lunes, 16 de noviembre de 2015

SUAVE CARICIA: LAS MUCHAS VIDAS DE AMORY CLAY (WILLIAM BOYD)



William Boyd es hijo del siglo XX, no solo porque haya nacido en 1952, sino porque es este siglo el que le ha proporcionado material narrativo para todas sus novelas. De hecho, en opinión de quien desde aquí les escribe, es uno de sus mejores cronistas. Alegarán ustedes, con razón, que Tormentas cotidianas está ambientada en pleno siglo xxi, pero su protagonista, Adam Kindred, era devuelto al siglo pasado, al quedar despojado de golpe y porrazo de todas las servidumbres tecnológicas que caracterizan la corriente centuria. Vistas en perspectiva, las novelas de William Boyd son novelas históricas. De hecho, periódicamente escribe Boyd una misma novela, que dirían los formalistas rusos, en la que relata la peripecia singular y concreta de un protagonista zarandeado por los grandes acontecimientos del XX: I Guerra Mundial, crack del ’29, II Guerra Mundial, Guerra de Vietnam... Era el caso de John James Todd, protagonista de Las Nuevas Confesiones, el de Logan Mountsuart de la inolvidable Any Human Heart y es el de Amory Clay.
Nacida poco después que el siglo, la infancia y juventud de Amory se vio condicionada por el shock postraumático que su padre se trajo de la I Guerra Mundial y por la pasión por la fotografía, que le inspiró su tío, padre vicario. Es esta ocupación la que le permite ganarse la vida en el Londres de los locos años ’20, la que la lleva al decadente Berlín de Weimar y provoca un escándalo entre lo más rancio de la Inglaterra de entreguerras. Como fotógrafa viajará al Nueva York del final de la Ley Seca y volverá a Londres para hacer un reportaje sobre el auge del fascismo. Llegarán después la II Guerra Mundial, la Guerra de Vietnam, el movimiento hippie... y entremedias, algunos amantes, un marido, dos hijas y, por supuesto, es la vida, unos cuantos golpes y decepciones. Nada nuevo, es cierto, pues no deja de ser el esquema característico del género histórico y el de buena parte de las obras de su autor. Sin embargo, el pulso narrativo de Boyd, así como su atención por el detalle concreto, vuelve a regalarnos una narración notable que no será Any Human Heart, es cierto, pero se lee de forma compulsiva y emociona por su autenticidad. Lean, lean...


domingo, 8 de noviembre de 2015

SHEILA LEVINE ESTÁ MUERTA Y VIVE EN NUEVA YORK (GAIL PARENT)



Poco se puede decir de esta novela de Gail Parent que no haya dicho ya Rodrigo Fresán en su prólogo para la edición de Libros del Asteroide, a cuya lucidez y claridad deberíamos aspirar todos los reseñistas que por ahí andamos, aunque se le haya escapado en esta ocasión un “haber” con sujeto: “no habían teléfonos móviles ni redes sociales...” -¡argh!-.
Sheila Levine es, en efecto, la antecesora cínica y divertida de la Bridget Jones del Diario homónimo, de la Carrie Bradshaw de Sexo en Nueva York o, de forma mucho más evidente, de la Hannah que protagoniza las Girls de Lena Dunham y es, además, heredera de las jóvenes que en Lo mejor de la vida de Rona Jaffe dan lo mejor de sí mismas como mecanógrafas mientras tratan de cazar un buen partido. Si me apuran, mutatis mutandis, Sheila Levine está directamente emparentada con cualquier heroína de Jane Austen. Y lo que hay que cambiar, por supuesto, son las convenciones sociales. Debe andar ahora mismo la escritora inglesa revolviéndose en la tumba al pensar que la relacionan por ahí con una joven judía, suicida, capaz de acostarse con un negro simplemente para no ser tildada de racista. Podríamos citar aquí a la remesa de jóvenes de Vassar de El grupo pero las “ahijadas” de Mary McCarthy parecen estar, en su mayoría, por encima de la búsqueda desesperada de un marido.
Este último es precisamente el pathos, la tragedia de Sheila Levine, condenada a permanecer soltera y sin compromiso, o aun peor, emparejada a “agua sucia” Norman, en un tiempo en que todas sus amigas, enemigas y su hermana menor han encontrado marido. El afán de su madre por encontrarle un chico judío, así como la conspiración mundial que hace del mundo un lugar hostil para los solteros -comprar una plaza individual en un cementerio puede ser tan difícil como encontrar un buen apartamento en el Village- deciden a Sheila Levine a suicidarse cuando llega a la trascendental etapa de la treintena y la novela es, en realidad, una más que prolija nota de suicidio.
Hemos hablado hasta ahora de pathos, de tragedia, de suicidio... pero no deben ustedes llevarse a engaño. Pues, como augura su título, la de Sheila Levine es, en realidad, una comedia, no solo por el deus ex machina en forma de madre oracular del final, sino porque Gail Parent nos da carta blanca para reírnos de las desventuras de su singular heroína. Y la judía, regordeta y no demasiado talentosa Sheila Levine es rápida e ingeniosa como ella sola, verdaderamente divertida. Es cierto que, vista en retrospectiva, su necesidad de hallar marido para ser feliz resulta errónea, anticuada y machista pero que su protagonista se equivoque y funcione con valores diferentes a los nuestros no merma la calidad de una novela. O no debería hacerlo. Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York es una comedia notable, así que ustedes, ya saben. Lean, lean.