domingo, 30 de agosto de 2015

LEER COMO UN PROFESOR (THOMAS C. FOSTER)



“Lean lo que les guste. En cualquier librería o biblioteca encontrarán novelas, poemas, obras de teatro, cuentos que cautiven su imaginación y su inteligencia. Lean la “gran literatura”, por supuesto, pero lean también buenos textos. Muchas de las cosas que más me gusta leer las encontré por accidente revolviendo estantes. Y no esperen a que los escritores mueran para leerlos; a los vivos les vendrá bien el dinero. La lectura tiene que ser entretenida. Lo de obras literarias es solo un nombre. En realidad, es una forma de juego. Así que jueguen, queridos lectores, jueguen.
Y que les vaya bien.”
Leer como un profesor
Thomas C. Foster


Leo, por lo general, de modo bastante literal, quiero creer que no ingenuamente. Insisto en mis clases en la necesidad de reivindicar lo simple y la denotación frente a los excesos interpretativos en los que ha incurrido buena parte de la crítica académica, más atenta en muchos casos a la etnia, orientación sexual o ideología del autor que al texto del que, en principio, se ocupan. Cito, en fin, al cinematográfico C. S. Lewis de Shadowlands y Contra la interpretación de Susan Sontag como autoridades a la hora de defender el mantra de que “a veces, las cosas significan lo que significan y no hay más”.
Por eso, yo misma me he sorprendido de disfrutar tanto de Leer como un profesor, en el que Foster propone una serie de pautas con las que afrontar de modo más sofisticado y maduro la lectura de un texto, la mayor parte de las cuales se relacionan con el uso de la metáfora y el significado simbólico. Es cierto, sin embargo, que Foster rechaza también esos excesos interpretativos a los que antes aludía. En el capítulo final abomina, de hecho, de las lecturas que se centran en un aspecto concreto que desarrollan ad nauseam despojándolo de todo contexto y abomina, también, de la deconstrucción, pues prefiere, afirma, que le guste lo que lee. Amén.
Además, con un punto de partida muy próximo al de Propp y los formalistas rusos, todos sus consejos los basa en el lema Memoria - Estructura - Símbolo. La tradición, señala, acompaña cada obra que leemos como música de fondo. Las cosas no ocurren en las narraciones por casualidad -¿recuerdan aquello de que si se menciona una pistola en el primer acto ha de dispararse necesariamente en el tercero?-. Las recurrencias han de estudiarse, pues suelen ocultar significados. Recae, por último, en el lector la responsabilidad de efectuar buenas lecturas, que, por cierto, no tienen por qué ser excluyentes. Tal es el esqueleto de Leer como un profesor y no es, en principio, especialmente atractivo. Sin embargo, todo ello se desarrolla con claridad meridiana, gracia y salero, con ejemplos bien seleccionados de entre Homero, Shakespeare, Melville, Twain, Louise Erdrich o Indiana Jones, Harry Potter y ¡hasta Snoopy y su It was a dark and stormy night! y todo lo lejos que se puede estar de esnobismos y elitismos marfileños. Para muestra, si no me creen, les dejo el párrafo que abre esta entrada. El ensayo de Foster transmite no solo un profundo conocimiento de la teoría literaria y la Literatura, sino una irreductible pasión por la segunda y, también, por supuesto, por su enseñanza. A estas alturas de la partida no puedo sino perdonarle la atrevida interpretación en clave mítico-infernal que da del cuento de Katherine Mansfield “Fiesta en el jardín” y recomendarles que, por supuesto, lean a Foster.

jueves, 20 de agosto de 2015

ENSEÑAR, UN VIAJE EN CÓMIC (WILLIAM AYERS-RYAN ALEXANDER-TANNER)



Hace tiempo que sostengo que buena parte de los males que aquejan a la Enseñanza tiene su raíz en el discurso pretencioso y hueco de sedicentes “pedagogos” que todo lo fían al “cómo” y niegan la importancia del “qué” acogiéndose, por lo general, a la falacia de que el “qué” se halla a distancia de una tecla de ordenador. Veámoslo con un ejemplo: hace unos años, con la probable intención de desprestigiar al gremio, se filtraron algunas respuestas disparatadas que aspirantes a maestro habían dado en un examen de oposición. Ante la repercusión que aquellos errores de bulto tuvieron en la prensa, algunos trataron de justificar lo injustificable. Recuerdo el caso de una aspirante que alegaba que no se la podía descalificar como maestra por ignorar la situación del río Ebro, pues lo que se debía evaluar era su capacidad para enseñar dónde se hallaba tal río. ¡Adiós!
Coincidirán conmigo, supongo, en que resulta más que difícil, si no imposible, enseñar lo que se ignora. Y es que el “cómo”, ya lo decía Susan Sontag, es inseparable del “qué” y es un despropósito descuidar los contenidos, incluso aunque estos no tuvieran valor por sí mismos -que sí lo tienen, en mi opinión- y fueran ingredientes para ayudar a los alumnos a desarrollar diferentes tipos de razonamiento y técnicas. Al final, supongo, volvemos a la eterna discusión entre Sócrates y su búsqueda de verdades universales y los sofistas, que todo lo fiaban a su habilidad con la palabra.
Viene todo esto a cuenta de mi renuencia y recelo a la hora de enfrentarme a textos sobre educación y a que he dedicado estos días a la lectura de Enseñar, un viaje en cómic (Ediciones Morata, 2013), del William Ayers de Días de fuga y Ryan Alexander-Tanner. La traducción no es, ciertamente, la mejor de las posibles y esta lectora habría preferido una tipografía más clásica pero es de agradecer, sin duda, la publicación de una obra en la que se identifica la enseñanza con un desafío intelectual y ético -¡amén!- que requiere gran dedicación de parte del profesor. Los estudiantes, señala Ayers, se benefician de los libros, películas, conciertos, museos... que conoce su profesor. La creatividad es también, por supuesto, una virtud deseable, así como el aprecio a los alumnos y la capacidad crítica y autocrítica. La tiranía de las programaciones y la desconexión absoluta de los burócratas de turno están también bien plasmados -¡una reverencia para el querubín de infantil que le espeta al inspector “eres raro”!- y los exámenes de la prueba de capacitación pedagógica son ciertamente insultantes -¡ay, el CAP!-.
Se le nota a Ayers, en suma, que sabe de lo que habla merced a sus muchos años de experiencia como maestro de infantil y profesor universitario, como, en mi opinión, también se les notaba al Pennac de Mal de escuela, al Frank McCourt de El profesor, o al C. S. Lewis de De este y otros mundos. Sí es cierto, no obstante, que las metáforas visuales resultan repetitivas y un tanto gruesas y que el tono exaltado e intenso de buena parte de las viñetas terminan por cansar un tanto al lector. En cualquier caso, lean.


martes, 18 de agosto de 2015

EL SILBIDO DEL ARQUERO (IRENE VALLEJO)



“Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas;
pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas,
y de leyendas pasar a victorias.”
Ana María Matute, Olvidado rey Gudú


Muy oportuna es esta cita del Ovidado rey Gudú de Matute para abrir  El silbido del arquero (Contraseña, 2015), pues en la novela de Irene Vallejo, reescritura -¡ahí es nada!- de la Eneida de Virgilio, la belleza de la derrota funciona como lema. Troya se mantuvo inexpugnable durante diez largos años, mas solo a su derrota merced a un ingenioso engaño se debe su leyenda. Ad astera per aspera! ¡A las estrellas a través de las penalidades! Tal es el espíritu propio del género épico en el que se inscribe la Eneida.
Sin embargo, y pese a que en esta reescritura de los libros iniciales de la Eneida, los ambientados en Cartago, hay lugar para batallas, clarines, tajos hiperbólicos, y otros ingredientes tan caros al género de las hazañas de varones, no es esta una novela épica. Como el Eros de su historia, la autora se adentra en el corazón mismo de Eneas y de Dido -aquí Elisa-, de Yulo y de Ana, y en una prosa hermosa y poética, preñada de referencias virgilianas, desarrolla en profundidad el conflicto de cada uno de ellos y añade al consabido dilema original entre deber público y felicidad personal el drama del equívoco y la falibilidad. Explora, pues, su humanidad y logra emocionar en el proceso.
Acierta también la autora al introducir entre los personajes del drama a un Virgilio que se debate entre la espada de su integridad artística y personal y la pared de la obligación contraída con Augusto, quien exige ser glorificado en verso a cambio de la no expropriación de unos acres. Tan solo chirría un tanto en los pasajes dedicados al poeta el afán de convertir sus idas y venidas en una clase de costumbrismo romano, mal endémico de la narrativa histórica.
No hay duda de que no lo tenía nada fácil Irene Vallejo, pues partía de materiales por todos conocidos -en un mundo mejor, al menos-, pero por su recreación de la universal historia de amor fallido entre Eneas y Dido bien merece ser citada, si no junto a Virgilio, sí junto al David Malouf de Rescate.
Lean, lean... 


domingo, 16 de agosto de 2015

DÍAS DE FUGA (BILL AYERS)



Editado con tanto gusto como acierto -y evidente sentido del humor, no se pierdan la data del colofón- por mis paisanos de Hoja de Lata, Días de fuga de Bill Ayers es el relato en primera persona de la actividad de resistencia militante contra la Guerra de Vietnam de la Weather Underground.
Se inicia con un prólogo in medias res de lo más cinematográfico, en el que Ayers, autor, narrador y protagonista tiene noticia de que un terrible accidente con explosivos en Nueva York ha trastocado de forma definitiva su vida ya marginal; no sólo porque en él ha perdido la vida su amante y compañera, sino porque la explosión le ha demostrado que la acción militar, salvo en un plano simbólico, no es necesariamente el camino. Sigue a continuación, tras el rebobinado de un par de décadas, la crónica amena y honrada de los años de infancia y formación, donde se presenta como un joven tan voluntarioso como ingenuo, incapaz de hallar el movimiento por los derechos civiles en el Sur de EE.UU. Es más, sus primeras reuniones informativas sobre el conflicto en Indochina debían terminar de convencerle de alistarse como voluntario, nos cuenta, pero un par de oradores brillantes lo ganaron para la causa antibélica. Se agradece, ciertamente, la honestidad del autor que no solo no embellece demasiado su versión del asunto, sino que salpica toda la narración de reflexiones sobre lo engañoso de la memoria y los peligros del olvido, tanto en el plano personal como en el institucional. En los capítulos finales llega incluso a reconocer que uno de los grandes errores de los Weathermen fue caer en el dogmatismo.
No crean, sin embargo, que es esta la crónica de un fundador arrepentido. Nada más lejos. La evolución del “NO A LA GUERRA DE VIETNAM” al “TRAIGAMOS LA GUERRA A CASA” se presenta como un viaje natural y necesario. La oposición tiene que transformarse en acción para no ser aquiescencia y en el epílogo de esta edición Ayers reclama nuevas formas de militancia para los tiempos que corren, reivindicando, de paso, la labor de la enseñanza. El activismo, no obstante, no debiera ser monolítico y estático, sino estar sujeto a revisión, como lo están las ideas si no se las encorseta en el patrón de una ideología. Compromiso, integridad y juicio crítico no parecen malos compañeros de viaje y de todos ellos, y de buenas dosis de emoción, está repleta Días de fuga. Lean, lean...