Hace poco más de un mes,
Rafael Argullol publicó en El País un
magnífico artículo en el que, bajo el título de “La cultura enclaustrada”, se
lamentaba del ensimismamiento de la Universidad, que, replegada sobre sí misma,
ha sacralizado el género del paper super-especializado
y ha descuidado u olvidado su labor de liderazgo intelectual y de apertura al
público.
Como excepción que
confirma la norma podemos contemplar a Mary Beard, excelsa catedrática de Latín
del Newnham College de Cambridge, cuyo blog, A Don’s Life, seguimos por aquí desde hace ya unos cuantos años. Lo
mismo hay espacio en él para los exámenes de ingreso al college, la pérdida de un pasaporte, el funcionamiento de una
cafetera o la última exposición sobre Pompeya. Y es que Mary Beard pertenece al
gremio de los tuttologos, pero lejos
de ser una sabelotodo pedante y elitista, demuestra en cada entrada que la
erudición y el rigor no están reñidos con la diversión y la accesibilidad.
El mismo espíritu
alienta cada uno de los capítulos de La
herencia viva de los clásicos (Crítica, 2013), recopilación de reseñas
críticas que la autora ha publicado en distintos medios durante los últimos
años. Por eso, no es de extrañar que decida cerrar el volumen con una
justificación en la que, como un hermoso símil, comparece la historia del
desciframiento de las tablillas micénicas por el arquitecto y piloto de la Royal Air Force Michael Ventris. Y es
que de la misma manera que Mary Beard decide hablar de Esquilo, Tucídides,
Cicerón, Calígula, Pompeya o Astérix con tanta profundidad y sabiduría como
gracia y salero, es decir, para todos los que quieran leerla, Ventris consideró
que el mejor lugar para anunciar que el Lineal B codificaba una forma arcaica
de griego era la radio, la BBC para más señas, en una tarde ya muy lejana de
1952; no un abstruso paper, sino la radio
pública.
No sé a ustedes, pero a
mí me cuesta imaginar a nuestra RNE, o cadena patria, como irónicamente se
refiere a ella mi abuela, reservando espacio en un boletín informativo para una
noticia así hoy en día. Por suerte, la editorial Crítica ha tenido el acierto
de concederle un megáfono a Mary Beard, aunque la traducción, hay que decirlo,
no siempre es la mejor de las posibles. Y por fortuna, quedan aún académicos
como Mary Beard, que han entendido que flaco favor se hace a sí misma la
Universidad encerrándose en su ya célebre torre de marfil. Así que ustedes
aprovechen y lean, lean a Mary Beard.