Hace ya algún tiempo que
afirmé por aquí mi admiración por el talento de Iban Barrenetxea, que con Bombastica Naturalis, El cuento del carpintero y El único y verdadero rey del bosque, se
ha ido descubriendo estos años no solo como un magnífico dibujante e
ilustrador, sino como un estupendo cuentista. Sus tramas de corte clásico, su
estilo conciso y punzante, irónico, recuerda, les decía, a la mejor tradición
inglesa, al mismísimo Roald Dahl. Con Brujarella
da el salto Barrenetxea a las ligas mayores y nos presenta una novela
protagonizada por una bruja que, angustiada por la pérdida de uno de sus
calcetines, termina por solucionar un misterio mucho mayor con la ayuda de una
singular cuadrilla: una urraca zampona, un lobo poeta y un pingüino sabiondo,
todos los cuales podrían habitar, por cierto, el bosque de su anterior álbum.
Hay en Brujarella, ciertamente,
rastros de ese ingenio y chispa que antes decía, en forma de prosopopeyas,
juegos lingüísticos e ironías pero, en opinión de quien les habla, aun habiendo
disfrutado de la lectura de Brujarella,
le sientan mejor a su autor las distancias cortas. Pero ustedes lean, lean y
recréense con el lápiz de Iban Barrenetxea.
Una de las cosas que más
me gustan de mi pueblo de adopción son los “sobrinos postizos” que allí
habitan, hijos de compañeros y amigos con los que paso todas las tardes que
puedo, dejándome mangonear, manchar y pintar y a los que me encanta regalar, en
español o en inglés, los libros de Marta Altés. Autora de álbumes magníficos
como ¡No!, ¡Soy un artista! o Mi nueva casa, que guardo para combatir
la segura angustia de futuras mudanzas, publica ahora, de nuevo en Blackie
Books, El rey de la casa, con muchas
virtudes marca de la casa: alegría, sencillez, capacidad para capturar la
esencia de pequeños-grandes momentos cotidianos y emocionar; y todo esto, con
unos trazos y unos colores que a quien desde aquí escribe le recuerdan a aquel
magnífico e inigualable Richard Scarry con el que tan buenos momentos pasó a
comienzos de los ’80 -y que también encanta, por cierto, a mis “sobrinos
postizos”-. Así las cosas, entenderán que el único cierre posible para esta
reseña es el consabido pero entusiasta ¡lean, lean! y ¡vean, vean!
Termino por hoy con el descubrimiento de
otro dibujante, Fermín Solís, que acaba de publicar en Narval Mi tío Harjir, acerca de un faquir indio
que pone sus talentos al servicio de un barrio como el suyo o el mío. Con un
trazo elegante y sencillo, que recuerda al del Pequeño Nicolás de Sempé y sirviéndose de unas cuantas rimas,
construye una historia entrañable y hermosa, pese a que sus ingredientes sean
los tópicos más característicos de la India: faquires, encantamiento de
serpientes, elefantes... Da igual. La Literatura y el Arte no lo son en virtud
de su adhesión a la corrección política, sino en virtud de su capacidad de
emocionar, de un modo u otro, sirviéndose de la Belleza.
Así que, por tercera vez esta tarde,
¡pasen y vean!