Publicaba hace unos años Milo Krmpotić “Tan solo una
sombra”, una perversa y posmoderna revisión del Peter Pan de Barrie, y lo hacía, no hay duda, con El murmullo en la cabeza. Una lo sabe
porque lo conoce pero, aunque por aquel entonces no se hubiera referido con
frecuencia al thriller sobrenatural
que estaba escribiendo, hay una evidente vinculación entre ambas piezas: la peripecia
de la niña desaparecida, sí, pero también la atmósfera de un mal inminente que
no es mal sino Mal. Los lectores, ya lo saben, no tienen necesidad alguna de
conocer a los escritores.
Es El murmullo una historia de lectura ágil, casi compulsiva, no
exenta de complejidad formal. Las voces, como las sombras que acechan el
relato, son multitud. La narración en primera persona se encomienda, de hecho, tan
pronto a Gloria Casavella, como al bisoño Óscar, su superior Pardo o, lejos ya
de la redacción, a una primera persona del plural sin identificar que actúa de
convencional narrador omnisciente. También el foco alterna entre la pesadilla
de Anabel Prat, raptada por un monstruo en el comienzo mismo del relato, la
angustia de su familia, las idas y venidas en la redacción de un periódico en
crisis y, sobre todo, los fantasmas y sombras personales que a la tragedia
aporta la auténtica protagonista, Gloria Casavella. Este despliegue de recursos
no hace, sin embargo, de El murmullo una novela tan exigente como Sorbed mi sexo ni embarullada como
resultaba en ocasiones su Historia de una
Gárgola -mil perdones, Balial- ni resulta su prosa tan alambicada como en
otras ocasiones. En otras palabras, los recursos son los que convienen a una
historia, que resulta, por cierto, de lo más desasosegante, no solo porque da
pábulo a la violencia enfermiza y a lo irracional, sino porque Milo Krmpotić ha
recopilado todos nuestros miedos infantiles y los ha volcado en El murmullo: la presencia fugaz que se
insinúa en el reflejo del espejo, la sombra amenazante vuelta armario al
encender la luz... Quien desde aquí les habla se lo pensará muy mucho, por
ejemplo, antes de volver a mirar debajo de la cama... No se lo pensará nada,
sin embargo, a la hora de recomendarles, faltaría más, que lean El murmullo.
¡Enhorabuena, Milord!