estudio
filosófico sobre el otro, el azar, el fatalismo y, ejerciendo de elemento
bisagra de todo ello –cómo no, es París-, el amor.
Háganme caso y lean, lean.